La Guerra Silenciosa por Asia Central: ¿Nuevo Orden o Viejas Ambiciones?

Mientras Rusia rehabilita a los talibanes y Tailandia impulsa negociaciones con la junta militar de Myanmar, el tablero político de Asia experimenta movimientos sísmicos encubiertos

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Una región en movimiento: el ajedrez geopolítico de Asia Central y del Sudeste Asiático

En medio del caos global, conflictos olvidados y nuevas realineaciones silenciosas están redefiniendo el futuro de Asia Central y el Sudeste Asiático. Mientras Occidente se distrae con otras guerras y elecciones internas, actores influyentes como Rusia, Tailandia y Malasia están reconfigurando sus enfoques diplomáticos frente a naciones consideradas, hasta hace poco, como parias internacionales: Afganistán, dirigido por los talibanes, y Myanmar, bajo un gobierno militar tras el golpe de 2021.

El regreso de los talibanes a la legalidad rusa

El fallo del Tribunal Supremo de Rusia del pasado jueves levantando oficialmente la designación de organización terrorista impuesta a los talibanes en 2003 ha pasado casi desapercibido en la prensa occidental. Sin embargo, se trata de un cambio sísmico con consecuencias profundas. Desde la caída de Kabul en manos del Talibán en 2021, los rusos han comenzado a entablar relaciones estratégicas con el nuevo gobierno afgano, pese a que la ley rusa impedía contactos oficiales con grupos terroristas.

La decisión fue posible gracias a la reciente aprobación de una ley que permite suspender esa designación mediante un proceso judicial. De esta forma, Rusia se alinea de forma práctica con países que ya han suavizado su postura ante los talibanes, como Kazajistán y Kirguistán.

De enemigos a aliados estratégicos

No podemos olvidar que la historia entre Rusia y Afganistán es compleja. Durante diez años, de 1979 a 1989, la antigua Unión Soviética libró una guerra brutal en suelo afgano, finalmente retirada sin gloria. A más de tres décadas, el interés ruso no es bélico, sino geopolítico. Controlar la narrativa, proyectar influencia y asegurarse aliados en una región desestabilizada es parte de su nueva diplomacia regional.

Moscú ha animado a establecer canales oficiales de diálogo con los talibanes, asistiendo a foros y fomentando la cooperación en temas de seguridad y lucha contra el narcotráfico. "Es hora de tratar con quienes realmente ejercen poder en Afganistán", expresó recientemente un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso.

Los derechos humanos como moneda de cambio

No obstante, este acercamiento ocurre en un contexto interno oscuro. Desde 2021, los talibanes han revertido derechos fundamentales. Las mujeres y niñas han sido excluidas de las escuelas, hospitales, parques y casi cualquier espacio público. El mensaje internacional ha sido claro: sin respeto a los derechos humanos, no habrá ayuda ni legitimidad. Pero para actores como Rusia o China, la estabilidad y el control del poder pesan más que las éticas democráticas promovidas por Occidente.

La ONU y agencias como la UNICEF han advertido del impacto brutal de estas políticas. La prohibición de educación a niñas mayores de sexto grado y restricciones laborales a mujeres están diezmando las posibilidades de recuperación del país. Como resultado, la ayuda internacional se ha desplomado un 70% desde 2021, según cifras del Humanitarian Response Plan.

El otro frente caliente: Myanmar, entre terremotos y armas

Al sur de Asia, Myanmar también vive un proceso silencioso pero peligroso. La dictadura militar dirigida por Min Aung Hlaing, que derrocó al gobierno democrático de Aung San Suu Kyi en febrero de 2021, vive bajo el asedio internacional, pero con ventanas de oxígeno como las abiertas recientemente por Tailandia y Malasia.

En abril de 2025, Bangkok fue sede de una reunión inusual. El primer ministro tailandés Paetongtarn Shinawatra recibió a su homólogo malasio, Anwar Ibrahim, y, en un hecho rarísimo, al propio Min Aung Hlaing. Oficialmente, la agenda era la entrega de ayuda humanitaria tras un terremoto devastador el 28 de marzo, que dejó 3,725 muertos y más de 5,000 heridos. Pero tras bambalinas, la diplomacia tomaba un giro diferente.

La diplomacia de desastres: ¿puente hacia la paz?

Especialistas como Ilan Kelman de la University College London sostienen que existe una rama aún subestimada de las relaciones internacionales: la diplomacia de desastres. Entre terremotos y huracanes, se abren brechas para la cooperación donde antes solo había conflicto.

Así lo entiende Thaksin Shinawatra, ex primer ministro tailandés y ahora asesor informal de Anwar Ibrahim. Su presencia en la sombra agitó las apuestas: ha tenido reuniones tanto con el ejército como con líderes étnicos rebeldes. Hasta ahora, el plan de paz de cinco puntos promovido por la ASEAN ha sido ignorado por la junta. Pero aliados como Tailandia creen que la ayuda, condicionada a ceses al fuego ampliados, podría empujar negociaciones reales.

El dilema de la legitimidad

Para opositores como el Gobierno de Unidad Nacional, en el exilio, cualquier contacto con la junta supone una traición. Rechazan que la diplomacia con Min Aung Hlaing imponga el reconocimiento implícito de un régimen culpable, según la ONU, de múltiples crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos.

"Estas acciones corren el riesgo de legitimizar un golpe militar ilegal y reforzar al régimen responsable del sufrimiento de millones", afirma un comunicado conjunto de fuerzas pro-democracia. Añaden que la canalización de ayuda debe evitar las estructuras militares, que utilizan los recursos como forma de control y castigo hacia las zonas rebeldes.

¿Qué tiene que ver Donald Trump en todo esto?

Uno pensaría que Myanmar y Afganistán nada tienen que ver con la política estadounidense. Sin embargo, la influencia de Donald Trump, incluso fuera de la Casa Blanca, sigue impactando. Durante su presidencia, Trump impulsó negociaciones polémicas, como el acuerdo de Doha de 2020 con los talibanes que fijó un calendario de retirada para EE. UU. Y ahora, de acuerdo a reportes, ha promovido, aunque indirectamente, contactos para liberar prisioneros afganos en acuerdos humanitarios.

En Asia, los aliados de EE. UU. temen un segundo mandato del ex-presidente. En Tailandia y Malasia, ya analizan cómo adaptarse si Washington vuelve a abandonar el multilateralismo en favor del aislacionismo trumpista. Mientras tanto, China y Rusia llenan esos vacíos con pragmatismo extremo: negociar, incluso con los autoritarios.

El nuevo Juego de Tronos asiático

Lo que se perfila es un nuevo orden regional, donde las reglas de la Guerra Fría han sido sustituidas por un cinismo funcional. La estabilidad, la influencia y la conectividad regional sustituyen a los estándares democráticos o a la transparencia. Y aunque para muchos esto suene a retroceso, para los regímenes sobre el terreno es una victoria moral y diplomática.

Las consecuencias están por verse. ¿Ganarán los moderados dentro del Talibán y abrirán a su país al mundo? ¿Cederá la junta de Myanmar a una transición política efectiva si reciben apoyo humanitario masivo? ¿O será esto solo maquillaje diplomático para eternizar el autoritarismo?

Una cosa es segura: la región ha decidido actuar por su cuenta. No esperarán a la bendición de Washington o Bruselas para redibujar su mapa de relaciones. Y en ese terreno, las alianzas son fluídas... y peligrosas.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press