Cardenal Joseph Zen: fe, prisión y rebeldía en la era del control chino

El desafío de un obispo católico al régimen de Beijing y su mensaje silencioso al Vaticano

Joseph Zen, cardenal católico emérito de Hong Kong, se ha convertido en un símbolo de resistencia religiosa, dignidad moral y valentía frente al autoritarismo creciente del gobierno chino. A sus 93 años, su historia no sólo es la de un líder religioso, sino la de un hombre que ha desafiado a dos poderes: el del Partido Comunista Chino y el del Vaticano.

Un pastor atrapado entre dos fuegos

El pasado miércoles, Joseph Zen consiguió que un tribunal hongkonés le devolviera el pasaporte temporalmente, para poder asistir al funeral del Papa en el Vaticano. Esta escena, que podría parecer trivial, es en realidad el último episodio de una lucha de años entre Zen, el régimen de Beijing y, en paralelo, su propia Iglesia.

Desde su arresto en 2022 bajo la Ley de Seguridad Nacional, impuesta por el gobierno central chino tras las protestas prodemocracia de 2019, Zen ha sido vigilado, silenciado y procesado. Aunque no enfrenta cargos penales relacionados específicamente con seguridad nacional, fue encontrado culpable, junto con otros cinco activistas, por no registrar un fondo humanitario que apoyaba a los detenidos durante las protestas.

“Una Iglesia que no sufre con su pueblo no merece ser escuchada”, dijo alguna vez Zen, en una frase que resume la ética de su lucha (Carlos María Galli, La Iglesia en China a través del tiempo).

El acuerdo con China: ¿aceptación o traición?

En el centro de la tensión está el acuerdo secreto entre el Vaticano y China, firmado en 2018 y renovado desde entonces, para consensuar el nombramiento de obispos católicos en el país asiático.

Zen ha sido uno de sus mayores críticos, calificándolo abiertamente como una traición a los católicos chinos leales al Papa, que durante décadas han practicado su fe en la Iglesia subterránea, en la clandestinidad y arriesgando su libertad. Por el contrario, China ha promovido una iglesia patriótica, controlada por el Estado, donde los obispos deben ser aprobados por el Partido Comunista.

“Este acuerdo es un pacto con el diablo. No se puede entregar la autoridad apostólica a un gobierno autoritario y esperar frutos evangélicos”, escribió Zen en una carta abierta al Vaticano.

El encargado principal de las negociaciones con Beijing ha sido el cardenal italiano Pietro Parolin, actual Secretario de Estado de la Santa Sede y considerado por muchos papable. Para Zen, Parolin es simplemente “un hombre de poca fe”.

El silencio del Vaticano ante la persecución religiosa

Durante los últimos años, el Vaticano ha evitado una confrontación abierta con China. No condenó el arresto de Zen, ni ha criticado públicamente la aplicación de la controvertida Ley de Seguridad Nacional que ha silenciado a figuras democráticas en Hong Kong, como Joshua Wong o Jimmy Lai.

Ese silencio —según muchos observadores— forma parte de la estrategia diplomática del Papa Francisco: mantener el diálogo a toda costa para asegurar presencia católica en China. Pero para críticos como Zen, esta actitud sacrifica a los fieles por conveniencia política.

“No puedes entablar un diálogo con quien no busca la verdad, sino el control”, afirmó Zen en múltiples ocasiones desde el púlpito.

La fe católica bajo la lupa del comunismo

Desde que el Partido Comunista Chino llegó al poder en 1949, expulsó a misioneros extranjeros y rompió relaciones oficiales con el Vaticano. A partir de los años 50, fundó la Asociación Patriótica Católica de China, una iglesia paralela aprobada por el régimen.

En la práctica, China ha mantenido una división entre católicos “oficiales” —que reconocen al gobierno— y católicos “subterráneos” —leales al Papa—. Aunque el Vaticano reconoce a ambos grupos como fieles católicos, insiste en que solo la Santa Sede tiene autoridad para nombrar obispos según el Derecho Canónico.

Este enfrentamiento ha provocado múltiples arrestos, desapariciones y limitaciones a prácticas religiosas. A pesar de ello, se estima que hay alrededor de 12 millones de católicos en China, divididos casi por mitades entre ambas facciones (datos de AsiaNews).

Un hombre que no se doblega

Joseph Zen nunca ha tenido miedo de hablar, ni siquiera a su avanzada edad. En 2023, ya tuvo que pedir permiso a un tribunal para acudir al funeral del Papa emérito Benedicto XVI. En esa ocasión, aprovechó para reunirse con el Papa Francisco en una audiencia privada. Informes recientes aseguran que incluso criticó el calendario del cónclave previo al próximo cónclave papal, cuestionando su puesta en marcha anticipada, aunque no hay confirmación oficial directa.

La vida de este cardenal hongkonés parece salida de una novela de espionaje durante la Guerra Fría. Arrestado, despojado de su pasaporte, enfrentando a dos de las estructuras más jerárquicas del planeta —el Vaticano y el Partido Comunista—, Joseph Zen sigue lanzando mensajes con su mera presencia.

¿Una iglesia dividida o en evolución?

El cardenal Stephen Chow, actual obispo de Hong Kong, viajará también al Vaticano. En 2023, Chow hizo historia al invitar al obispo de Beijing, instalado por la asociación patriótica, a visitar Hong Kong en una señal de apertura. Esta invitación fue vista como un gesto diplomático que podría suavizar las tensiones sino-vaticanas.

No obstante, es difícil conciliar esta línea conciliadora con la visión de Zen, para quien nada justifica la cesión de principios. La pregunta clave es si esa política de “diálogo diplomático” puede garantizar la libertad religiosa, o si perpetúa el sufrimiento de los fieles más comprometidos.

La resistencia del catolicismo en China

La historia de Zen nos recuerda que la represión religiosa en China no es nueva, ni ha cesado con los avances diplomáticos. En 2018, Human Rights Watch documentó múltiples casos de demolición de iglesias, prohibiciones de catequesis a menores, y la detención de sacerdotes por realizar misas en casas privadas en regiones como Hebei.

En este contexto, la figura de Zen se agiganta. Representa una Iglesia que aún respira en las catacumbas, visible como la llama de una vela en medio del cemento autoritario.

“Las cadenas en las manos no impiden que recemos con el corazón”, escribió un sacerdote anónimo desde prisión en 2021, en una carta publicada en medios cristianos clandestinos.

Zen no es solo un cardenal; es la voz de los que no pueden hablar. En una era marcada por la corrección política y el pragmatismo diplomático, su determinación actúa como un recordatorio brutal de que la fe a veces debe enfrentarse a gigantes.

¿Y ahora qué?

Mientras el mundo mira hacia otro lado, y mientras el Vaticano sigue apostando por el apretón de manos con Beijing, la figura solitaria de este cardenal frágil y envejecido sigue recordándonos que hay una línea entre el compromiso pastoral y la complicidad silenciosa.

Zen regresará pronto a Hong Kong. Le espera una audiencia judicial por apelar su sentencia anterior. Pero también lo esperan miles de católicos que lo ven como un símbolo viviente de una iglesia que resiste, sufre y no olvida.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press