El hambre como rehén: Cómo los recortes de EE. UU. están desmantelando la ayuda humanitaria global
La crisis de financiamiento en la ONU pone en jaque a millones de personas en situación de vulnerabilidad mientras el militarismo acapara los recursos mundiales
Por: [Nombre del autor]
La tormenta perfecta de la ayuda humanitaria
Estamos presenciando una de las mayores contracciones en la historia de las operaciones humanitarias globales. Dos de las agencias más importantes de las Naciones Unidas —el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)— se están viendo forzadas a implementar recortes drásticos en su personal y operaciones. La razón: una reducción súbita del financiamiento, principalmente proveniente de los Estados Unidos, que históricamente ha sido su mayor donante.
En un memorando interno, un funcionario del PMA calificó estos recortes como "los más masivos en los últimos 25 años". Las consecuencias de este ajuste no serán meramente administrativas: millones de personas vulnerables podrían quedarse sin acceso a alimentos, agua, atención médica y refugio.
La huella estadounidense en la financiación humanitaria
En 2024, Estados Unidos aportó casi el 46% del presupuesto total del Programa Mundial de Alimentos. Este porcentaje ha sido crítico para sostener programas que atienden a 343 millones de personas en situación de hambre o hambruna alrededor del mundo.
La Administración Trump inició un giro radical en la política exterior estadounidense, replanteando la asistencia internacional como un gasto innecesario. Con Elon Musk al frente de la llamada "eficiencia gubernamental", Trump ha buscado reducir drásticamente el tamaño del gobierno federal y, con ello, la ayuda extranjera. Esta decisión no ocurre en el vacío: ya antes muchos donantes europeos habían comenzado a recortar sus propias contribuciones.
“Los jefes de nuestras agencias humanitarias están siendo obligados a tomar decisiones dolorosas e imposibles”, declaró el vocero de la ONU, Stéphane Dujarric, agregando que “estos recortes llegan en un momento donde el gasto militar global está alcanzando niveles récord”.
Recortes que cuestan vidas
La dirección del PMA anunció recortes que afectarían a hasta el 30% de su personal, tocando a todas las regiones y niveles organizativos. Incluso se contempla la desaparición total de algunas operaciones. El PMA justificó estas acciones como necesarias para “priorizar recursos limitados en programas vitales”.
Por su parte, el ACNUR indica que tendrá que reducir significativamente su plantilla, cerrar oficinas en varios países, disminuir posiciones en su sede central y reducir el nivel de puestos altos en un 50%. A nivel global, el ACNUR asiste a más de 43.7 millones de refugiados y a una población desplazada total que supera los 122 millones, afectados por conflictos armados, persecuciones o desastres naturales.
La agencia ya ha detenido la asistencia en efectivo para 347,000 refugiados en Líbano (donde solo está financiada al 15%). Asimismo, ha suspendido servicios de salud primaria para unos 40,000 refugiados.
Casos críticos: Sudán, Chad y Uganda
La situación es particularmente grave en el este de África. Los conflictos armados y desplazamientos masivos en Sudán están empujando a miles a buscar refugio en países vecinos mal equipados para absorber tal flujo migratorio. La reducción en los fondos impactará en:
- 536,000 personas desplazadas en Sudán que perderán acceso a agua potable, aumentando el riesgo de brotes de cólera y otras enfermedades transmisibles.
- Refugiados sudaneses en Sudán del Sur, Chad y Uganda que ya enfrentan condiciones críticas.
- Más refugiados intentando peligrosas travesías hacia Europa ante la falta de apoyo en sus zonas de refugio.
El ACNUR reconoció en un correo interno del 23 de abril que, más allá de los efectos operativos, el mayor impacto negativo recaerá sobre “las mismas personas que estamos llamados a proteger”.
Militarismo vs Humanitarismo
Mientras los presupuestos de ayuda humanitaria se reducen, los gastos militares globales no han dejado de crecer. De hecho, el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) reportó que en 2023 se alcanzó un nuevo récord, con más de $2.2 billones de dólares en gastos militares a nivel mundial.
Este desacoplamiento moral entre la inversión en armamento y el abandono de la población vulnerable plantea una pregunta fundamental: ¿Cuál es nuestra prioridad como comunidad internacional?
Impactos colaterales: migración, geopolítica y estabilidad
La contracción de la ayuda no solo representa sufrimiento humano directo. También desestabiliza regiones enteras, alimenta flujos migratorios descontrolados y genera vacíos de poder donde actores violentos (como grupos extremistas) pueden surgir. Por ejemplo:
- La falta de agua potable promueve enfermedades, debilitando comunidades enteras.
- Niños sin acceso a la escuela en campamentos de refugiados son más susceptibles a ser reclutados por milicias.
- La presión social en países receptores puede inflamar tensiones étnico-políticas o incluso guerras civiles.
Según un informe del Banco Mundial, por cada dólar no invertido en ayuda humanitaria, se requieren hasta tres dólares para controlar los efectos a mediano y largo plazo.
¿Quién queda para ayudar?
Con el retiro de Estados Unidos como eje financiero, pocas naciones han estado dispuestas a llenar ese vacío. Algunas potencias como China o Rusia han preferido enfocar su asistencia en programas bilaterales estratégicos, más que en respuestas humanitarias verdaderamente globales.
La Unión Europea, afectada por presiones económicas internas y una política migratoria restrictiva, también ha reducido su cooperación internacional. El multilateralismo sufre de una crisis sistémica: la ayuda internacional ya no es vista como un deber ético, sino como un gasto prescindible en un entorno dominado por la competencia geopolítica.
¿Dónde queda la responsabilidad moral?
En palabras del exsecretario general de la ONU, Ban Ki-moon:
“El verdadero test de nuestras sociedades no es cómo tratamos a los poderosos, sino a los más vulnerables.”
La ONU fue fundada, en parte, para evitar que las catástrofes humanas del siglo XX se repitieran. Pero hoy estamos viendo cómo su capacidad para actuar se evapora frente a la indiferencia de sus miembros más poderosos.
Recortar fondos para alimentos, medicinas y refugio no es solo una decisión económica: es una declaración de valores. Cada oficina cerrada, cada camión que ya no parte con provisiones, cada niño que no recibe una vacuna, es el resultado directo de esa decisión.
¿Cuál es la salida?
Expertos en cooperación internacional proponen varias soluciones urgentes:
- Impuestos globales solidarios, como tasas a transacciones financieras internacionales o emisiones de carbono.
- Reducción del gasto militar para priorizar inversiones en desarrollo sostenible.
- Mejor transparencia en la gestión de fondos humanitarios para evitar corrupción y ganar confianza en los donantes.
- Reforzar el multilateralismo mediante nuevos pactos vinculantes entre Estados Miembros de la ONU.
La catástrofe humanitaria no se combate con cifras, sino con voluntad. Y hoy, esa voluntad parece estar tan erosionada como los campos de refugiados que la ONU podría dejar de sostener en cualquier momento.
El hambre no espera, las enfermedades no negocian y los refugiados no pueden esperar a que los gobiernos solucionen sus presupuestos. Si no actuamos ya, la historia recordará este momento como la rendición moral de la comunidad internacional frente a su deber.
¿Quién protegerá a los olvidados cuando todos los sistemas falle?