La herencia sencilla de Francisco: un papa que caminó sobre humildes zapatos negros

Desde una zapatería de barrio en Buenos Aires hasta el Vaticano: cómo el calzado del papa simbolizó una vida de austeridad, cercanía y coherencia con sus valores

Un legado que comienza con pasos humildes

La noticia del fallecimiento del papa Francisco ha despertado una ola de emociones en el mundo católico. Pero más allá de los titulares y ceremonias, en el barrio de Flores, en Buenos Aires, el recuerdo del pontífice se conserva vivo a través de algo muy simple: un par de zapatos negros.

Estos zapatos no salieron de una boutique de lujo ni están hechos por un diseñador exclusivo. Son zapatos sencillos, resistentes y cómodos, hechos artesanalmente por la familia Muglia, zapateros de toda la vida. En una pequeña tienda fundada en 1945, Francisco —entonces Jorge Mario Bergoglio— hacía sus compras de calzado. Años después, ya como líder de la Iglesia católica, decidió mantenerse fiel a este símbolo de humildad.

El contraste con sus predecesores

Mientras que otros pontífices optaron por un vestuario recargado en símbolo y ostentación, como los zapatos color rojo carmesí de Benedicto XVI —tan inolvidables que la revista Esquire lo bautizó "Accessorizer of the Year" en 2007—, Francisco prefería sus mocasines oscuros, con suelas ortopédicas y sin mayores pretensiones que la practicidad.

“No es que no pudiera elegir otra cosa —asegura Juan José Muglia, actual dueño del local donde el papa compraba—. Es que elegía no hacerlo. Sabía quién era, de dónde venía”.

Símbolo de cercanía con la gente común

El calzado de Francisco se convirtió en un poderoso símbolo del tipo de liderazgo que ejerció: uno basado en la cercanía con el pueblo, en el rechazo del lujo innecesario y en la austeridad evangélica que tanto predicaba.

El propio Muglia recuerda cómo, siendo ya papa, Francisco rechazó el ofrecimiento de un nuevo par de zapatos hecho a medida: “Me dijo que ya tenía problemas de hinchazón y necesitaba otro tipo de corte. Pero igual agradeció como siempre, con ese tono afectuoso de vecino que nunca perdió”.

Una tradición familiar hecha legado

Los Muglia han sido zapateros por generaciones. La familia llegó a arreglar los zapatos de cientos de curas de la ciudad, e incluso sacerdotes desde Roma acudían a la tienda simplemente porque “eran los zapatos del papa”.

“Costaban unos 170 dólares hoy día”, señala Muglia. “No es barato, pero tampoco es exorbitante. Acá los usan mozos, taxistas, abogados... Hombres de pie.”

Y aunque la tienda ha sumado detalles modernos —un póster de Elvis, una tornamesa de vinilo, una Harley Davidson decorativa—, conserva las estanterías, muros de madera y esa calidez de los locales barriales de siempre.

El barrio de Flores lo recuerda vivo

En el barrio porteño, Francisco no solo fue una figura religiosa, sino un vecino ejemplar. Antonio Plastina, canillita de toda la vida, cuenta entre lágrimas cómo compartía charlas sobre política y fútbol con él, en una esquina, mientras el futuro papa tomaba mate o leía los diarios.

“Nunca dejó de ser él. Incluso de cardenal venía a Flores. Era uno más”, recuerda Plastina. “No condescendía, no se desligaba”.

Al fallecer, una marea de gente acudió a dejar flores y notas de despedida frente a su modesta casa natal en la calle Membrillar 531. Allí, los vecinos aún lo saludan como si pudiera salir a la vereda en cualquier momento a bendecirlos con una caricia.

Una historia que trasciende el calzado

Los zapatos de Francisco son más que una anécdota. Representan una vida coherente, en la que el discurso se alineó con la acción. Rechazó autos lujosos —prefirió conducir un Ford Focus—, renunció a capas de terciopelo, evitó estilos papales heredados del Renacimiento, y convirtió su pontificado en un modelo de vida ‘a pie’, literal y metafóricamente.

Como dijo el fiscal Alvin Bragg en otro contexto, pero que bien aplica a este caso desde la vereda de los valores: “El acto de caminar con dignidad, sin abusar del poder, define el verdadero carácter”.

Zapatos, símbolo de paso firme

Mientras el féretro de Francisco descansaba en la Basílica de San Pedro, las cámaras del mundo capturaron su simplicidad por última vez. Sin ornamento, sin exageraciones. Justo como lo recordarán en su vieja parroquia de San José de Flores, donde a sus 17 años supo que quería ser sacerdote.

“Hoy, cada vez que entro a esa basílica, siento que me lo voy a cruzar”, dice Alicia Gigante, vecina de 91 años. “Él sigue ahí. En cada paso. En cada zapato pisado por justicia y bondad.”

Las historias pequeñas, como la de sus zapatos, son pruebas de la grandeza silenciosa de Francisco. Caminó descalzo entre el poder, pisó firme entre los pobres y dejó huellas que ni el Vaticano podrá borrar.

Una vida en pares negros

Ahora, desde Roma hasta Buenos Aires, desde la Plaza San Pedro hasta el viejo escaparate de Muglia, se multiplican las peticiones por “los zapatos del papa”.

Muglia ha colgado su retrato en la vidriera, y aunque la demanda ha explotado, asegura: “No los haremos para turistas. Son zapatos para caminar, no para exhibir”.

Y quizá ahí yace la enseñanza más duradera de Francisco: caminar con propósito, sin desviarse por el oropel del mundo. Aunque esté ausente, su andar aún marca el ritmo de aquellos que creen que el servicio es el verdadero camino hacia lo divino.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press