Siria tras el ocaso de Assad: ¿Renacimiento diplomático o legitimación de un nuevo autoritarismo?
La primera visita de congresistas estadounidenses a Damasco desde la caída de Bashar al-Assad reabre el debate sobre sanciones, derechos humanos e intereses estratégicos en una Siria transformada
Una nueva era comienza en Damasco
La reciente visita de los congresistas estadounidenses Cory Mills (Florida) y Marlin Stutzman (Indiana) a Siria marca un capítulo inédito en las relaciones entre Washington y Damasco. Bajo un clima aún incierto tras la abrupta salida de Bashar al-Assad en diciembre de 2024, Siria parece redibujar su mapa político y diplomático.
Bajo el liderazgo de Ahmad al-Sharaa, antiguo comandante del grupo islamista Hayat Tahrir al-Sham (una escisión de al-Qaida en Siria), el país intenta reconstruir sus relaciones internacionales mientras enfrenta un devastador legado: más de 500.000 muertos, una economía en ruinas y una reputación erosionada por años de represión.
Pero ¿qué significa realmente este giro diplomático? ¿Está Estados Unidos legitimando una nueva forma de autoritarismo en su afán por estabilizar la región, o estamos ante un cambio real en la lógica de poder en Medio Oriente? Esta análisis desgrana las claves del complejo tablero sirio pos-Assad.
La simbólica visita de los legisladores republicanos
La presencia de legisladores estadounidenses en Damasco, por primera vez desde el inicio de la guerra civil en 2011, es tan simbólica como estratégica. A pesar de no ser una visita oficial del gobierno estadounidense, representa un gesto político de apertura que no había existido ni siquiera en los momentos más moderados del conflicto.
Los congresistas Mills y Stutzman recorrieron varios sectores de la capital siria, incluyendo el casco antiguo y la sinagoga dañada durante los años de guerra. También visitaron la prisión de Saydnaya, emblemática por las denuncias de violaciones masivas a los derechos humanos bajo el régimen de Assad, donde se estima que murieron miles de prisioneros (Amnistía Internacional estima entre 5.000 y 13.000 ejecuciones entre 2011 y 2015).
¿Quién es Ahmad al-Sharaa?
El ascenso de Ahmad al-Sharaa al poder es polémico. Antiguo yihadista vinculado al Frente al-Nusra —brazo de Al-Qaida en Siria—, se consolidó en diciembre como el nuevo líder del país tras una rápida toma de Damasco. Según reportes, su movimiento logró captar apoyos dentro de la capital y desterrar a Assad, quien hoy vive asilado en Moscú bajo protección del Kremlin.
En un giro inesperado, días después de la caída del régimen, Estados Unidos canceló la recompensa de $10 millones ofrecida por la captura de al-Sharaa, lo que despertó suspicacias incluso dentro del espectro político estadounidense. La entonces diplomática Barbara Leaf lideró una delegación de alto nivel que se reunió con al-Sharaa, un hecho sin precedentes.
Sanaciones, petróleo e intereses cruzados
Desde Washington aún no se ha reconocido oficialmente al nuevo gobierno sirio. Sin embargo, se ha emitido una licencia general humanitaria, válida por seis meses desde enero, que permite ciertas transacciones con la administración de al-Sharaa, como la venta limitada de energía y el envío de ayuda humanitaria.
Es importante recordar que las sanciones impuestas durante el régimen de Assad —una combinación de castigos diplomáticos, restricciones económicas y bloqueos en el sistema financiero internacional— fueron clave para debilitar su gobierno. Estas incluyeron la Ley César, aprobada en EE.UU. en 2019, que penaliza a cualquier actor que colabore con el régimen de Damasco.
No obstante, Siria posee importantes reservas de petróleo y gas en su región oriental, actualmente controladas parcialmente por milicias kurdas aliadas a Estados Unidos. ¿Podría un eventual acercamiento diplomático conducir a un acuerdo de explotación compartida o reconfigurar el dominio territorial?
Un nuevo enfoque estratégico estadounidense
La Casa Blanca enfrenta una disyuntiva delicada. Por un lado, las voces conservadoras en Washington —incluidos los congresistas que visitaron Siria— argumentan que abrir un canal con el nuevo gobierno sirio podría contener la influencia iraní y expulsar a remanentes del Estado Islámico.
Por otro lado, organizaciones como Human Rights Watch y Amnistía Internacional advierten que este escenario puede suponer la legitimación de un nuevo autoritarismo, igual de represivo que el anterior. A pesar de sus orígenes insurgentes, al-Sharaa ha demostrado un enfoque militarista y poco tolerante con las libertades civiles.
¿Una nueva Primavera Árabe?
Curiosamente, la caída de Assad recuerda al espíritu que en 2011 impulsó la Primavera Árabe. En aquel momento, Siria fue uno de los epicentros del cambio, aunque pronto su revolución fue secuestrada por el autoritarismo, las milicias islamistas y la intervención extranjera.
Hoy, más de una década después y tras 14 años de guerra, la población siria sigue buscando estabilidad. Pero la paz aún parece distante: fuerzas rusas continúan operando en Hama, milicias iraníes no se han retirado completamente, y los kurdos se aferran a sus bastiones en el noreste del país.
El papel de actores regionales: Emiratos, Corea del Sur y más
Al-Sharaa ha iniciado una campaña acelerada para legitimar su gobierno en el plano internacional. Ya ha visitado los Emiratos Árabes Unidos —probablemente en busca de capital para reconstrucción—, y recientemente Corea del Sur anunció el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Damasco, un hecho especialmente relevante dada su rivalidad con Corea del Norte, aliada histórica de Siria.
Esta apertura geopolítica podría significar una reconfiguración del panorama diplomático en Oriente Medio, donde las potencias regionales empiezan a tomar partido sin esperar el beneplácito de Washington.
¿Y los derechos humanos?
La cuestión más sensible sigue siendo la de las garantías democráticas y el respeto a los derechos humanos. Estados Unidos exige que el nuevo gobierno sirio respete a las minorías religiosas y étnicas como condición para levantar las sanciones. Esto incluye a la minoría alauita (tradicionalmente gobernante), cristianos, kurdos y drusos.
Sin embargo, los primeros signos no invitan al optimismo. Según informaciones de la ONU, más de 1.800 presos políticos siguen desaparecidos y diversas organizaciones internas denuncian que el aparato represivo continúa operativo bajo el nuevo régimen.
¿Qué sigue para Siria?
Estamos ante una etapa de redefiniciones. La pregunta clave es si la comunidad internacional —en especial Estados Unidos y la Unión Europea— impulsará reformas y derechos desde una diplomacia crítica, o si, por el contrario, optará por normalizar relaciones sin condiciones, en nombre de la seguridad antiterrorista y los intereses energéticos.
Siria enfrenta su encrucijada: reconstruirse con justicia o encaminarse hacia otro ciclo de represión y cuestionable estabilidad.
El tiempo, la presión internacional y, sobre todo, la resistencia civil interna marcarán la ruta de un país cuya tragedia humanitaria no puede seguir siendo moneda de cambio en los tableros de poder global.