Doralzuela bajo amenaza: El fin del TPS y la incertidumbre de miles de venezolanos en EE. UU.
A medida que vencen las protecciones migratorias para miles de venezolanos, crece el temor en Doral, Florida, donde una comunidad vibrante ve tambalear sus sueños americanos
Por décadas, Doral se ha convertido en un refugio de esperanza y esfuerzo para miles de venezolanos que huyeron de una patria sumida en el caos. Hoy, ese sueño pende de un hilo.
La ciudad de Doral, Florida—apodada cariñosamente "Doralzuela"—es el hogar de la mayor comunidad venezolana en Estados Unidos. Un lugar donde se pueden encontrar arepas en cada esquina, los colores de la bandera venezolana en tiendas de abarrotes y un idioma español más predominante que el inglés. Sin embargo, una sombra recorre sus calles: la amenaza del fin del TPS (Estatus de Protección Temporal) y el programa de parole humanitario que ha brindado amparo legal a cientos de miles.
Un cambio drástico en las políticas migratorias
Desde que comenzó el año, la administración de Donald Trump ha movido ficha en materia migratoria. En febrero, puso fin a dos programas clave que mantenían a más de 700,000 migrantes de Venezuela, Cuba, Haití y Nicaragua protegidos de la deportación. El más significativo para la comunidad venezolana: el fin del parole humanitario, previsto para el 24 de abril de 2025, a menos que un tribunal lo impida.
Esta medida ha provocado alarma entre residentes y empresarios locales. Wilmer Escaray, un exitoso empresario venezolano que emigró en 2007, ilustra el drama con claridad. Escaray empezó su primer restaurante en Miami en 2013. Hoy es dueño de más de una docena de establecimientos, donde emplea a 150 personas, en su mayoría venezolanos, muchos de ellos dependientes del TPS.
“Estamos hablando de talento humano. Hay gente que hace trabajos que otros no quieren hacer”, afirmó Escaray a la prensa. “Perder esto es perder todo lo que hemos construido aquí”.
La historia detrás del éxodo venezolano
El drama migratorio venezolano no es nuevo. Desde 2014, más de 8 millones de venezolanos han abandonado su país, una de las mayores crisis de desplazamiento globales del siglo XXI, según datos de la ACNUR. Primero migraron a países vecinos como Colombia, Perú y Brasil. Pero la inestabilidad en Sudamérica, sumada a los estragos de la pandemia, provocaron una ola migratoria hacia Estados Unidos en busca de mejores oportunidades.
Muchos emprendieron la travesía del conocido Tapón del Darién, una peligrosa selva entre Colombia y Panamá. Otros llegaron legalmente con el programa de parole humanitario implementado durante la administración Biden. En Doral se asentaron médicos, ingenieros, peluqueros, obreros y empresarios. Aunque algunos lograron naturalizarse, miles viven bajo estatus temporales y sin una vía clara hacia la ciudadanía.
El dilema de los trabajadores con TPS
El TPS otorga un permiso de trabajo temporal, pero sin garantías de permanencia. Una de esas historias es la de “John”, un empresario de 37 años que pidió mantenerse en anonimato. Llegó a Estados Unidos hace nueve años, construyó una empresa de construcción y hoy lucha por mantener a su familia bajo la amenaza de convertirse en indocumentado.
“Nos duele que el gobierno nos dé la espalda. No vinimos a delinquir, vinimos a trabajar y construir”, declaró. Su esposa, también con TPS, trabaja como agente de bienes raíces, y su hija de cinco años, nacida en EE. UU., personifica la dualidad de muchas familias migrantes: hijos ciudadanos y padres en incertidumbre legal.
El 31 de marzo, un juez federal extendió temporalmente el amparo del TPS para unas 350,000 personas a la espera de una resolución judicial. Pero esta victoria es parcial y efímera.
Un silencio político ensordecedor
Curiosamente, este tema ha generado muy poca tracción política entre los líderes republicanos, salvo por tres representantes cubanoamericanos de Florida: Mario Díaz Ballart, Carlos Giménez y María Elvira Salazar. Ellos han solicitado una revisión caso por caso para evitar la deportación de venezolanos sin antecedentes penales.
También la alcaldesa de Doral, Christi Fraga, ha instado al gobierno a encontrar una vía legal para los inmigrantes. “Estas familias no piden limosna, quieren trabajar, construir e invertir en este país”, escribió en una carta dirigida al presidente.
Doralzuela: más que una comunidad, un refugio
Quien camina por las avenidas de Doral nota que este enclave venezolano es un ecosistema dinámico de restaurantes, salones de belleza, empresas de tecnología, agencias inmobiliarias y escuelas donde se escucha más el acento caraqueño que el floridano.
La Cámara de Comercio Venezolano-Americana indica que la mayoría de sus 800 afiliados tiene sede en el sur de Florida, y específicamente en Doral. Su presidente, Frank Carreño, advierte: “Este es un fenómeno que está en pausa. La gente no quiere regresar a Venezuela, ni puede. Hay temor de perderlo todo”.
Las señales de identidad están por todas partes. Las arepas con queso guayanés abundan en vitrinas. Tiendas de conveniencia venden Harina PAN, papelón y queso blanco llanero. Los colores amarillo, azul y rojo decoran cafeterías que sirven café negro en pocillos pequeños que recuerdan al de las esquinas caraqueñas. Esta cultura ha revitalizado la economía de Doral, una ciudad que ha experimentado un boom inmobiliario desde la llegada de los venezolanos a partir de los años 2000.
¿Y ahora qué?
La pregunta que ronda en cada mesa y cada conversación de Doralzuela es la misma: ¿qué pasará si se termina el parole humanitario y el TPS?
Para muchos, la deportación es inviable. Venezuela sigue sumida en una crisis política con un gobierno autoritario, inflación de tres cifras, deterioro de servicios y represión. UNICEF estima que uno de cada tres niños venezolanos necesita asistencia humanitaria. Volver significaría renunciar a la seguridad, la educación y progreso conseguido.
Mientras tanto, las familias siguen trabajando, esperando una luz verde desde los tribunales o el Congreso. En sus hogares, donde la hallaca se mezcla con el pavo del Thanksgiving, y donde coexiste la nostalgia por lo perdido y la esperanza de lo que se puede conservar, los venezolanos de Doral se aferran a una sola cosa: pertenecer oficialmente al país donde residen, producen y sueñan.