Venezuela al borde del colapso económico: El espejismo del dólar y el nuevo rostro de la crisis
El país sudamericano enfrenta una nueva fase de su prolongada crisis con inflación descontrolada, recesión inminente y pérdida de poder adquisitivo, pese a promesas de recuperación.
El reflejo de la crisis a orillas del Lago de Maracaibo
Erick Ojeda, un joven pescador de 24 años de Maracaibo, se despierta con el alba para enfrentar otro día de incertidumbre. Después de una noche pescando camarones, regresa a tierra casi con las manos vacías. No solo debe ayudar a sus compañeros a sacar los botes del agua, también tiene que buscar cómo llegar al hospital donde su hermana y su recién nacido lo esperan. Sin dinero, sin transporte y con el peso de una nación quebrada sobre los hombros, Ojeda representa el rostro anónimo de una Venezuela cada vez más asediada por su propia crisis económica.
“Tenemos que seguir luchando, aunque el trabajo esté malo. Seguimos confiando en Dios. A ver si hace un milagro para arreglar a toda Venezuela”, dice resignado.
Un país atrapado en su propio laberinto económico
Tras más de una década de dificultades, Venezuela entra en lo que muchos economistas consideran una de las fases más críticas de su recesión. La pérdida de ingresos por exportación petrolera, las sanciones impuestas por EE. UU. y la falta de medidas de contención efectivas han puesto al país una vez más al borde del abismo.
Paradójicamente, entre 2021 y 2023, Venezuela presenció un breve espejismo de recuperación económica. Los anaqueles volvieron a llenarse, la hiperinflación pareció desacelerar e incluso surgieron negocios emergentes, especialmente en Caracas. El uso del dólar estadounidense como moneda de facto impulsó la capacidad de compra temporal de muchos. Fue un respiro engañoso que terminó en decepción.
El ascenso y caída del ‘renacer económico’
El Producto Interno Bruto (PIB) de Venezuela creció un 8% en 2022, según el Fondo Monetario Internacional. Fue un giro importante luego de que entre 2014 y 2020 el país perdiera más del 80% de su economía.
El gobierno de Nicolás Maduro permitió la circulación libre del dólar, eliminó controles de precios y comenzó a inyectar millones de dólares semanales al mercado cambiario a través del Banco Central de Venezuela. Estas acciones estabilizaron temporalmente el tipo de cambio, detuvieron la emisión masiva de bolívares y redujeron así la hiperinflación, que en 2018 había alcanzado una cifra aterradora del 130,000%.
En Caracas, boutiques importadas, nuevas franquicias de comida rápida y servicios como Uber Eats o Yummy pintaban un futuro más brillante. El contraste, sin embargo, era brutal: en ciudades como Maracaibo, considerada antes la capital petrolera del país, las calles seguían marcadas por la miseria.
Un dólar cada vez más fuera de alcance
Desde hace décadas, los venezolanos valoran al dólar como el termómetro de su economía. Pero en 2024 algo comenzó a quebrarse. El esfuerzo titánico del gobierno por mantener artificialmente estable el tipo de cambio colapsó. Cuando Chevron, la empresa clave que sostenía el suministro de divisas, fue obligada a detener operaciones por órdenes del gobierno de EE. UU., el dólar comenzó a escaparse nuevamente del bolívar.
Economistas como Leonardo Vera explican que el tipo de cambio oficial se mantuvo durante buena parte de 2023 alrededor de los 35 bolívares por dólar, pero que ese modelo era “claramente insostenible”. A inicios de 2025, el mercado negro ya superaba los 100 bolívares por dólar. Esto rompe de nuevo la cotidianidad: comercios informales, donde la mayoría compra alimentos, usan la tasa no oficial, encareciendo la vida de forma repentina.
“Lo advertimos muchos: el tipo de cambio no se podía sostener con tan pocas reservas”, afirma Vera.
El regreso sigiloso de la inflación
En paralelo, el poder adquisitivo se ha desplomado. El economista Pedro Palma estima que la inflación anual podría alcanzar entre el 180% y el 200% en 2025. A pesar de este panorama, el salario mínimo oficial en Venezuela es de apenas $1,65 mensuales, complementado por bonos estatales de unos $100 mensuales que también están en peligro de desaparecer.
El impacto en la vida cotidiana es devastador. Comerciantes ven sus ventas caer, mientras empresas empiezan a pagar nuevamente en bolívares, lo que incrementa la presión sobre el mercado paralelo debido a la desesperada conversión a divisas por parte de los trabajadores.
Medidas de emergencia sin reacción estructural
En un intento por frenar el colapso, Maduro decretó a inicios de abril una “emergencia económica nacional”. Esta medida incluye poderes para suspender ciertos impuestos y establecer compras obligatorias a producción nacional como método para sustituir importaciones.
No obstante, estas acciones son percibidas como reactivas y no estructurales. El gobierno también redujo la jornada laboral de funcionarios públicos, dándoles más tiempo para buscar empleos paralelos que compensen sus salarios en deterioro. Pero el problema es otro: las empresas no están contratando.
“El panorama es verdaderamente dramático: por un lado, la inflación se dispara; por otro, se avecina una recesión severa.”, resume Palma.
Una migración apagada por nuevas barreras
Durante años, millones de venezolanos buscaron en la migración un escape. En el momento más álgido de la crisis, entre 2017 y 2020, salieron más de cuatro millones de personas según la Plataforma R4V de la ONU. Pero en 2025, este flujo se ha desacelerado.
¿La razón? Las nuevas restricciones impuestas por Donald Trump han endurecido la posibilidad de migrar a Estados Unidos, tanto legal como ilegalmente. Esto desincentiva a quienes, como el taxista Jonatan Urdaneta en Maracaibo, solían llevar a migrantes hasta la frontera con Colombia.
“Antes hacía dos viajes diarios. Ahora puedo pasar días sin uno solo”, dice con resignación desde su viejo Ford de 1984.
¿Qué puede esperar Venezuela de su futuro inmediato?
Todo parece indicar que Venezuela ha vuelto a una encrucijada peligrosa. Ya no se habla de recuperación sino de contención del deterioro. La gente común, como los pescadores del Lago de Maracaibo, vive al día con lo poco que consiguen pescar o vender.
La sociedad venezolana, resiliente por naturaleza, ahora se encuentra atrapada entre un bolívar sin valor, un dólar inalcanzable, una inflación galopante y un gobierno sin soluciones de fondo. El milagro que pide Ojeda quizá no venga pronto, y el país podría estar entrando en una nueva espiral de pobreza que lo aleja aún más de cualquier estabilidad duradera.