NRB: El colectivo que transforma la danza en un acto de libertad en el corazón de Ciudad de México
Sin alcohol, sin vigilancia, sin prejuicios: Así la Nueva Red de Bailadores revoluciona el espacio público a ritmo de cumbia, jazz e inclusión
Por las tardes de domingo en el Bosque de Chapultepec, es común encontrar familias paseando, ciclistas recorriendo senderos y jóvenes disfrutando del aire libre. Pero desde hace unos años, un rincón del parque se convierte en algo mucho más vibrante: un auténtico santuario del baile libre.
Bajo la iniciativa de la Nueva Red de Bailadores (NRB), un colectivo fundado en la Ciudad de México, cientos de personas se reúnen de forma periódica para mover sus cuerpos al ritmo de la música en un entorno gratuito, diverso, libre de acoso, prejuicios y normas rígidas. Esta propuesta, que comenzó como una reunión íntima entre amigos en un departamento, ha evolucionado hasta convertirse en un movimiento cultural que marca una nueva manera de habitar el espacio público.
Baile como manifestación comunitaria
Lo que distingue a las fiestas de la NRB no es solo el setlist—que puede abarcar desde jazz experimental y hip-hop egipcio hasta cumbia electrónica—sino la atmósfera. No hay presencia policiaca, no se vende alcohol, y en lugar de vigilancia, predomina un sistema de cuidado colectivo, donde los asistentes se protegen entre sí.
“¡Esta es una invitación abierta para que todos se muevan como quieran en un espacio seguro!”, exclamó Axel Martínez, uno de los fundadores del colectivo, durante una reciente edición celebrada en el Jardín Escénico de Chapultepec. La respuesta es inmediata: los casi 300 asistentes se dan permiso para liberarse de la rigidez cotidiana y expresarse a través del movimiento.
Del apartamento al parque: el nacimiento del NRB
La historia del NRB comienza hace nueve años como una simple reunión casera de amantes del baile. Pero lo que empezó entre veinte personas pronto se desbordó, sumando a decenas y luego centenas que descubrían en estos encuentros un ritual urbano de liberación.
Ante la creciente necesidad de espacio, los fundadores optaron por llevar la fiesta al parque. Chapultepec, uno de los parques urbanos más grandes del hemisferio occidental con más de 2,000 acres, se convirtió en el epicentro del movimiento. “Bailar a solas es una experiencia profunda, pero hacerlo en comunidad te enriquece de una manera diferente”, reflexiona Martínez.
El colectivo ha organizado más de 300 sesiones de baile en sitios históricos, fábricas abandonadas, museos, jardines y más. Su relación con las autoridades de la ciudad ha sido clave; han recibido equipo de sonido y permisos gracias a su enfoque cultural y comunitario.
Una nueva red que trasciende lo digital
En un mundo hiperconectado por redes sociales, el NRB ha sabido aprovechar tanto el boca a boca como el poder del internet. El resultado ha sido un círculo virtuoso entre la conexión virtual y la física, como lo menciona Elías Herrera, otro miembro activo del colectivo.
“Yo antes asociaba bailar con la fiesta y el alcohol”, confiesa Mateo Cruz, un asistente habitual de 27 años. “Pero aquí descubrí que puedo liberar mi cuerpo y mis emociones sin necesidad de nada externo, sin juzgarme ni sentirme juzgado.”
Una pista de baile para todas las edades
Entre los asistentes se puede ver a madres con sus hijos, parejas de adultos mayores, adolescentes inquietos y jóvenes en plena exploración de sus identidades. “Lo que me atrae es ver a tanta gente diversa, de todas las edades y antecedentes, compartiendo alegría”, comenta Ana Celia Agustín, de 29 años. “Hay un ambiente de respeto total. Es un bálsamo moderno”.
Isabel Miraflores, una ex subdirectora de escuela de 73 años, asiste con su esposo. “Lo maravilloso es que es gratuito”, dice. “Y podemos convivir con personas de todos los sectores sociales y edades. Nos divertimos sin ningún tipo de problema.”
Chapultepec: un parque que baila
En el contexto de la Ciudad de México, donde el baile en espacios públicos no es algo nuevo (es típico en mercados, festividades patronales y más), lo que distingue a la NRB es su diversidad musical, inclusiva y generacional. Algunos domingos, al caer la noche, aún hay gente haciendo fila para entrar al pabellón vidriado, incluso cuando solo queda una hora de fiesta.
“En una realidad capitalista como la nuestra, encontrar una alternativa gratuita y accesible como esta es casi un milagro”, enfatiza Martínez. “La accesibilidad para nosotros lo es todo.”
Un modelo de convivencia alternativa
Lejos de la lógica de consumo habitual asociada a las fiestas urbanas—entradas con costo, consumo de alcohol obligatorio, restricciones estéticas o sociales—el NRB se rige por un paradigma inclusivo. Aquí, lo único necesario es la voluntad de lanzarse a la pista. El colectivo demuestra que sí es posible crear espacios efervescentes sin recurrir a la lógica comercial o de control, desatando una nueva normalidad donde la ciudad se vuelve hogar emocional.
No hay codazos, tampoco hay que pertenecer a una tribu urbana específica. No importa si mueves las caderas con precisión de bailarina profesional o si apenas levantas los pies del suelo; lo que cuenta es el placer compartido de estar presentes.
Baile como transformación del espacio público
Estos eventos no solo ofrecen diversión, sino que también transforman la manera en que la ciudadanía se apropia de los espacios públicos. El NRB propone una recuperación simbólica y afectiva de lugares cotidianos, convirtiéndolos en zonas de libertad y expresión. En tiempos en que cada minuto de esparcimiento parece tener un precio, estas fiestas nos recuerdan que la libertad puede comenzar por el cuerpo.
“Soñar, pensar, imaginar y movernos distinto. Para eso estamos aquí cada domingo”, concluye Martínez. Y mientras suena una mezcla entre chamamé y funk brasileño, los cuerpos se agitan ahora más libres que nunca.
¿Una red que se expande fuera de CDMX?
Mientras crece el número de asistentes y los videos circulan por TikTok e Instagram, algunas ciudades como Puebla, Guadalajara y Oaxaca ya han solicitado al colectivo replicar el modelo. “No queremos franquiciar el concepto, pero sí nos encantaría ayudar a que otras comunidades bailen como lo hacemos aquí”, dice Herrera.
La danza libre, sin presión ni objetivo, se convierte así en una forma de encuentro humano, terapéutico, político y estético. Desde la abuela que mueve tímidamente los hombros hasta el chico no binario que gira en el centro con los ojos cerrados, todos construyen una ciudad distinta, una pista que transforma.
Y con los últimos rayos del sol iluminando los cristales del pabellón de Chapultepec, la NRB no solo promueve el arte del movimiento, sino también el de construir comunidad.