Cuando la salud mental estalla: violencia, política y tragedias evitables en Estados Unidos

Entre fuegos cruzados en Arkansas y el incendio intencionado en la mansión del gobernador de Pensilvania, una historia que revela la crisis invisible de salud mental en EE.UU.

Estados Unidos, tierra de contrastes y potencia global, enfrenta una crisis que muchas veces pasa desapercibida fuera de sus fronteras: el profundo colapso de su sistema de salud mental. Dos tragedias recientes —una tiroteo masivo en Arkansas con múltiples involucrados y un incendio provocado en la mansión del gobernador de Pensilvania durante una de las festividades más sagradas del judaísmo— ejemplifican de manera brutal cómo la falta de atención efectiva a los trastornos mentales puede terminar en violencia, dolor e irreparables pérdidas humanas.

El tiroteo de Conway: un parque convertido en campo de batalla

El 7 de abril de 2024, la ciudad de Conway, Arkansas, vivió una noche marcada por el terror. Durante un evento en un parque —no autorizado por el municipio— estalló un tiroteo que terminó con dos personas fallecidas y nueve heridas. De acuerdo con el jefe de policía Chris Harris, se dispararon cerca de 100 balas provenientes de al menos seis armas diferentes.

Las víctimas mortales fueron identificadas como Tatayana Penister, de 24 años (originaria de England, Arkansas), y Demetrius Feemster, de 23 años (de Little Rock). Una de las víctimas heridas permanece en cuidados intensivos, mientras que los otros afectados presentan lesiones no potencialmente mortales.

La naturaleza del tiroteo, con múltiples tiradores y un arsenal sorprendente, reaviva el debate sobre la proliferación de armas en EE.UU., pero también apunta a un trasfondo más profundo y delicado: la violencia como manifestación de un sistema fallido tanto en salud mental como en regulación social.

Un incendio con implicaciones políticas, religiosas y mentales

El mismo fin de semana, otra tragedia sacudió a la ciudad de Harrisburg, Pensilvania: un hombre de 38 años llamado Cody Balmer fue arrestado por provocar un incendio en la mansión del gobernador estatal, Josh Shapiro, durante la noche del sábado al domingo. El hecho ocurrió en pleno Pésaj —una de las festividades más importantes del calendario judío—, mientras Shapiro y su familia celebraban con una cena tradicional (Seder) junto a allegados.

Afortunadamente, no hubo víctimas humanas, pero los daños materiales fueron significativos. El fuego afectó paredes, mobiliario de valor histórico y hasta un piano, en una sala usada comúnmente para recepciones oficiales. Las autoridades estiman los daños en millones de dólares.

Balmer, que se había desplazado a pie una hora desde su residencia, usó bombas caseras hechas con botellas de cerveza y gasolina, trepó una reja de seguridad de más de dos metros y evadió a la policía durante un tiempo. Las cámaras de seguridad, junto con un llamado telefónico de su expareja, permitieron su captura. Según el parte policial, expresó odio hacia el gobernador Shapiro, aunque no se aclaró un móvil político o religioso.

Salud mental: una crisis estructural

El caso de Balmer expone varias realidades preocupantes. Su familia reveló que sufre de bipolaridad y esquizofrenia, condiciones para las que había sido hospitalizado al menos dos veces, pero que él mismo se negaba a aceptar. Su madre, Christie Balmer, declaró:

“No estaba tomando su medicina, y eso es todo lo que quiero decir”

Por su parte, su hermano Dan Balmer, ingeniero eléctrico, describió años de conductas erráticas, intervenciones médicas fallidas y un sistema que ofrece pocas soluciones prácticas:

“Ha tenido altibajos toda su vida. No cree que esté enfermo y, por lo tanto, no toma sus medicamentos.”

Las autoridades, sin embargo, enfrentan una contradicción legal: en su comparecencia ante el juez, Cody Balmer negó sufrir algún trastorno mental, lo cual entorpece aún más cualquier intento de evaluación o asistencia judicial especializada.

¿Cuántos Cody Balmer hay sueltos?

Este episodio no es único. Según datos de la NAMI (National Alliance on Mental Illness), al menos uno de cada cinco adultos en Estados Unidos padece algún trastorno mental cada año. Sin embargo, apenas un tercio recibe tratamiento adecuado. La falta de diagnóstico, asistencia terapéutica y adherencia a medicamentos configura un cóctel explosivo.

La situación se agrava si se considera que el 44% de los presos en EE.UU. tienen algún trastorno mental diagnosticado, y que más del 70% de los tiroteos masivos registrados entre 1982 y 2022 fueron cometidos por personas con antecedentes psiquiátricos (fuente: Mother Jones Database, 2023).

¿Cómo es posible entonces que, en un país con tantos recursos tecnológicos, científicos y económicos, la salud mental continúe siendo tratada como una nota al margen del sistema sanitario?

El fracaso de un sistema y la marginación de la enfermedad mental

Una de las respuestas más frecuentes a esa pregunta nace en los recortes presupuestarios, la privatización de servicios y la estigmatización social. A partir de la década de 1980, con las políticas de desinstitucionalización impulsadas por la administración Reagan, cientos de centros psiquiátricos públicos cerraron sus puertas, liberando a miles de pacientes sin implementar alternativas comunitarias eficaces.

Desde entonces, el sistema de salud mental en EE.UU. ha quedado a merced de iniciativas locales, fundaciones privadas y sistemas carcelarios que operan como hospitales improvisados. Como resultado, una persona con esquizofrenia o bipolaridad en situación de pobreza tiene hoy más oportunidades de acabar en prisión que en un hospital psiquiátrico.

Entre lo político, lo religioso y lo personal

El ataque contra Shapiro adquiere un cariz más sensible si se entiende dentro del contexto antisemita y polarizado de la política estadounidense actual. Shapiro, gobernador de primer mandato por Pensilvania, ha hecho de su fe judía un aspecto central en su vida pública. Sus discursos incluyen referencias frecuentes al Talmud y tradiciones judías; su campaña gubernamental resaltó imágenes familiares durante el Shabat.

En este contexto, que alguien haya atacado su residencia en pleno Pésaj no puede considerarse un hecho trivial, aunque no haya aún pruebas de motivación religiosa.

Shapiro, descrito como un potencial candidato presidencial demócrata para 2028, apenas comenzaba a consolidar su imagen pública cuando ocurrió el atentado. Las autoridades aún investigan si el ataque tiene una raíz política, personal o simplemente psiquiátrica. Pero lo que sí está claro es que, sin importar el móvil, sucesos como este refuerzan el clima de tensión y polarización que se vive en EE.UU.

¿Qué se puede hacer?

El debate sobre el control de armas en EE.UU. ha acaparado desde hace décadas gran parte de la discusión en torno a la violencia. Sin embargo, episodios como los de Conway y Harrisburg muestran que el acceso a tratamiento psiquiátrico, la prevención y la educación emocional son igual de imprescindibles.

Algunas posibles medidas incluyen:

  • Reapertura de centros comunitarios de salud mental con enfoque integral y accesible.
  • Intervención temprana en escuelas, donde se detecten señales alarmantes.
  • Desestigmatización institucional y mediática del diagnóstico psiquiátrico.
  • Reforma judicial que permita intervenciones médicas en casos de negativa del paciente con síntomas psicosis evidentes.
  • Programas de seguimiento obligatorio para individuos con historial de episodios psicóticos violentos.

También es necesario que el sistema político asuma el coraje de afrontar este problema como una emergencia nacional de salud pública y no como un simple asunto policial o de seguridad.

Violencia como síntoma

Las tragedias de Arkansas y Pensilvania no son casos aislados, sino parte de un patrón preocupante. La violencia, en esos contextos, no fue simplemente el acto de personas maliciosas, sino el resultado de un sistema incapaz de acompañar, tratar y reintegrar a quienes luchan con su mente a diario.

Cuando la enfermedad mental no recibe tratamiento, el dolor psicológico puede convertirse en rabia irracional, delirios peligrosos y episodios violentos. Y mientras el sistema continúe fallando, los Cody Balmer y los tiroteos de eventos comunitarios seguirán siendo parte de las oscura rutina noticiosa estadounidense.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press