La historia bajo ataque: Trump, el Smithsonian y el intento de reescribir el pasado de EE.UU.
El presidente Trump lanza una ofensiva contra el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana en un esfuerzo por imponer una narrativa excluyente y polémica sobre los orígenes de Estados Unidos.
¿Una guerra fría contra la verdad histórica?
En un reciente giro ideológico y político, el presidente Donald Trump ha emitido una orden ejecutiva titulada “Restaurar la verdad y la cordura a la historia estadounidense”. En ella, acusa al Instituto Smithsonian de promover una visión “divisiva” y centrada en la raza sobre la historia de Estados Unidos, arremetiendo particularmente contra el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana.
La orden, firmada por el presidente desde la Casa Blanca, ha encendido intensas críticas entre historiadores, académicos y grupos de derechos civiles, quienes la denuncian como un intento directo de blanquear el pasado del país y de minimizar el papel –y el sufrimiento– de los afroamericanos en la construcción de la nación.
El trasfondo: la historia incómoda que se busca silenciar
Estados Unidos ha sido moldeado profundamente por realidades como la esclavitud, las leyes Jim Crow, la segregación y los movimientos de derechos civiles. Tal como lo expresó la historiadora Clarissa Myrick-Harris de Morehouse College, “parece que estamos encaminándonos hacia una negación total de la existencia de la esclavitud, del racismo estructural y de la violencia racial contra las comunidades negras”.
De hecho, aunque en su orden Trump alude al famoso compromiso de los Padres Fundadores con que “todos los hombres son creados iguales”, omite mencionar que la Constitución original trataba a los esclavos como tres quintas partes de una persona en el conteo del censo. No es casualidad que su directiva se centre en denunciar al museo afroamericano por supuestamente desfigurar el legado glorioso de EE.UU.
Un museo convertido en objetivo político
Desde su inauguración en 2016, con la presencia del presidente Barack Obama, el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana ha sido aclamado como un hito en el esfuerzo por documentar los aportes, luchas y triunfos de los afroamericanos. Pero hoy, está en la mira de una administración que ve en su narrativa inclusiva una amenaza.
La orden de Trump habilita al vicepresidente JD Vance a revisar las propiedades, exposiciones y programas del Smithsonian para eliminar contenidos que, supuestamente, dividan a los estadounidenses por raza o degraden los valores compartidos. También obliga al secretario del Interior Doug Burgum a analizar si en los últimos años se han eliminado monumentos que distorsionen “hechos históricos”.
Un doble discurso: de elogios a ataques
Curiosamente, Donald Trump no siempre adoptó esta postura. Durante una visita al museo en 2017, afirmó: “Estoy profundamente orgulloso de que ahora tengamos un museo que honra a los millones de afroamericanos que construyeron nuestro patrimonio nacional, especialmente en la fe, la cultura y el espíritu americano inquebrantable”. Esa cita contrasta abruptamente con la retórica de hoy, en la que ataca el mismo museo como un aparato ideológico “corrosivo”.
El trasfondo moderno: batalla contra la cultura “woke”
Esta orden no está aislada. Forma parte de una estrategia más amplia del gobierno de Trump de eliminar programas de equidad, diversidad e inclusión tanto en el gobierno como en instituciones privadas. En su cruzada contra la llamada “cultura woke” —un término peyorativo para movimientos de justicia social— la administración ha cancelado iniciativas durante el Mes de la Historia Negra, despedido funcionarios de diversidad y eliminado materiales educativos sobre íconos negros como los pilotos de Tuskegee o Jackie Robinson.
También ha cerrado investigaciones académicas financiadas por fondos federales, eliminado subsidios para iniciativas en comunidades desfavorecidas, e incluso desmantelado proyectos de plantación de árboles con enfoque social. Para el historiador y autor best-seller Ibram X. Kendi, esto forma parte de una estrategia más peligrosa: “eliminar toda institución que cuente la historia real de EE.UU. para que sólo quede la propaganda política”.
Impacto en instituciones culturales
Los efectos no se limitan al Smithsonian. Muchos museos regionales y centros de memoria afroamericana —como el Museum of the African Diaspora en San Francisco, el Legacy Museum en Alabama o el International African American Museum en Charleston— operan con financiaciones frágiles, sin respaldo federal. Para muchos académicos, este bloqueo de recursos se traduce en una asfixia presupuestaria que amenaza su viabilidad: “la idea es promover solo las voces oficiales que celebren la historia sin crítica ni contexto”, sostiene Kendi.
Una narrativa oficialista que recuerda a regímenes autoritarios
La imposición de una historia oficialista, uniforme y ajena a complejidades y conflictos nos acerca peligrosamente a las estrategias de régimenes autoritarios. Aquellos donde la historia se escribe desde el poder, no desde los hechos. La intención de Trump de “restaurar la historia estadounidense” recuerda al revisionismo histórico en regímenes como el franquismo en España o el racismo estructural negado por el apartheid en Sudáfrica.
Tal como lo expresó la congresista Yvette Clarke del Congressional Black Caucus: “No borramos nuestra historia simplemente porque no nos guste. Abrazamos toda nuestra historia: lo bueno, lo malo y lo feo”.
Una visión limitada de patriotismo
Trump justifica su visión con un argumento supuestamente patriótico: Estados Unidos debe contar su historia como un país excepcional, libertador y modelo de democracia. Pero este patriotismo excluyente ignora que aceptar los errores del pasado no es negar el amor al país, sino fortalecerlo. Solo conociendo los pecados estructurales del racismo, la exclusión y el abuso sistémico se puede aspirar a una democracia real, plural e igualitaria.
Un legado que no puede borrarse
Desde Harriet Tubman hasta Rosa Parks, desde Frederick Douglass hasta Martin Luther King Jr., los afroamericanos han desempeñado un papel fundamental en el avance de los ideales que Estados Unidos proclama. Como afirma Ben Jealous, expresidente de la NAACP, “intentar contar la historia general de EE.UU. siempre deja fuera demasiado. Estos museos existen para asegurar que contemos el relato completo”.
Ignorar esta realidad es minar las bases del país. Como señala Kendi, el “Black Smithsonian” no sólo es un latido del corazón de la América negra, sino “también uno de los corazones del país en general”.
El riesgo de un precedente peligroso
La orden de Trump siembra un precedente preocupante. La política se impone sobre la historia, la ideología sobre la verdad, la propaganda sobre la memoria colectiva. Es un intento deliberado de borrar la historia incómoda y promover una mitología nacionalista que excluye a millones de ciudadanos.
Y aunque aún falta ver cómo se implementarán sus implicaciones —desde censuras hasta “revisiones” de exposiciones—, ya ha iniciado un efecto de congelamiento sobre las iniciativas culturales que abogan por una mirada integral de la historia estadounidense.
¿Quién decide lo que debe recordarse?
En última instancia, la pregunta central es política pero también moral: ¿Quién tiene el derecho de decidir qué se recuerda y qué se olvida? Porque la memoria también es poder. Y pretender redefinir la historia oficial para satisfacer una narrativa particular es una amenaza para la democracia misma.