Oklahoma City: 30 años del atentado que marcó una era y una nación

Tres décadas después del ataque terrorista más letal perpetrado por estadounidenses, las cicatrices emocionales e ideológicas siguen abiertas

El 19 de abril de 1995 cambió para siempre el rostro de Estados Unidos. Ese día, a las 9:02 de la mañana, una explosión brutal sacudió el Alfred P. Murrah Federal Building en Oklahoma City, dejando 168 muertos —entre ellos 19 niños— y más de 500 heridos. Treinta años después, en medio de ceremonias conmemorativas, discursos oficiales y nuevos análisis políticos, el país sigue preguntándose: ¿aprendimos la lección?

El estremecimiento de una nación confiada

Antes del atentado, el terrorismo era percibido como un enemigo foráneo. Sin embargo, la autoría del crimen recayó sobre dos exsoldados del ejército estadounidense: Timothy McVeigh y Terry Nichols, motivados por un odio profundo hacia el gobierno federal.

McVeigh, veterano de la Guerra del Golfo, alimentaba su furia con los acontecimientos de Waco (1993) y Ruby Ridge (1992), dos enfrentamientos entre ciudadanos armados y agencias federales que resultaron en muertes civiles, incluidos una mujer y un niño. Para McVeigh, esos hechos eran evidencias del "totalitarismo del gobierno". Su respuesta fue cargar un camión Ryder con casi dos toneladas de fertilizante y combustible para crear una de las bombas más grandes colocadas en territorio estadounidense.

Víctimas sin olvido: historias de vida marcadas por el dolor

Aren Almon y la pérdida de Baylee

Una de las historias más desgarradoras es la de Aren Almon, madre de Baylee Almon, quien falleció un día después de celebrar su primer cumpleaños. La imagen de Baylee, inerte en los brazos del bombero Chris Fields, ganó el Premio Pulitzer de fotografía y se convirtió en una representación icónica del dolor colectivo. Pero Aren señala con razón que su hija no era "un símbolo", sino una niña real, con vida, risas y futuro.

Chris Fields, el bombero y el peso de la imagen

Chris Fields sostiene que jamás olvidará el momento en que recibió el cuerpo sin vida de Baylee. “Sabía que alguien estaba a punto de tener el peor día de su vida”, recuerda. Hoy, Fields sigue viendo amenazas similares incubarse en el discurso político moderno. “¿Puede volver a ocurrir algo así? Sin dudas”, afirma con contundencia.

PJ Allen, resiliencia marcada en la piel

PJ Allen apenas tenía 18 meses cuando fue rescatado de la guardería del edificio, con graves quemaduras, daño pulmonar y una traqueotomía que aún persiste. Hoy, a sus más de 30 años, trabaja como técnico en la Base Aérea de Tinker, y al mirar atrás dice: “Aprecio despertar cada día. Sé que otros no tuvieron esa fortuna”.

Hijos sin recuerdos: Austin Allen

Austin Allen tenía solo 4 años cuando su padre, Ted Allen, empleado del Departamento de Vivienda, murió en la explosión. Hoy, Austin es padre también, y reflexiona sobre lo poco que recuerda de su progenitor: “Me apoyo en anécdotas de terceros para construir su memoria”. La polarización política actual lo inquieta: “Siento un paralelismo con 1995… demasiado parecido”.

Dennis Purifoy, el sobreviviente que nunca oyó el estallido

Purifoy trabajaba en la oficina del Seguro Social cuando ocurrió el atentado. “Pensé que mi computadora había explotado”, comenta. Perdió 16 compañeros. Hoy, con 73 años, reflexiona: “Las teorías conspirativas matan; lo vimos aquí”.

La prensa frente a una tragedia inédita

La respuesta informativa también fue histórica. Judy Gibbs Robinson, una editora de radio, fue una de las primeras reporteras en llegar al lugar. “Recuerdo los zapatos de vestir que llevaba, pisando vidrios”, relata 30 años después. En medio de la confusión, usó un teléfono dentro de un banco para reportar la escena: padres llorando, niños extraviados, humo negro. Su testimonio aún estremece.

Ese mismo día, el amateur Charles Porter ofreció una imagen que se volvió leyenda: la fotografía de Baylee en brazos de Fields. “Vale más que mil palabras”, dijo el editor que compró la imagen. Hoy sigue siendo uno de los documentos gráficos más potentes del siglo XX.

¿Una advertencia desatendida?

Para algunos, el atentado fue un momento de unidad. Para otros, un punto de inflexión ideológico. Pero persiste una sensación inquietante entre muchos sobrevivientes y estudiosos: que el odio contra el gobierno nunca desapareció, sino que mutó.

Según un reporte del Southern Poverty Law Center, los grupos de odio antigobierno en Estados Unidos han fluctuado entre más de 1,000 en 2011 y aproximadamente 560 en 2023. Las cifras, aunque menores que en épocas pasadas, reflejan una presencia persistente.

“El discurso violento disfrazado de activismo político es una amenaza real. Lo fue en 1995, lo es hoy”, advirtió en 2024 la directora del Memorial Nacional de Oklahoma City.

El Monumento Nacional: más que un recuerdo

El Oklahoma City National Memorial, inaugurado en 2000, alberga el Field of Empty Chairs donde cada silla representa a una víctima. Nineteen de ellas son versiones menores para los niños del daycare. Es un espacio de duelo, pero también de reflexión.

Cada 19 de abril, sobrevivientes, familiares y ciudadanos se reúnen. En 2025, se espera una asistencia histórica en la ceremonia del 30º aniversario.

Una bomba, un país cambiado

El atentado de Oklahoma City dejó una lección trágica: el terrorismo no solo viene del exterior. Puede gestarse en garajes, en conversaciones entre supuestos patriotas radicales, en foros digitales donde el odio se disfraza de lucha por la libertad. Treinta años después, Estados Unidos recuerda el horror con cicatrices aún visibles en la piel, la memoria y el alma de sus ciudadanos.

Y aunque el edificio ha desaparecido, enterrado bajo toneladas de silencio y cemento, el eco de aquel estallido resuena cada vez que la desinformación y el extremismo buscan una nueva chispa.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press