Deporte, política y poder: la encrucijada incómoda del fútbol americano en la era Trump
La visita de los Eagles a la Casa Blanca reabre el debate sobre la politización del deporte, la ética de los atletas y el poder simbólico de rechazar (o aceptar) una invitación presidencial
Donald Trump volvió a encender la conversación entre deporte y política al recibir en la Casa Blanca a los Philadelphia Eagles, campeones del Super Bowl 2025. Aunque se trataba de una celebración protocolaria, su trasfondo está lejos de ser neutral: el ausentismo notable de algunas figuras clave como Jalen Hurts, la vergonzosa tensión mediática y la presencia selectiva de otros como Saquon Barkley reavivó una pregunta que ha dividido a la audiencia estadounidense durante décadas: ¿qué tan apolítico puede ser el deporte en una era hiperpolitizada?
Deporte como vitrina política: una dinámica antigua pero renovada
Lejos de ser algo nuevo, la relación entre política y deporte ha sido una constante histórica. Desde los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, utilizados como propaganda por el régimen nazi, hasta los boicots olímpicos entre EE.UU. y la URSS en plena Guerra Fría, el deporte ha servido como plataforma de expresión, resistencia e incluso manipulación ideológica.
En Estados Unidos, esta dinámica cobró nuevas dimensiones durante la presidencia de Trump. En 2017, la protesta de Colin Kaepernick —arrodillado durante el himno en señal de protesta contra la brutalidad policial— desafió el ideal de "unidad nacional" en los estadios y desató reacciones políticas intensas. Trump llamó a los jugadores que protestaban “sons of bitches” y exigió su despido, elevando la tensión al más alto nivel.
La visita de los Eagles: una celebración ausente
En teoría, la tradicional visita de los campeones del Super Bowl a la Casa Blanca es una instancia de reconocimiento estatal al logro deportivo, pero con Trump, la normalidad se ha vuelto relativa. En 2018, en su primer mandato, canceló la celebración luego que la mayoría de los jugadores decidieran no asistir.
Este año no fue diferente. La ausencia del mariscal de campo Jalen Hurts y otros compañeros, bajo el argumento de "conflicto de horarios", fue interpretada como un gesto velado de rechazo al presidente, especialmente considerando que Hurts evitó responder directamente cuando un periodista le preguntó si asistiría al evento.
Saquon Barkley: entre el respeto institucional y la crítica pública
Quien sí asistió fue Saquon Barkley, estrella ofensiva de los Eagles y flamante Jugador Ofensivo del Año tras alcanzar 2,005 yardas por tierra, la octava marca más alta en la historia de la NFL.
Barkley no solo participó en la ceremonia, sino que viajó con Trump en el Air Force One y luego en el Marine One hasta la Casa Blanca, lo cual disparó críticas en redes sociales, acusándolo de legitimar una figura política divisiva. Su defensa fue breve y directa: “Tal vez solo respeto la oficina [presidencial], no es un concepto difícil de entender”, escribió en su cuenta de X (antes Twitter).
También recordó haber jugado golf con Barack Obama, dando a entender que su intención no era partidista sino protocolaria. Pero en el clima actual, donde cada gesto es analizado por su carga ideológica, eso bastó para posicionarlo —queriéndolo o no— dentro de una narrativa sociopolítica.
Trump, Mahomes y Swift: celebraciones, predicciones y polarización
Trump había asistido al juego del Super Bowl 2025 entre los Eagles y los Kansas City Chiefs. Antes del partido, predijo una victoria para los Chiefs y elogió efusivamente a su mariscal, Patrick Mahomes. Sin embargo, fue Philadelphia quien se impuso.
Lo que debería haber sido un momento de reconocimiento deportivo se convirtió en un nuevo campo de batalla político y cultural tras la aparición de Taylor Swift en la Jumbotron del estadio, generando abucheos y reacciones dispares. Swift, pareja de Travis Kelce de los Chiefs, y crítica abierta de Trump durante las elecciones de 2024, fue ridiculizada por el expresidente en su red social Truth Social: “La única que tuvo una noche más difícil que los Chiefs fue Taylor Swift. ¡La abuchearon del estadio! ¡MAGA no perdona!”.
¿Es posible despolitizar el deporte?
Los defensores de la "pureza del deporte" argumentan que el campo de juego debe ser terreno neutral, libre de agendas políticas. Sin embargo, esto es más una ilusión que una realidad. Cuando los atletas son ciudadanos con plataformas mediáticas colosales, sus actos —o incluso su silencio— adquieren peso simbólico.
Como señala Howard Bryant, autor de "The Heritage: Black Athletes, a Divided America, and the Politics of Patriotism":
“El deporte nunca fue apolítico. Desde Jackie Robinson a Muhammad Ali, los atletas han actuado como críticos sociales, sin importar si querían hacerlo o no”.
Polarización en cifras: el público también se divide
Una encuesta de Pew Research en 2024 reveló que el 65% de los votantes republicanos piensan que los atletas deben “callar y jugar”, en contraste con solo el 21% de los demócratas. Además, el 58% de los estadounidenses cree que los jugadores tienen “la obligación de opinar sobre temas sociales importantes”.
Este choque de percepciones no solo divide a los jugadores, sino que profundiza la grieta en la base fanática. Algunas cadenas deportivas incluso han reportado pérdidas de audiencia cuando figuras prominentes adoptan o critican posturas políticas visibles.
¿Es Trump el catalizador... o el síntoma?
Con Trump, la línea entre deporte y política no solo se ha vuelto borrosa, sino irrelevante. Su capacidad para transformar cualquier evento, incluso el Super Bowl, en escenario político, puede ser vista tanto como genialidad estratégica como reflejo de una sociedad agotada por la polarización.
Más allá de Trump, lo que este debate revela es una verdad incómoda: el deporte es escenario de poder. Y en una nación donde cada trinchera es disputada —desde el himno hasta el vestuario—, incluso invitar a un equipo campeón se convierte en un test de lealtad ideológica.
La verdadera intersección: deporte, identidad y resistencia
Para los atletas de hoy, la intersección entre lo deportivo y lo político no es una elección, sino una realidad. Ya sea por razones de raza, orientación sexual, religión o ideología, los deportistas ocupan un rol fundamental como portavoces de causas muchas veces ignoradas por las estructuras de poder.
En ese contexto, el rechazo de Hurts y la aceptación de Barkley son más que simples decisiones personales: son actos que, voluntaria o involuntariamente, se ven atravesados por significados culturales profundos.
Así que, mientras algunos piden “dejar la política fuera del deporte”, otros entienden que, en realidad, el deporte hace tiempo dejó de estar fuera de la política.