Marine Le Pen: Auge y caída de la líder que quiso conquistar Francia desde la extrema derecha
De una infancia marcada por la violencia a la cima de la política francesa —hasta una condena por corrupción que pone en duda su futuro político.
Una herencia política envuelta en pólvora
Marine Le Pen nació en 1968 en el seno de una familia que ya orbitaba los extremos de la política francesa. Su padre, Jean-Marie Le Pen, fundó el Front National (Frente Nacional) en 1972, una agrupación definida por sus raíces en el racismo, el antisemitismo y un fuerte nacionalismo nostálgico del colonialismo francés. Cuando Le Pen tenía solo ocho años, una bomba destruía el apartamento familiar en París, un indicativo del nivel de tensión que provocaban las posturas ideológicas de su padre.
Formada como abogada, Marine encontró rápidamente su lugar en el ruedo político. No esperó su turno; lo tomó. En 2011, se hizo con el control del partido y en 2015 expulsó a su propio padre tras comentarios negacionistas del Holocausto. Reforjó su legado naciente transformando al Frente Nacional en el Rassemblement National (Reagrupamiento Nacional), limpiando su imagen externa, pero manteniendo su mensaje esencial.
La transformación: del extremismo al electable
Le Pen remodeló por completo el partido, reemplazando los chalecos de cuero y el lenguaje violento por sacos entallados, eslóganes pulidos y una retórica centrada en “la forma de vida francesa” y el “peligro civilizacional”. Una de sus jugadas más estratégicas —y polémicas— fue acercarse a comunidades rechazadas por su entorno familiar, como la LGBTQ, incluyendo asesores abiertamente homosexuales, evitando protestas homofóbicas y posicionándose como protectora ante “el peligro islamista”.
“Fue un pinkwashing efectivo,” afirmaron sus críticos, pero sin duda surtió efecto. Cada vez más jóvenes gays —incluso de entornos urbanos progresistas— comenzaron a verla como una opción viable, estable y fuerte en medio del caos social.
Campañas presidenciales: ganar y perder terreno
Le Pen compitió en tres elecciones presidenciales: 2012, 2017 y 2022. En cada una ascendió más. En 2022, tuvo su mayor éxito: más del 40% en la segunda vuelta contra Emmanuel Macron. Posó con sus gatos, habló de ser madre soltera y prometió prioridad nacional para los ciudadanos franceses. Con una campaña disciplinada y moderna, dejó de parecer radical. Empezó a parecer inevitable.
Figuras como Viktor Orbán, Matteo Salvini y Geert Wilders la elogiaban abiertamente, viéndola como un modelo de líder de extrema derecha del siglo XXI: hábil en redes sociales, directa pero no grotesca, nacionalista sin gestualidad fascista. Según Pierre Lefevre, consultor político en París:
“Marine Le Pen sube fotos de su gato, habla de ser madre. Pero en política, no suaviza nada. Eso vuelve sus posturas extremas aceptables, incluso para quienes normalmente las rechazarían”.
El veredicto: de favorita presidencial a condenada
Todo cambió el lunes 11 de marzo. Un tribunal francés condenó a Le Pen por malversación de fondos europeos durante su etapa como eurodiputada. Según los jueces, Le Pen desvió millones de euros que debían pagar a asistentes del Parlamento Europeo para financiar personal del partido en Francia. Un esquema “organizado y deliberado”, según la fiscalía.
Su condena: dos años de arresto domiciliario, una multa de 100.000 euros y la inhabilitación por cinco años para ocupar cargos públicos. Aunque apelará, la inhabilitación entra en vigor de inmediato, dejándola fuera de las elecciones presidenciales de 2027.
Sus aliados estallaron en indignación. Orbán publicó: “Je suis Marine”. Salvini acusó a Bruselas de declarar la guerra. Mientras tanto, opositores celebraban en las calles parisinas.
Una figura que reconfiguró el mapa político
Incluso en desgracia, Le Pen deja atrás una huella imborrable en Francia y Europa. Tomó un apellido manchado y lo transformó en símbolo electoral. Logró que la ultraderecha fuera una opción viable en un país históricamente resistente al extremismo tras la Segunda Guerra Mundial.
En 2023, su partido se convirtió en la fuerza con más diputados en la Asamblea Nacional. Su heredero político, Jordan Bardella, de solo 29 años, toma ahora el liderazgo del Reagrupamiento Nacional. Aunque brillante en medios y con carisma juvenil, carece del bagaje político y de la notoriedad de Le Pen, lo que plantea incógnitas sobre su capacidad para mantener la fuerza electoral alcanzada.
Del auge al abismo: el impacto en Europa
Lo ocurrido con Le Pen no solo tiene repercusiones en Francia. Su proyecto representaba una nueva ultraderecha europea: nacionalista, moderna, estratégicamente inclusiva, enfocada más en lo cultural que en lo racial. Su caída es un duro golpe para figuras como Orbán o Salvini, que la veían como punta de lanza de un bloque ideológico capaz de redefinir la Unión Europea desde adentro.
Y aun así, su influencia sigue. Muchas de sus ideas y retóricas han sido absorbidas por partidos tradicionales. Macron mismo fue acusado de adoptar parte de su lenguaje antiinmigrante. En palabras del analista francés Jean-Yves Camus:
“Le Pen no necesitaba llegar al Elíseo para ganar. Ella empujó el eje político francés hacia la derecha como nadie desde De Gaulle”.
¿Hay retorno para Le Pen?
La historia política europea está plagada de figuras que han resurgido tras el escándalo. Silvio Berlusconi fue condenado y volvió. ¿Podría Le Pen seguir ese camino tras cinco años de inhabilitación? Tal vez. A sus 55 años, aún es relativamente joven en política.
Además, su capacidad para leer los vientos del cambio y modular su imagen hace imposible descartarla por completo. Podría regresar como figura de respaldo, estratega o incluso candidata. Pero también podría ver cómo su partido se diluye bajo liderazgos menos hábiles y su legado se convierte en carne de relatos históricos. Una cosa es segura: la época de Le Pen ya transformó Francia.
Parafraseando al historiador Eric Hobsbawm, hay épocas en la historia donde un personaje se convierte en síntoma más que en solución. Marine Le Pen fue síntoma de una Francia polarizada, asustada y en búsqueda de orden. Aun si ya no puede ofrecer soluciones, su figura seguirá siendo objeto de debate, inspiración o rechazo por décadas venideras.