Ramadán entre ruinas: el retorno doloroso de los sirios a Daraya
La caída de Bashar al-Assad devolvió la esperanza a algunos refugiados sirios, pero el regreso a casa también está marcado por pérdidas y cicatrices que el tiempo no ha sanado
Un regreso agridulce
Para Mariam Aabour, el anuncio de la caída del régimen de Bashar al-Assad fue motivo de lágrimas... pero esta vez, de alegría. Luego de años en el exilio, en el vecino Líbano, sintió que por fin podía volver a su Daraya natal. Sin embargo, cruzar la frontera no trajo solamente felicidad. Su padre había fallecido pocos meses antes de su retorno, su hogar estaba destruido y su familia estaba dividida: dos de sus hijos se quedaron atrás, trabajando para pagar deudas.
Durante este Ramadán, por primera vez en más de una década, Aabour escucha la llamada al rezo proveniente de un minarete sirio. En Líbano, la ausencia de mezquitas cercanas le obligaba a guiarse por el reloj del celular. Pero esa alegría tiene un trasfondo melancólico: cuando se sienta a la mesa para el iftar, el ritual que rompe el ayuno diario, el hueco dejado por su padre y un hijo que murió antes de huir de la guerra se siente más que nunca.
“Todos hemos perdido a seres queridos”, dice, sentada sobre una alfombra en la casa de sus suegros, que ahora comparte con varios parientes desplazados. “Incluso después de nuestro regreso, seguimos llorando las tragedias que hemos vivido”.
Vivir entre ruinas
La ciudad de Daraya, situada a las afueras de Damasco, fue epicentro de rebelión, resistencia y sufrimiento. Conocida por sus viñedos y talleres de muebles, fue una de las primeras en levantarse contra Al-Assad en 2011, dando inicio a lo que luego se convertiría en una guerra civil que ya cumple 14 años. Combates, asedios y bombardeos dejaron la ciudad en ruinas. En 2016, tras un acuerdo con el régimen, los últimos civiles y combatientes rebeldes fueron evacuados.
Hoy, los que regresan caminan por calles donde las paredes están agujereadas y los edificios en esqueleto. Una línea de ropa colgada o un tanque de agua pintado de colores vivos son algunos de los pocos indicios de que hay vida entre los escombros.
Faraj al-Mashash, esposo de Aabour, no tiene empleo. Se encarga de cuidar a su padre enfermo y reparó con préstamos lo poco que quedó en pie de su hogar, que había sido saqueado. “¿No está destruida Daraya? Pero siento que estoy en el paraíso”, afirma. “Un lugar solo es hermoso con su gente. Las casas pueden reconstruirse, pero una persona que se va no regresa”.
La dimensión humana del retorno
Desde la caída del régimen, más de 370,000 refugiados sirios han regresado a su país, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (UNHCR). La mayoría proviene de Líbano, Turquía y Jordania. El camino no ha sido fácil: los riesgos de seguridad por campos minados, la falta de vivienda, la pobreza extrema y la carencia de servicios públicos hacen que el retorno esté lleno de obstáculos.
Céline Schmitt, portavoz de UNHCR, explica que la agencia ha proporcionado transporte gratuito a algunos refugiados, charlas de concienciación sobre minas, apoyo legal y documentación, pero hace hincapié en que se necesita mucho más: “Hacemos un llamado a nuestros donantes. Ahora hay una oportunidad real para resolver una de las crisis de desplazamiento más grandes del mundo, porque la gente quiere volver”.
El alto comisionado de Naciones Unidas para los refugiados, Filippo Grandi, también subrayó que para que el retorno sea sostenible, “las condiciones de vida en Siria deben mejorar”.
Ramadán entre la esperanza y el duelo
Para quienes lograron regresar, el Ramadán ha sido un oasis emocional: volver a compartir la comida con seres queridos, retomar tradiciones islámicas, asistir a mezquitas dañadas pero resilientes. Sin embargo, el vacío emocional es profundo.
Umaya Moussa, madre de cuatro hijos, regresó a Daraya después de vivir en campamentos libaneses desde 2013. Dos de sus hijos jamás habían pisado suelo sirio. Durante aquellos años, vivió el miedo, el parto en condiciones extremas y la humillación de compartir cocina y baños con decenas de personas. Ahora, reencontrarse con sus hermanos para el iftar fue uno de los momentos más gratificantes, aunque lamenta no haber podido despedirse de su padre, fallecido cuando aún estaba en el exilio.
“Recordaba tantos momentos que me dejaban sin dormir”, confiesa. “Cada vez que cerraba los ojos, gritaba, lloraba y tenía pesadillas”.
Los que no están
Saeed Kamel, otro retornado, visitó la tumba de su madre durante este Ramadán. Murió mientras él estaba en Líbano. También extraña a un hermano, desaparecido desde hace años en una de las prisiones del extinto régimen. “Le prometí que nunca volvería a una Siria gobernada por Assad. Ahora lo he hecho, pero me siento como un extraño en mi país. Aun así, tengo esperanza. Ojalá la próxima generación viva con dignidad”.
Recuerda cómo, antiguamente, cada noche del Ramadán era distinta. Las familias intercambiaban platos, organizaban grandes cenas, visitaban parientes y vecinos. “Ahora apenas se puede”, comenta. “Lo bueno”, concluye, “es que este Ramadán ha llegado mientras estamos liberados”.
El desafío de reconstruir lo perdido
En Daraya, muchas familias no han encontrado sus casas intactas. Algunas viven en complejos donde solían hospedarse oficiales del régimen, ahora transformados en refugios improvisados. Los niños juegan entre ruinas, las mezquitas son restauradas de manera comunitaria, y el espíritu de resistencia sigue presente.
El reto no es solo físico, sino también emocional. La carga del duelo persiste, y en fechas como Ramadán, donde la familia y la comunidad son centrales, las ausencias se sienten con mayor intensidad. Aun así, algunos intentan mantener vivas las tradiciones. Aabour prepara el plato favorito de su hijo fallecido: arroz con guisantes. “Él venía corriendo a ayudarme, aunque le decía que era muy pequeño. Me respondía: ‘No, quiero ayudarte’”.
¿Qué sigue para Siria?
La transición tras el fin del régimen será larga y compleja. No basta con el regreso de los refugiados: hace falta inversión, seguridad, reconciliación y una verdadera reconstrucción nacional. La comunidad internacional ha elogiado los primeros pasos pero es claro que el apoyo económico será fundamental para evitar una nueva ola de éxodos.
Los retornados se aferran a un sueño que parecía imposible hace años. Volver a vivir, rezar, reír y llorar en su tierra. Reconstruir no solo muros sino memorias. Convertir el dolor en esperanza. Y volver a celebrar el Ramadán con fe en el futuro.