Oman: el discreto árbitro que podría evitar una guerra nuclear entre Irán y EE. UU.
Mientras Teherán y Washington vuelven a la mesa de negociación, el sultanato de Omán se consolida como el insustituible mediador silencioso del Golfo
Un escenario inesperado pero recurrente
En un mundo donde la diplomacia parece haberse vuelto espectáculo, Omán sigue apostando por la discreción y el equilibrio. La capital del sultanato, Muscat, vuelve a ser el escenario elegido para unas negociaciones cruciales entre Estados Unidos e Irán, en un momento en el que el programa nuclear iraní ha alcanzado niveles alarmantes de enriquecimiento de uranio.
Este tipo de reuniones, lejos del ojo público y ajenas a los reflectores, se han convertido en una especialidad omaní. Tal como lo describe el analista político Giorgio Cafiero, “Omán prefiere una diplomacia silenciosa, pero efectiva”.
Una nación distante del ruido pero cercana a la historia
Omán es un país singular. Mientras Qatar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes apuestan por iniciativas diplomáticas con portadas y flashes, el sultanato sigue una tradición centenaria de no alineamiento y conciliación. Con una población de 5,2 millones y un nivel moderado de riqueza petrolera, esta antigua potencia marítima aplica una política exterior que muchos expertos resumen como "Omanibalancing": el arte de equilibrar entre potencias rivales.
Esta doctrina fue conceptuada hace más de 25 años por el historiador Marc J. O'Reilly. Él la describió como una estrategia que permite a Omán reforzar relaciones sin caer en bandos. Esta política perdura incluso tras la muerte del carismático Sultán Qaboos en 2020, quien gobernó durante medio siglo, y con su sucesor, Haitham bin Tariq Al Said, intentando mantener el legado con pulso firme.
El laberinto nuclear: el escenario actual
Teherán llega a estas negociaciones con una capacidad nuclear ampliamente superior a la de 2015, cuando firmó el histórico acuerdo con el Grupo 5+1 (China, Francia, Rusia, Reino Unido, EE. UU. y Alemania). Según reportes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Irán ya posee uranio enriquecido hasta el 60%, apenas un paso técnico de distancia del grado armamentístico (90%).
En contraste, el acuerdo de 2015 le limitaba a solo 3.67% y a un stock máximo de 300 kilogramos. Esa realidad quedó atrás en 2018, cuando el presidente Donald Trump se retiró unilateralmente del acuerdo, imponiendo sanciones severas a Teherán.
Hoy, en su segundo mandato, Trump ha amenazado con ataques militares si Irán no vuelve a la mesa de diálogo bajo sus condiciones. Irán, por su parte, afronta una economía lastrada por el embargo, pero se muestra menos dispuesto a hacer concesiones que en el pasado.
Incluso, funcionarios iraníes han insinuado su disposición a expulsar inspectores de la OIEA y mover uranio enriquecido a lugares secretos, como en los inicios del conflicto nuclear hace más de dos décadas.
Omán: sutil armador de puentes diplomáticos
La utilidad de Omán en este ajedrez geopolítico radica en su acceso y relaciones fluidas con ambos lados. Desde los 70 mantiene vínculos cordiales con Teherán, relación que incluso se fortaleció cuando el Sha de Irán envió tropas a sofocar una rebelión en la provincia omaní de Dhofar. A su vez, Washington ha aprovechado esta relación para iniciar conversaciones indirectas, como lo hizo el presidente Barack Obama antes del acuerdo de 2015.
Incluso hoy, con la diplomacia regional más dividida que nunca y multitud de actores involucrados (Israel, Arabia Saudita, Rusia, China...), Omán sigue siendo el jugador silencioso e indispensable. Cafiero lo resume así: “En esta era de Trump 2.0, los riesgos son más altos y la mediación omaní es más valiosa que nunca”.
Diplomacia de bajo perfil frente a negociaciones de alto riesgo
Uno de los grandes obstáculos de esta nueva ronda de entrevistas en Muscat es precisamente su alta exposición mediática. A diferencia de los diálogos previos, donde todo se discutía en sigilo, esta vez Trump hizo pública la agenda desde la Casa Blanca. Mientras tanto, los medios estatales omaníes han mantenido silencio total, siguiendo su estilo reservado.
Si bien se confirma que las primeras reuniones serán indirectas, con mensajes transmitidos mediante el ministro de Asuntos Exteriores de Omán, Badr bin Hamad al-Busaidi, no se descartan conversaciones directas en el corto plazo. Aún así, este modelo recuerda a la diplomacia clásica, cuando el intermediario no es una máquina de relaciones públicas, sino un vehículo discreto de entendimiento.
Otras opciones sobre la mesa: ¿una solución estilo libio?
Algunos como el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, han propuesto un desenlace más radical: atacar y desmantelar físicamente las instalaciones nucleares iraníes, al estilo de Libia en 2003. Sin embargo, muchos en Teherán ven esa referencia como una amenaza existencial, recordando el trágico destino de Muamar Gadafi en 2011.
El líder supremo iraní, Ali Jamenei, ha invocado repetidamente el caso libio como ejemplo de lo que sucede cuando una nación confía en exceso en promesas occidentales. De ahí que muchos funcionarios consideren innegociable la renuncia total a su programa nuclear.
¿Hasta dónde puede empujar Omán?
Pese a su condición de pequeño país, la experiencia histórica y la posición estratégica de Omán le sitúan en el centro de múltiples conflictos regionales. No solo aloja estas negociaciones nucleares, también mantiene conversaciones con los rebeldes hutíes en Yemen y actúa como puente informal entre grupos hostiles del Golfo.
Por esa misma razón, Washington y Teherán han confiado en su capacidad. Sin embargo, los nuevos rumbos de política internacional, la presión pública sobre la diplomacia secreta, y el avance técnico del programa iraní, podrían complicar esta ronda como nunca antes.
Los riesgos de fracasar
El fracaso de las negociaciones no solo volvería a poner a la región al borde de un conflicto militar, sino que desencadenaría una nueva carrera armamentística nuclear en Medio Oriente. Arabia Saudita ha insin[u]ado que desarrollaría su propio programa nuclear si Irán consigue armas.
A eso se suman las implicancias internacionales: deterioro de la cooperación con la OIEA, ruptura de tratados antinucleares y debilitamiento de las estructuras multilaterales de seguridad global. El mundo podría entrar a una nueva Guerra Fría regional, con múltiples frentes activos y escasa supervisión internacional.
Un espacio valiente para conversaciones incómodas
En un mundo en el que la balanza diplomática se inclina por el poder y la visibilidad, Omán demuestra que la relevancia también puede venir del silencio y la moderación. Si bien Muscat no garantiza una salida definitiva al problema nuclear iraní, su papel como anfitrión de diálogo entre enemigos históricos podría evitar una catástrofe.
Mientras los titulares del mundo se centran en otros lugares más llamativos, Omán florece como el jardinero de la paz en el desierto más turbulento.