Serbia, protestas, expulsiones y censura: ¿una democracia en retroceso?
Mientras el gobierno de Aleksandar Vucic enfrenta protestas masivas y acusa injerencias extranjeras, crecen las tensiones diplomáticas internas y externas.
Por más de una década, Serbia ha transitado un camino diplomático sinuoso entre su pasado balcánico y sus aspiraciones europeístas. Pero los últimos acontecimientos han despertado señales de alarma: represión a protestas, expulsiones de extranjeros, ataques a la prensa y denuncias de autoritarismo en aumento.
Un país marcado por la protesta
Desde hace meses, cientos de estudiantes, activistas y ciudadanos serbios han tomado las calles para protestar contra lo que consideran una creciente corrupción en el gobierno del presidente Aleksandar Vucic. La chispa que encendió esta oleada de manifestaciones fue el colapso de una marquesina en el norte del país que acabó con la vida de 16 personas el 1 de noviembre de 2024.
El suceso, más allá del dolor humano que causó, fue visto como el síntoma de una infraestructura pública deteriorada por años de negligencia gubernamental. Pero más allá de lo técnico, la tragedia dio pie a un profundo clamor ciudadano contra el sistema.
Vucic, exministro de Información durante el gobierno de Slobodan Milosevic, ha pasado de ser ultranacionalista a promotor declarado de la integración europea. Sin embargo, cada vez más voces —tanto dentro como fuera del país— acusan a su gobierno de perseguir a la oposición, controlar los medios y gobernar con tácticas autoritarias.
La represión como respuesta
En lugar de abrir canales de diálogo, el gobierno ha decidido intensificar su control. Más de una decena de periodistas denunciaron ataques y amenazas mientras cubrían las protestas. Organizaciones como Reporteros Sin Fronteras han denunciado que la libertad de prensa está en estado “crítico” en Serbia.
Además, figuras estudiantiles han sido detenidas e interrogadas, y al menos 13 ciudadanos extranjeros fueron expulsados a comienzos de este año. En muchos casos, la razón oficial fue “riesgo para la seguridad nacional”, sin más explicación.
El caso de Arien Ivkovic Stojanovic, una médica croata que lleva 12 años residiendo en Serbia, es paradigmático. Después de expresar su apoyo a las protestas estudiantiles en redes sociales, fue notificada por la policía de que debía salir del país en siete días por representar “una grave amenaza de seguridad”.
“Al principio me reí”, aseguró en una entrevista. “Jamás he tenido ni una multa de tránsito… solo vivo una vida normal”. Su caso, ampliamente cubierto por los medios croatas y regionales, ha elevado la tensión diplomática entre Zagreb y Belgrado.
La reacción de Croacia y la dimensión regional
El 11 de abril, el primer ministro croata Andrej Plenkovic condenó públicamente la decisión de Serbia y presentó una nota de protesta formal. “Estas expulsiones son inaceptables y pedimos una explicación clara por parte de las autoridades serbias”, declaró en sesión del gobierno.
Líderes europeos también han expresado inquietud respecto al rumbo político en Belgrado. Aunque Serbia aún es aspirante oficial para la adhesión a la Unión Europea, la represión a la disidencia y la falta de independencia judicial han sido obstáculos recurrentes en su proceso de integración.
No es casualidad que en los últimos meses también se haya impedido la entrada al país de cámaras de televisión de Eslovenia y Croacia, así como que se hayan cancelado talleres de organizaciones pro-democracia con participantes de distintas nacionalidades.
¿Una nueva ‘revolución de color’?
Uno de los elementos más polémicos es la narrativa del propio Vucic y su círculo. El presidente serbio ha acusado a “servicios de inteligencia occidentales” de estar detrás de las protestas, con el propósito de orquestar una “revolución de color” —en referencia a los movimientos democráticos que sacudieron a Georgia, Ucrania y otras naciones del este de Europa en los años 2000.
Esta retórica, más cercana a Moscú que a Bruselas, refuerza las sospechas sobre las simpatías del gobierno serbio con Rusia y China. A pesar de sus declaraciones públicas de afinidad con los valores europeos, las acciones de Vucic revelan una postura ambigua.
Recordemos que en 2023 Serbia se abstuvo de condenar formalmente la invasión rusa a Ucrania, y desde entonces ha mantenido un delicado equilibrio entre su alianza profunda con Moscú y sus obligaciones diplomáticas con Occidente.
La libertad de prensa bajo fuego
Uno de los indicadores más claros de salud democrática en cualquier nación es el estado de su prensa. En el caso serbio, múltiples medios independientes como N1, KRIK y CINS han denunciado presiones sistemáticas, campañas de difamación, y dificultades para acceder a información pública.
En su informe de 2024, Reporteros Sin Fronteras colocó a Serbia en el puesto 91 de 180 países analizados en libertad de prensa, ubicándola por debajo de naciones vecinas como Croacia (actualmente en el puesto 42).
Las consecuencias no son solo simbólicas. Una prensa amordazada incapacita a la ciudadanía para entender el funcionamiento del Estado, fiscalizar a sus representantes y elegir en libertad. El control informativo permite que la narrativa oficial impere, incluso si esta distorsiona los hechos.
¿Qué opinan los ciudadanos?
Según una encuesta realizada por Ipsos Serbia en enero de 2025, el 54% de los serbios entre 18 y 35 años consideran que el país se aleja de los estándares europeos en materia de derechos civiles. Además, casi el 70% apoya las protestas ciudadanas, pese a temer represalias.
La juventud se ha convertido en la vanguardia de esta disidencia. Bajo el lema “Nema više tišine” (No más silencio), estudiantes de distintas universidades han organizado marchas, bicicletadas hacia Bruselas y campañas virales que han llegado a la atención de organismos internacionales y eurodiputados.
Un futuro incierto pero vigilado
El desenlace de los actuales conflictos en Serbia aún está por definirse. Pero lo que sí parece claro es que se está librando una batalla por el alma democrática del país.
Con cada arresto, expulsión y censura de un medio, el gobierno serbio se aleja de los valores de pluralismo, libertad y transparencia que representan el núcleo de la Unión Europea. Y con cada pancarta, grito de protesta o publicación crítica, una parte de la sociedad serbia resiste y exige una nación diferente.
El reloj político de Serbia corre, y con él, su oportunidad de reconciliar su pasado autoritario con un futuro democrático. La pregunta es: ¿podrá hacerlo mientras silencia voces en lugar de escucharlas?