Elefantes sin fronteras: conflicto entre conservación y comunidades rurales en África

La reubicación de 263 elefantes en Malawi desata una ola de tragedias humanas y un debate global sobre la coexistencia entre animales salvajes y personas

Kasungu, Malawi. Lo que comenzó como una de las reubicaciones de elefantes más ambiciosas de la historia, hoy es el epicentro de una acalorada disputa entre conservación salvaje e injusticia humana. En julio de 2022, más de 260 elefantes fueron trasladados de un parque sobrepoblado en Malawi a Kasungu National Park, una región fronteriza con Zambia. Lo que parecía un triunfo de la biodiversidad ha terminado en tragedia: al menos 12 personas muertas, cientos de heridos y más de 11.000 afectados, según cifras de organizaciones locales y abogados británicos que ahora representan a la comunidad.

Una migración monumental... y desafortunada

La reubicación se ejecutó con precisión técnica extraordinaria, liderada por expertos en conservación y con apoyo financiero del International Fund for Animal Welfare (IFAW), una reconocida ONG con sede en Estados Unidos. El plan era sencillo: aliviar la presión del Parque Nacional Liwonde, lanzar un nuevo capítulo de biodiversidad en Kasungu y mejorar el equilibrio ecológico regional. De hecho, 263 elefantes fueron capturados con dardos, izados por grúas y transportados dormidos en camiones al nuevo hábitat.

Pero no todo salió según lo planeado. Vallas destrozadas, cultivos devastados y ataques mortales comenzaron a registrarse días después. "Los elefantes no respetan las fronteras humanas", señaló un representante legal de la firma británica Leigh Day, quien ahora representa a diez ciudadanos afectados en la zona.

Vidas en ruinas y el precio de la conservación

Los elefantes, criaturas majestuosas cuya sola presencia suele simbolizar majestuosidad y nobleza, se convirtieron en una amenaza real y constante para los pequeños agricultores de comunidades rurales cercanas a Kasungu. Las cifras hablan por sí solas: más de 11.000 personas han sufrido pérdidas económicas, físicas o familiares a raíz de esta reubicación.

Una ONG local calcula las pérdidas en millones de dólares; familias arruinadas por la destrucción de sus cosechas, casas aplastadas por elefantes sedientos de agua y resguardos, y heridas físicas que han requerido atención especializada. El caso más dramático es la pérdida de vidas humanas, un tema especialmente delicado cuando la conservación de la fauna silvestre involucra víctimas humanas.

¿Quién es responsable? La cadena de decisiones

El debate sobre responsabilidades ha encendido una guerra diplomática y legal. El IFAW —entidad clave en el proceso— rechaza cualquier culpa y sostiene que su participación fue "técnica y financiera". La institución agregó en declaraciones públicas que el verdadero responsable es el Departamento de Parques Nacionales y Vida Silvestre de Malawi, quien tiene la autoridad final sobre la fauna nacional.

Pero los afectados, representados por Leigh Day, buscan más que un juego de señalamientos. Quieren justicia. Los abogados han enviado cartas oficiales a entidades relacionadas con el IFAW en Reino Unido, Malawi y Zambia. Si no reciben respuesta, procederán legalmente en los tribunales británicos.

El dilema africano: entre la conservación y la comunidad

Este conflicto revela un dilema que persiste en muchos países africanos: cómo conservar la vida salvaje sin sacrificar la seguridad y la vida humana. El éxito en la protección de especies como el elefante africano ha llevado a un aumento poblacional significativo. Irónicamente, ese éxito ahora genera nuevos problemas.

El elefante adulto, por ejemplo, puede consumir hasta 150 kg de vegetación y beber hasta 200 litros de agua por día. Su búsqueda de recursos los lleva inevitablemente a terrenos agrícolas y comunidades humanas, especialmente en contextos de cambio climático y sequía. Su poder destructivo es tal que pueden fácilmente derribar árboles, romper cercas, destruir pozos y perforar graneros en busca de alimentos.

Soluciones propuestas: más allá de la reubicación

  • Zonas de amortiguamiento: territorios intermedios bien protegidos entre parques naturales y comunidades humanas.
  • Elección adecuada del hábitat: evaluación profunda antes de cualquier reubicación para evitar repetir los errores de Kasungu.
  • Tecnología de monitoreo con GPS: ayudaría a rastrear y controlar los movimientos de manadas.
  • Educación comunitaria: crear estrategias de convivencia e intervención rápida ante avistamientos no deseados.
  • Aseguradoras para víctimas: desarrollar fondos o esquemas de compensación ante impactos documentados de la fauna.

Aun así, ninguna solución parece sencilla. De hecho, países como Botsuana han optado por soluciones controvertidas como la caza legal o los programas de control poblacional (caza selectiva o culling). En 2023, el entonces presidente Mokgweetsi Masisi incluso amenazó con enviar 20.000 elefantes a Alemania tras las críticas alemanas a sus políticas de conservación. "Vivan ustedes con los animales como nos están diciendo que lo hagamos nosotros", declaró al periódico Bild. "No es una broma."

Un modelo que parecía ideal

En el papel, la reubicación de 263 elefantes fue una historia digna de reconocimiento global. Recuperar un parque deshabitado por la caza furtiva, repoblar una especie y equilibrar ecosistemas. Pero no todo éxito ecológico es igual de virtuoso si olvida a las personas que ya habitan esos territorios.

Ningún informe previo anticipó la potencial letalidad de trasladar cientos de paquidermos a una zona sin suficientes medidas de contención. Hoy, esa omisión pesa sobre los hombros no sólo de quienes planificaron el proyecto, sino de toda la conversación global sobre conservación.

El verdadero reto no es solo proteger a los animales, sino hacerlo sin convertir a las comunidades vulnerables en daños colaterales invisibles.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press