El terremoto en Asia y la crisis humanitaria: ¿una prueba de fuego para la política exterior de EE.UU.?

Recortes, burocracia y falta de liderazgo: Cómo la respuesta estadounidense a desastres internacionales pende de un hilo

El seísmo que sacudió a Myanmar y Tailandia: una tragedia anunciada

El pasado viernes, un poderoso terremoto de magnitud 7,2 remeció Myanmar y partes de Tailandia, dejando un saldo provisional de al menos 150 muertos y una cifra aún no determinada de personas atrapadas bajo los escombros. Este evento no solo trajo dolor y destrucción a la región, sino que expuso la fragilidad de los sistemas internacionales de respuesta humanitaria, particularmente los de Estados Unidos, que en otros tiempos lideraban operaciones de rescate y asistencia médica en este tipo de catástrofes.

Frente a una tragedia que conmocionó al mundo, se esperaba la conocida y rápida movilización de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Sin embargo, tras años de recortes presupuestarios sistemáticos y una transformación radical en su estructura, la capacidad de esta agencia para responder está severamente comprometida. Esto, en momentos donde la rapidez puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

La promesa de ayuda de Trump: ¿hechos o palabras vacías?

Desde Washington, el presidente Donald Trump declaró: "Vamos a ayudar. Ya hemos alertado a nuestra gente. Sí, fue terrible lo que pasó". Sin embargo, detrás de esta afirmación se esconde una compleja realidad: la maquinaria institucional que tradicionalmente activaba la ayuda humanitaria ya no opera como antes.

Sarah Charles, exfuncionaria de USAID y encargada durante la administración Biden de coordinar equipos de respuesta ante desastres, afirmó tajantemente: el sistema está "hecho trizas". Según Charles, ya no existen ni la infraestructura humana ni los recursos logísticos necesarios para montar una respuesta efectiva. El resultado: miles de vidas pendiendo de un hilo.

USAID: de líder humanitario a víctima de recortes

Desde su creación en 1961, USAID ha estado al frente de las misiones humanitarias más importantes del mundo. Desde las crisis de hambruna en África, pasando por el terremoto de Haití de 2010 hasta los más recientes desastres en Turquía y Siria en 2023, sus equipos de elite, como los de búsqueda y rescate urbano de los condados de Los Ángeles y Fairfax, han sido ejemplo de profesionalismo y eficacia. Pero bajo la administración Trump, la agencia vive una de sus mayores crisis.

La eliminación de contratos, despidos en masa y la reestructuración de programas hacia el Departamento de Estado, así como el traslado de competencias hacia la nueva Oficina para la Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderada por un excolaborador de Elon Musk, han reducido significativamente la capacidad de la entidad para actuar sobre el terreno.

La burocratización del desastre

Según reportes internos, mientras los equipos entrenados permanecen contratados, se han suspendido los contratos logísticos que permiten su movilización. Es decir, aunque los rescatistas aún existen, no hay forma práctica ni rápida de llevarlos al lugar del desastre. La pesadilla logística significa una pérdida crítica de horas, incluso días, en un contexto donde cada minuto importa.

Como explicó Charles: “Antes, en menos de 24 horas, estábamos en camino. Hoy ni siquiera tenemos vuelos asegurados ni líneas claras de comunicación con aliados en el terreno.”

Golpe a la cooperación internacional

A esto se suma la cancelación o no renovación de contratos con organismos internacionales clave como la ONU, el Programa Mundial de Alimentos y la Cruz Roja Internacional. Dichas entidades eran aliadas estratégicas en la detección rápida de necesidades, envío de recursos y despliegue de personal médico. La falta de fondos provenientes de Estados Unidos ha dejado vacíos difíciles de llenar.

El papel del Congreso: ¿rescate posible o batalla perdida?

Un resquicio de esperanza en medio del caos proviene de algunos miembros del Congreso, quienes han intentado restituir parte de las capacidades logísticas de USAID. Incluso, una orden judicial intentó revertir algunas medidas del DOGE, pero una corte federal de apelaciones levantó la orden, permitiendo continuar con los recortes de personal y competencias del organismo.

El juez federal Theodore Chuang había considerado ilegal que Musk, sin haber sido electo ni aprobado por el Senado, tomara decisiones ejecutivas en el seno de una agencia gubernamental. No obstante, la corte argumentó que las decisiones contaban con el respaldo de la administración Trump, por lo que permitieron continuar con el plan de recorte.

Esto plantea un grave dilema legal y moral: ¿dónde termina la eficiencia administrativa y comienza el abandono institucional de las responsabilidades internacionales?

Ayuda humanitaria como herramienta diplomática

Una de las dimensiones menos discutidas en los recortes a USAID tiene que ver con la geopolítica. Estados Unidos ha utilizado históricamente su ayuda humanitaria no solo como un acto altruista, sino como instrumento de “soft power” para posicionarse geoestratégicamente en regiones clave. Al debilitar estas capacidades, el país cede terreno a potencias como China y Rusia, que han incrementado sus intervenciones en Asia y África ofreciendo asistencia directa tras eventos catastróficos.

De acuerdo con el think tank Center for Strategic and International Studies, la pérdida de liderazgo humanitario global por parte de EE.UU. podría tener implicaciones a largo plazo en la influencia internacional, debilitando alianzas y fomentando la desconfianza entre aliados tradicionales de la región.

La situación actual en Myanmar: desesperación y soledad

En el epicentro del desastre, en Naypyidaw, Myanmar, las imágenes son dantescas: edificios colapsados, familias atrapadas, hospitales desbordados y miles de personas buscando refugio improvisado. Mientras tanto, los gobiernos locales luchan con recursos limitados y falta de apoyo técnico internacional.

Organizaciones como Doctors Without Borders y la Cruz Roja Tailandesa han iniciado operaciones con sus propios recursos, pero la magnitud del desastre, según estimaciones preliminares, podría superar los 2.000 millones de dólares en pérdidas. La ayuda de países vecinos, como India, ha comenzado a llegar, pero hasta ahora, la reacción de Estados Unidos ha sido simbólica más que operativa.

Una tragedia que pone a prueba más que la tierra

El sismo en Myanmar no solo sacudió estructuras, sino también certezas: la certeza de que Estados Unidos sería el primero en llegar con ayuda; la certeza de que USAID tenía medios, experiencia e independencia operativa; y, finalmente, la certeza de que los desastres naturales recibirían soluciones humanas antes que políticas. Hoy, todas esas certezas están en duda.

Como enfatizó Sarah Charles: “Las tragedias siempre pondrán a prueba nuestro carácter. Pero ahora también ponen a prueba nuestra política.”

Mientras las réplicas del terremoto continúan sacudiendo el sudeste asiático, queda una gran pregunta sin respuesta: ¿será esta la catástrofe que finalmente exponga el costo humano de una gobernanza enfocada más en balances presupuestarios que en vidas humanas? O, en palabras más directas, ¿cuánto más puede desmantelarse un sistema antes de que colapse ante la necesidad?

Sea cual sea la respuesta, el mundo –y las víctimas del terremoto– la estarán esperando… bajo los escombros.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press