Una nueva ofensiva cultural: Trump, el presupuesto de Washington D.C. y el Smithsonian
Entre apoyo financiero, amenazas políticas y ataques ideológicos, el expresidente Donald Trump intensifica su influencia sobre la capital estadounidense y sus instituciones culturales
Por años, Donald Trump ha sido un protagonista central en debates políticos que van desde el financiamiento gubernamental hasta la preservación de la historia nacional. En las últimas semanas, ha intensificado su control discursivo y político sobre Washington D.C. y sus instituciones clave—tanto presupuestarias como culturales—desatando nuevas polémicas que combinan ideología, economía y poder.
Presupuesto de Washington D.C.: rescate necesario o maniobra política
El expresidente Trump sorprendió a muchos recientemente con su respaldo abierto a una medida en la Cámara de Representantes destinada a reparar un agujero presupuestario de $1.1 mil millones en el presupuesto del Distrito de Columbia. Aunque había mostrado señales de apoyo anteriormente, su declaración pública marcó un cambio de tono sustancial:
“La Cámara debe abordar la 'solución' de financiación de D.C. que el Senado ya aprobó, y hacerlo de inmediato.”
La declaración llegó como un alivio momentáneo para la alcaldesa demócrata Muriel Bowser, quien encabezaba una campaña agresiva para evitar un recorte masivo que afectaría a escuelas, programas sociales y al personal de seguridad pública.
Sin embargo, Trump acompañó ese apoyo con una fuerte crítica al estado actual de la capital:
“Debemos limpiar nuestra otrora hermosa Capital y hacerla hermosa de nuevo. Seremos DUROS CONTRA EL CRIMEN, como nunca antes.”
Este doble discurso—apoyo financiero condicionado a control político—revela una estrategia que va más allá del simple rescate presupuestario. Se trata de una jugada más amplia para proyectar autoridad federal en el gobierno local de D.C., ciudad que históricamente ha sido gestionada por mayorías demócratas.
Task Force y control federal sobre la seguridad e inmigración
Horas después de su mensaje en redes, Trump firmó una orden ejecutiva creando el Grupo de Trabajo D.C. Seguro y Hermoso, que, según sus palabras, coordinará con funcionarios locales para imponer leyes federales migratorias, aumentar la presencia policial, y facilitar el acceso al porte de armas ocultas.
“La capital de América debe ser un lugar seguro... Sus monumentos, museos y edificaciones deben inspirar asombro y aprecio por la grandeza de nuestra Nación.”
La medida fue vista por muchos como un intento claro de imponer una visión federal conservadora sobre un gobierno local. Grupos cívicos y legisladores, como la delegada Eleanor Holmes Norton, señalaron que esta situación demuestra por qué D.C. debería obtener la condición de estado:
“Deberíamos poder gastar nuestros propios fondos locales según los niveles de presupuesto localmente aprobados.”
La política exterior: entre migración y aranceles
Mientras se libraba esta batalla interna, la secretaria de Seguridad Nacional Kristi Noem realizaba una gira por América Latina, reuniéndose con líderes de El Salvador, Colombia y México. Su objetivo: expandir la cooperación en materia de inmigración y seguridad.
Particularmente tensa fue su reunión con la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, quien enfrenta una relación diplomática delicada con EE.UU. debido a los aranceles del 25% sobre piezas automotrices que Trump anunció días antes.
En respuesta, Sheinbaum recalcó la soberanía de México, pero también subrayó los esfuerzos colaborativos:
“Vamos a compartir lo que estamos haciendo y la coordinación que hemos establecido.”
Este enfoque ha tenido efectos internos notables, con niveles de aprobación hacia Sheinbaum en ascenso. Está jugando un juego diplomático fino: criticada por líderes que exigen firmeza frente al intervencionismo estadounidense, pero aplaudida por mantener cierto equilibrio.
Una ofensiva contra la narrativa histórica: el caso del Smithsonian
Quizás la parte más preocupante de esta estrategia generalizada es el intento de Trump por reformular la narrativa histórica a través de una orden ejecutiva titulada “Restaurar la Verdad y Cordura a la Historia Estadounidense.”
Dirigida directamente al Instituto Smithsonian—la red de museos y centros de investigación más grande del mundo—la orden busca restringir la financiación federal a exposiciones o programas que, según Trump, “dividan a los estadounidenses por raza o promuevan ideologías inconsistentes con la ley federal”.
El poder del Smithsonian
Con un presupuesto superior a los $1,000 millones anuales, el Smithsonian alberga instituciones icónicas como el Museo del Aire y el Espacio y el Zoológico Nacional. Aproximadamente el 60% de su financiamiento es federal.
En la mira está el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, acusado por Trump de “proclamar que la ética del trabajo y la familia nuclear” son exclusivamente blancos, y una futura exposición sobre atletas transgénero en el Museo de Historia de la Mujer.
Viejas visitas, nuevos ataques
Irónicamente, Trump visitó en 2017 el mismo museo afroamericano que ahora critica severamente. En esa ocasión, alabó su labor:
“Estoy orgulloso de que ahora tengamos un museo que honra a los millones de afroamericanos que construyeron nuestra herencia nacional.”
La respuesta pública a la nueva orden ha sido marcada por profunda preocupación. Visitantes del museo expresaron su decepción:
- “La historia de este país es la historia de todos. No se puede elegir qué parte contar,” dijo Elizabeth Pagano, visitante de Nueva York.
- “Duele porque la historia es nuestra identidad,” comentó Dorothy Wilson mientras mostraba el museo a sus nietos.
Organizaciones como el Southern Poverty Law Center también condenaron la medida:
“La historia negra es historia estadounidense. La historia de las mujeres es historia estadounidense... Cada lucha histórica por los derechos civiles nos ha acercado a una democracia verdaderamente inclusiva.”
Un patrón claro: apoyo condicionado y control narrativo
La secuencia de acciones recientes—desde el rescate presupuestario de D.C. hasta la intervención en la política migratoria y cultural—dibujan una visión autoritaria de gobernanza impregnada de populismo y control discursivo.
Trump no busca simplemente apoyar financieramente a la capital ni replantear debates históricos por razones pedagógicas. Quiere controlar la narrativa nacional: qué se enseña, cómo se administra y quién lo dirige.
Para Trump, parecería que no existe espacio para matices históricos ni para la autodeterminación local si no se alinean con su visión centralista y conservadora de lo que debería ser EE.UU.
Y mientras esta estrategia obtiene aprobación en ciertos sectores, también despierta una resistencia profunda que considera estos esfuerzos como una amenaza a los valores democráticos de pluralismo y diversidad.
Estamos, pues, ante una nueva ofensiva cultural y política, en la que el expresidente se apalanca en cada ángulo posible—económico, migratorio, presupuestario e incluso simbólico—para redibujar el rostro político y cultural de una nación en disputa.