Walter Frankenstein: el hombre que desafió al Holocausto y educó desde la memoria

Desde los techos incendiados de Berlín hasta los auditorios escolares de Europa, la historia de un sobreviviente centenario que encontró en la educación y la memoria una forma de resistencia

Walter Frankenstein vivió cien años, pero su nombre trasciende por mucho una longevidad extraordinaria. Representa uno de esos pocos testimonios vivientes que, en carne propia, sobrevivieron lo impensable: el Holocausto. Sin embargo, su verdadero legado no está solo en haber escapado con vida de la maquinaria de exterminio nazi, sino en haber dedicado el resto de su existencia a preservar la memoria, hablar con los jóvenes, educar y resistir —esta vez con palabras y verdad— al olvido.

Un niño marcado por el antisemitismo

Nacido en 1924 en Flatow, en lo que entonces era Alemania y que hoy pertenece a Polonia, Walter Frankenstein conoció desde muy pequeño el precio de ser judío en un país donde el odio se institucionalizó. En 1936, con apenas 12 años, la maquinaria del Tercer Reich ya lo había excluido del sistema educativo público. Fue enviado a Berlín para seguir estudiando con ayuda de un tío y recibir formación como albañil.

Ahí, en el orfanato judío Auerbach’sche, conoció a quien sería su compañera de vida: Leonie Rosner. Ninguno de los dos sospechaba que esa relación sería probada no solo por la guerra, sino por un régimen decidido a hacerlos desaparecer.

Kristallnacht: el incendio de la esperanza

Uno de los momentos que marcó la vida de Frankenstein ocurrió el 9 de noviembre de 1938, la tristemente célebre Kristallnacht o "La noche de los cristales rotos". Desde el techo del orfanato, pudo observar cómo ardían las sinagogas de Berlín, mientras las ventanas de los comercios judíos reventaban como cristales bajo martillos impulsados por odio.

“Entonces supimos: las sinagogas estaban ardiendo”, recordaba en una entrevista para 2018. “A la mañana siguiente, cuando fui a la escuela, había vidrio roto por todas partes en las calles”.

El Instituto Yad Vashem estima que durante esa jornada murieron al menos 91 judíos, se destruyeron más de 1.400 sinagogas y 30.000 hombres judíos fueron enviados a campos de concentración.

Sobrevivir en las sombras del Reich

En 1941, como millones de judíos en Europa, Frankenstein fue obligado a realizar trabajo forzado. Pero la amenaza de deportación era constante. En 1943, cinco semanas después del nacimiento de su primer hijo, Peter-Uri, Walter y Leonie tomaron una decisión radical: desaparecer del mapa y entrar en la clandestinidad. La consigna era clara: “No haremos lo que Hitler quiere”.

Durante 25 meses, vivieron prácticamente como fugitivos: escondiéndose en edificios bombardeados, acogidos por amigos, con un bebé en brazos y, más adelante, otro más: Michael, nacido en 1944 mientras aún se encontraban ocultos.

No estaban solos. Se estima que 7.000 judíos intentaron escapar a la muerte escondiéndose en Berlín. De ellos, únicamente 1.700 sobrevivieron. Muchos fueron delatados, capturados por la Gestapo, muertos en bombardeos o víctimas de enfermedades.

Liberación y reconstrucción

Con la entrada del Ejército Rojo en 1945, Berlín fue liberada. Entre los sobrevivientes judíos en la ciudad, solo quedaban alrededor de 25 niños. Los hijos de los Frankenstein estaban entre ellos.

Antes de la llegada de los nazis, Berlín tenía alrededor de 160.500 judíos. Para mayo de 1945, quedaban unos 7.000. El resto fue exterminado o forzado al exilio. En total, el Holocausto acabó con unos 6 millones de judíos europeos.

De sobreviviente a educador

Tras el fin de la guerra, Walter y su familia emigraron a Palestina —entonces bajo mandato británico—, y después, en 1956, se radicaron en Suecia, donde vivieron el resto de sus vidas.

Pero Frankenstein jamás olvidó su pasado. Ya en tiempos de paz, regresó con frecuencia a Alemania —no por nostalgia, sino con un propósito: educar. Visitar las escuelas secundarias se convirtió en su misión.

“Los jóvenes no son responsables de lo que ocurrió, pero sí lo serán si no recuerdan y repiten el silencio que lo permitió”, dijo en un discurso en Berlín.

Un héroe silencioso con insignias encontradas

En 2014, el Gobierno alemán le otorgó la Cruz Federal al Mérito, la distinción más alta que concede el Estado a un civil. Walter siempre llevaba con él esa medalla en un estuche azul, dentro del cual, pegado en la tapa, guardaba otro símbolo:

“Este es el primer 'reconocimiento' que recibí: la estrella amarilla que los nazis me obligaban a llevar. La primera me marcó, la segunda me honró”, decía con solemnidad.

Fútbol y memoria: pasión por el Hertha Berlín

Más allá del tema del Holocausto, Walter conservó algunos vínculos con su adolescencia, especialmente su amor por el Hertha BSC, el club de fútbol de Berlín. En su juventud, asistía a los partidos con entusiasmo. Pero cuando los judíos fueron excluidos de la vida pública, escuchaba los juegos por radio, en secreto.

En 2018, el club le rindió homenaje convirtiéndolo en miembro honorario con un detalle conmovedor: su número de socio fue el 1924, el mismo año de su nacimiento.

Una vida contra el olvido

En tiempos de revisionismo, teorías de conspiración y discursos políticos que trivializan la historia, voces como la de Frankenstein adquieren una urgencia incomparable.

No se trató únicamente de contar el horror —de por sí indescriptible—, sino de comprometerse con el deber de recordar. Comprendía mejor que nadie que la memoria no es solo un acto del pasado, sino una herramienta del presente para construir un futuro ético, crítico e informado.

Walter Frankenstein falleció en Estocolmo el 22 de abril de 2024, rodeado de su familia. Tenía 100 años. No necesitó monumentos para trascender; su historia está edificada en la conciencia de miles de jóvenes a los que les tendió la mano con la voz firme aunque temblorosa de un siglo entero. Y esa voz, mientras la repitamos, no morirá jamás.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press