Francisco, el Papa que nunca volvió a casa: luces y sombras del primer pontífice latinoamericano
Un análisis de la compleja y apasionada relación entre el Papa Francisco y su país natal, Argentina
El 21 de abril de 2025 marcó un momento histórico para la Iglesia católica y para Argentina. La muerte del Papa Francisco, nacido como Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, desató una oleada de emociones contrapuestas en su tierra natal: desde la profunda tristeza de quienes lo veneraban como una figura de humildad y justicia social, hasta el escepticismo de quienes lo veían como un líder víctima —o protagonista— de la polarización política nacional.
Una vida entre la fe y la política
Francisco no fue un papa convencional. Su elección en marzo de 2013 ya rompía moldes: era el primer papa latinoamericano, el primero jesuita y el primero con el nombre de 'Francisco', en honor al santo de Asís y su misión de humildad, paz y cercanía con los pobres.
Pero ya desde antes, como arzobispo de Buenos Aires, "Bergoglio" se había ganado el apodo de "el obispo de las villas miserias", al dedicar buena parte de su vida pastoral a las zonas más empobrecidas de la capital argentina. Su particular conexión con los marginados marcó la impronta de su papado, y también generó polémica en su país de origen.
No pisó suelo argentino como papa
Una de las mayores críticas que recibió de sus compatriotas fue su decisión de no regresar nunca a Argentina como pontífice. A pesar de visitar Bolivia, Chile, Paraguay y Brasil, el Papa Francisco evitó sistemáticamente retornar al país del que partió.
Esta ausencia fue interpretada como una decisión eminentemente política. Según observadores como la periodista Alejandra Renaldo, de 64 años, "eso fue una decisión política, no hay dudas". Esta percepción se vio reforzada por sus cercanas y afectuosas relaciones con figuras políticas como Cristina Fernández de Kirchner, a quien recibió con entusiasmo en el Vaticano, mientras que su reunión en 2016 con el presidente de centroderecha Mauricio Macri duró tan solo 22 minutos y fue visiblemente tensa.
El actual presidente argentino, Javier Milei, lideró una relación tempestuosa con Francisco, llegando a calificarlo de “zurdo asqueroso” y “representante del maligno en la Tierra” antes de asumir el cargo. Aunque ambos parecieron reconciliarse en una reunión en Roma en 2024, las tensiones dejaron una huella clara.
El papa de los pobres
En su homilía tras la muerte de Francisco, el actual arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva, recalcó: “El papa de los pobres, de los marginados, de los excluidos ha fallecido”. Este legado de Francisco fue particularmente visible en los barrios más humildes de la ciudad, como Villa 21-24, donde el futuro papa caminaba descalzo en procesiones, compartía mate con madres solteras o adictos en recuperación, y ayudó a transformar una precaria capilla en un robusto centro comunitario con jardín y escuela.
Gabriela Lucero, de 66 años y feligresa de la Basílica de San José de Flores —la iglesia en la que Bergoglio escuchó el llamado al sacerdocio a los 16 años— afirmó conmovida: "Su filosofía era que las puertas de la Iglesia estuvieran abiertas para todos, inmigrantes, pobres, luchadores, todos".
Un papa incómodo para los poderosos
Francisco no temió usar su voz contra las estructuras de poder. Fue un crítico feroz del capitalismo salvaje, de los efectos del cambio climático y del desequilibrio social. Su encíclica Laudato Si' (2015) fue una potente llamada de atención sobre la crisis ecológica, sugiriendo que la destrucción de la naturaleza es un pecado contra Dios.
Estas posturas generaron antipatía entre figuras de derecha en América Latina y en su propio país. Fue duramente criticado por quienes lo acusaron de “troskismo eclesial”, y por mostrar cercanía con figuras del movimiento peronista, especialmente con Cristina Kirchner, a quien se le achaca, entre otras cosas, una gestión económica desastrosa.
Por otro lado, entre sus defensores se encontraba el sacerdote de barrios marginales Lorenzo “Padre Toto” de Vedia, quien lo consideraba su mentor y modelo de vocación eclesiástica: "No perdemos el espíritu. Seguimos adelante cumpliendo su legado".
Un legado espiritual para una Argentina dividida
En una nación agrietada por la crisis económica y una constante tensión política, la figura de Francisco representaba tanto un faro espiritual como una figura de discordia. Para muchos, fue el único líder verdaderamente interesado en los pobres. Para otros, un líder eclesiástico demasiado cercano a la política partidaria.
Catalina Favaro, una joven de 23 años, resumió esa dualidad: "Como cada argentino, creo que fue un rebelde. Puede que haya sido contradictorio, pero eso también fue lindo".
Las villas lo lloran como a uno de los suyos
En las villas y barrios humildes como Flores, donde nació Francisco, se vio un luto que trascendió lo institucional. Adultos llorando durante las misas, velas encendidas, flores en las escalinatas de la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, y retratos del ex papa pegados en las columnas.
“Era el más humilde de Buenos Aires. Nunca vamos a tener un papa como él”, dijo entre lágrimas Sara Benítez Fernández, de 57 años. “Usaba subte como nosotros. Caminaba. No tengo palabras. Me duele tanto, tanto.”
Comparaciones inevitables
Muchos argentinos no pudieron evitar compararlo con Juan Pablo II, quien visitó su Polonia natal apenas cinco meses después de ser elegido en 1978. Esta fue una de las razones por las que algunos vieron en Bergoglio, o en Francisco, una figura más ligada a equilibrios internos del Vaticano que al amor patrio evidente.
La discusión perdurará: ¿debió haber visitado su tierra? ¿Fue su neutralidad una forma de evitar favorecer un bando en la polarización política argentina o fue, como sostuvo una parte del clero, una decisión de dolorosa prudencia?
La Argentina tras Francisco
El presidente Javier Milei declaró una semana de duelo nacional y bajó las banderas a media asta. En su mensaje de condolencias en redes sociales, recapituló: “Pese a las diferencias que hoy parecen menores, haberlo conocido en su bondad y sabiduría fue un verdadero honor para mí”.
Pese a la controversia, hay consenso en que Francisco marcó una era para el Vaticano y América Latina. Fue un papa sin filtros, sin joyas, sin tronos, que eligió un Dacia Logan en lugar de un papamóvil blindado. Que abogó por los migrantes, denunció la trata de personas, empujó modernizaciones dentro de la Iglesia —como permitir debates sobre el celibato o el rol de la mujer— y, sobre todo, que se definió a sí mismo como “un pecador al que se le ha mirado con misericordia”.
Hoy Argentina no solo pierde a un compatriota ilustre, sino que dice adiós al más humano de los papas, a ese sacerdote que una mañana cualquiera, a los 16 años y en una iglesia modesta de Flores, decidió dedicar su vida entera al prójimo.