Myanmar entre el sismo y la guerra: ¿puede una catástrofe natural cambiar el destino de un país en conflicto?

Mientras un terremoto sacude Myanmar, los grupos rebeldes declaran una tregua y el régimen militar enfrenta presión internacional: ¿una oportunidad para la paz o más caos humanitario?

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Myanmar, un país del sudeste asiático con una historia marcada por guerras, represión y desastres naturales, se enfrenta actualmente a una encrucijada. La madrugada del pasado viernes, un poderoso terremoto de magnitud 7,7 remeció el país, provocando devastación adicional en una nación ya fracturada por un conflicto armado interno tras el golpe militar de 2021.

Pero entre los escombros, ha surgido un gesto inesperado: la resistencia antigolpista ha declarado una pausa unilateral en las hostilidades con el fin de facilitar la ayuda humanitaria en las zonas afectadas. ¿Podrá una tragedia natural forzar momentáneamente la brújula política hacia la cooperación? En este artículo analizamos la complejidad de la situación, el simbolismo de esta tregua, y la posibilidad de que esta catástrofe abra puertas para la reconstrucción y, tal vez, para la reconciliación.

Una historia de crisis sin tregua

Desde que consiguió su independencia del Reino Unido en 1948, entonces bajo el nombre de Birmania, Myanmar ha atravesado ciclos interminables de golpes militares, levantamientos populares, conflictos étnicos y catástrofes naturales. La esperanza de una transición democrática se avivó con las elecciones ganadas por Aung San Suu Kyi en 2015, pero se apagó bruscamente en febrero del 2021, cuando el ejército tomó nuevamente el poder.

El golpe desencadenó una ola de represiones violentas, con más de 4.000 civiles muertos y más de 25.000 arrestados, según datos de la organización Assistance Association for Political Prisoners. La brutalidad generó el surgimiento de una resistencia armada bajo el paraguas del Gobierno de Unidad Nacional (NUG), aliado con grupos étnicos que llevan décadas luchando por autonomía.

La resistencia: una coalición nutrida y resiliente

El NUG se presenta como el gobierno legítimo formado por legisladores democráticamente electos y opera de manera clandestina. Su brazo armado, las Fuerzas de Defensa del Pueblo (PDF), es un conglomerado de milicias locales que, a pesar de estar pobremente armadas, tienen ventaja táctica por conocer el terreno y gozan del apoyo popular.

Estas fuerzas han establecido alianzas estratégicas con algunos de los grupos étnicos rebeldes más experimentados, como el Ejército de Independencia Kachin y el Ejército de la Alianza Democrática Nacional de Myanmar. Algunas de estas milicias incluso han demostrado capacidades para fabricar sus propias armas.

El sismo: tragedia y oportunidad

El terremoto de magnitud 7,7 registrado el pasado viernes ha exacerbado una situación humanitaria ya crítica. Se han reportado decenas de muertos, infraestructura colapsada y miles de desplazados adicionales a los más de 3 millones que ya existen debido al conflicto interno.

La respuesta del Estado ha sido tibia y, como en el pasado, marcada por las restricciones. La junta militar ha sido acusada de usar la ayuda como arma política, restringiendo su acceso a las zonas bajo control de los rebeldes o repartiéndola de forma desigual.

Este patrón no es nuevo. Tras el paso del Ciclón Nargis en 2008, que dejó más de 138.000 muertos, la junta tardó días en permitir la entrada de ayuda internacional, y lo hizo bajo condiciones restrictivas. En mayo de 2023, durante la emergencia por el ciclón Mocha, se repitieron escenas similares de negligencia y opacidad informativa.

Una tregua simbólica

En este contexto, el anuncio del NUG de imponer una tregua unilateral de dos semanas en las zonas afectadas por el terremoto puede parecer un gesto pequeño, pero tiene una carga simbólica potente y estratégica.

El comunicado asegura que las Fuerzas de Defensa del Pueblo cesarán operaciones ofensivas en las áreas golpeadas por el desastre natural, pero se reservan el derecho a defenderse. Además, anuncian su intención de coordinarse con organizaciones como la ONU y ONGs internacionales para establecer campamentos médicos y de rescate temporales en sus territorios.

Incluso han ofrecido enviar profesionales de la salud para asistir en las zonas bajo control militar, siempre que se les garantice la seguridad. Este movimiento no solo toma la iniciativa moral, sino que también presiona a la comunidad internacional para legitimar aún más su rol como actores responsables frente a una catástrofe nacional.

El ejército: escepticismo y antecedentes preocupantes

No hubo respuesta inmediata por parte de la junta militar, aunque ha hecho un gesto inusual al solicitar ayuda internacional. Sin embargo, los escépticos advierten de que estos llamados podrían no traducirse en una distribución equitativa o eficiente de la asistencia.

“El ejército ha demostrado una y otra vez que ignora las necesidades humanitarias cuando estas interfieren con sus intereses de control territorial,” señala David Scott Mathieson, analista independiente en Asia.

Las acciones pasadas del régimen refuerzan estas dudas. Tras el ciclón Nargis, se negó rotundamente la entrada de organismos como Médicos Sin Fronteras y solo se aceptó ayuda internacional bajo monitoreo militar estricto. En este nuevo desastre, los signos apuntan a una reacción similar si no hay presión externa contundente.

Comparaciones con Aceh: ¿hay esperanza?

Algunos analistas comparan la situación actual en Myanmar con el caso de Aceh, Indonesia. En diciembre de 2004, un devastador tsunami mató a más de 130.000 personas en esa región. A pesar de ser zona de conflicto entre el gobierno y el Movimiento Aceh Libre, el desastre cataclísmico forzó a ambas partes a colaborar para facilitar la reconstrucción.

El resultado fue el Acuerdo de Paz de Helsinki en 2005, que puso fin al conflicto armado y otorgó un nivel de autonomía a la región. ¿Podría Myanmar seguir el mismo camino tras el terremoto? El contexto es considerablemente más complejo, pero la historia demuestra que las catástrofes a veces abren ventanas para una paz duradera.

La comunidad internacional: ¿un rol decisivo?

La posición de los actores internacionales será clave. Hasta ahora, muchas potencias han denunciado las acciones del ejército y han impuesto sanciones, pero no han logrado cambiar el equilibrio del poder en el país.

El actual terremoto plantea una disyuntiva: presionar por el acceso humanitario directo a las zonas bajo control de la resistencia —tal como solicita el NUG— o canalizar la ayuda exclusivamente a través del gobierno militar con el riesgo de que esta sea manipulada o restringida.

Además, organizaciones multilaterales como la ONU enfrentan el dilema ético de interactuar con un régimen que no reconoce como legítimo a cambio de salvar vidas. No es una decisión sencilla, pero sí urgente.

¿Una salida inesperada a la crisis?

Las últimas décadas de Myanmar han estado definidas por una línea clara: represión militar de un lado, resistencia civil y étnica del otro. El terremoto de este año podría ofrecer un punto de inflexión, una pausa obligada en la violencia que permita nuevas formas de diálogo, aunque sea motivadas por la necesidad de reconstrucción.

No está claro si la tregua durará más que las dos semanas anunciadas ni si el gobierno militar aceptará trabajar con organizaciones ajenas para atender a todas las víctimas. Lo que sí es seguro es que la situación reclama atención internacional, presión diplomática y acción coordinada para evitar otra tragedia histórica marcada por la negligencia y la violencia.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press