Myanmar en ruinas: entre terremotos, guerra civil y el desprecio global
Más de 1.700 muertos, cientos de desaparecidos y una infraestructura devastada tras el sismo en Myanmar, cuyo impacto trasciende las fronteras geográficas y humanitarias
Un desastre sismo-político: Myanmar bajo los escombros
El pasado viernes, un devastador terremoto de magnitud 7.7 sacudió Myanmar con una fuerza brutal, dejando a su paso más de 1.700 muertos, alrededor de 3.400 heridos y más de 300 personas desaparecidas. El epicentro del sismo se localizó en las inmediaciones de Mandalay, la segunda ciudad más poblada del país, aunque los efectos también se sintieron dramáticamente en la capital Naypidó.
Lo que habría sido de por sí una catástrofe natural de altísimo nivel se ve intensificado por un contexto político y social delicadísimo: una dictadura militar enfrentando una guerra civil, infraestructuras altamente vulnerables y un sistema de respuesta de emergencia prácticamente inoperante.
Terremoto sobre escombros institucionales
No solo colapsaron edificios, puentes y aeropuertos. También lo hizo, simbólicamente, cualquier posibilidad de respuesta eficaz del gobierno militar liderado por Min Aung Hlaing. Las carreteras están destruidas, las comunicaciones son mínimas y muchas zonas afectadas son zonas de guerra. A medida que se extraen cuerpos de los escombros, también se revela la otra gran realidad del país: la descomposición institucional.
Las organizaciones internacionales tienen enormes dificultades para ingresar ayuda humanitaria al país. Muchas ONG ni siquiera pueden operar legalmente en ciertas regiones controladas por los rebeldes o por el ejército. Myanmar ya enfrentaba una crisis humanitaria antes del sismo. Ahora, la tragedia escala a niveles apocalípticos.
Una población atrapada entre la tierra y el fuego
La población civil está atrapada “entre la tierra y el fuego”. Lo que no mató el temblor, lo está matando la falta de atención médica, la escasez de suministros, y los ataques constantes en un conflicto que data desde el golpe de Estado de febrero de 2021.
Desde entonces, han surgido fuerzas insurgentes en diferentes regiones del país, como la Fuerza de Defensa del Pueblo (PDF), formada por ciudadanos armados que luchan contra el régimen. En zonas como Kayah o Chin, los combates intensos impiden la llegada de brigadas de rescate.
Tailandia también sufre, aunque en menor grado
En el vecino país de Tailandia, también se sintió el impacto del terremoto. Aunque la destrucción fue mucho menor, 18 personas murieron en un sitio de construcción en Bangkok, cuando un edificio en proceso de erigirse colapsó por la vibración sísmica.
Este evento dejó claro que los efectos del desastre no conocen fronteras. También ofrece una mirada alarmante sobre la calidad de las construcciones modernas en el sudeste asiático. Un sismo con epicentro a cientos de kilómetros pudo desplomar estructuras enteras en la capital tailandesa.
El peso económico del desastre y su efecto en mercados asiáticos
La tragedia sísmica coincidió con una jornada negra para los mercados en Asia. El Nikkei 225 de Japón cayó un 4.1%; el Kospi de Corea del Sur perdió un 2.6%; el Hang Seng de Hong Kong descendió un 1% y el SET de Tailandia disminuyó 0.9%. Aunque el sismo no fue la única causa, sí contribuyó a un sentimiento regional de inestabilidad y miedo inversor.
Mientras tanto, el Dow Jones en Estados Unidos registró una pérdida de 1.7% y el Nasdaq retrocedió un 2.7%, arrastrando a la baja incluso a gigantes como Apple y Microsoft. Si agregamos la incertidumbre sobre nuevas tarifas impulsadas por Donald Trump, nos enfrentamos a un cóctel tóxico: desastres naturales, conflictos geopolíticos y mercados volátiles.
¿Quién responde por Myanmar?
El aislamiento internacional de Myanmar ha alcanzado una profundidad dolorosa. Las sanciones impuestas tras el golpe han limitado el acceso del país a ayuda financiera y humanitaria. Por otro lado, potencias regionales como China, si bien han hecho llamados a la “estabilidad”, parece que priorizan sus intereses estratégicos económicos antes que la ayuda directa a la población.
La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) ha demostrado nuevamente su limitada capacidad para influir en la resolución de conflictos internos entre sus miembros. Myanmar sigue siendo el talón de Aquiles de esta comunidad económica y política regional.
El papel invisible de Occidente
Mientras tanto, Estados Unidos y Europa están concentrados en sus propios conflictos: desde la guerra en Ucrania hasta las tensiones con Irán y China. Esto no les ha impedido iniciar campañas militares en regiones como Yemen, pero su respuesta a Myanmar sigue siendo tibia.
Washington y Bruselas han condenado enérgicamente al régimen birmano, pero, más allá de algunas sanciones económicas y discursos diplomáticos, la ayuda concreta no ha llegado. El pueblo de Myanmar sufre, y el mundo parece haberlos olvidado.
Una lección que el planeta está ignorando
La tragedia en Myanmar no solo es un desastre humanitario, sino una llamada de atención al mundo: los países más frágiles son los más vulnerables ante catástrofes naturales. No se trata solo de placas tectónicas: se trata de estructuras institucionales fallidas, pobreza crónica y desinterés mundial.
Myanmar necesita más que ayuda inmediata. Necesita de una transformación profunda. Pero esa transformación no llegará si la comunidad internacional permanece indiferente. El terremoto del viernes no solo partió edificios, también quebró lo poco que quedaba de esperanza para millones de birmanos.
¿Habrá reconstrucción?
Lo que nos espera en los próximos días es crucial. Si no se garantiza un corredor humanitario seguro, si no se suspenden las hostilidades al menos temporalmente, si no se permite el ingreso masivo de abastecimientos básicos y atención médica, la cifra de muertos seguirá creciendo silenciosamente.
¿Podrán las facciones en guerra detenerse para salvar vidas? ¿Responderá el mundo ante la catástrofe más allá de unas cuantas notas diplomáticas y promesas vacías?
Estas son preguntas sin respuestas. Por ahora, los ciudadanos de Myanmar siguen cavando entre los escombros, buscando familiares perdidos y aferrándose a la vida en un país donde los terremotos no son sólo geológicos, sino también sociales, políticos y morales.