La nueva Guerra Fría del Ártico: ¿Quién ganará la carrera por el control del Polo Norte?
Rusia, EE.UU., China y una creciente tensión geopolítica en medio del deshielo ártico
Por décadas, el Ártico fue sinónimo de aislamiento, hielo eterno y exploradores perdidos. Hoy, se ha convertido en el nuevo tablero estratégico del poder global. Con el deshielo acelerado abriendo nuevas rutas marítimas y exponiendo vastos yacimientos de recursos, potencias como Rusia, Estados Unidos y China están marcando su territorio. Bienvenidos al ajedrez geopolítico más gélido de todos: la batalla por el Ártico.
Un ártico que se derrite... y se convierte en tesoro estratégico
Según la U.S. Geological Survey, el Ártico podría albergar hasta el 25% del petróleo y gas natural aún no descubierto del planeta. La caída drástica de los niveles de hielo —una disminución del 13% por década en el Ártico desde 1979— ha habilitado rutas antes impensables, como el Pasaje del Noreste, que reduce el tiempo de navegación entre Asia y Europa en un 40% comparado con el Canal de Suez.
Este cambio climático, lejos de unirnos como humanidad, ha reavivado tensiones. Estamos presenciando una verdadera carrera armamentista polar.
Rusia: la superpotencia ártica consolidada
Rusia posee la mayor extensión de territorio ártico del mundo y ha hecho valer su dominio. Bajo el liderazgo de Vladimir Putin, ha construido más de 50 bases militares al norte del círculo polar ártico desde 2007, reactivo aeródromos soviéticos y desplegado sistemas antiaéreos S-400 capaces de monitorear todo el polo norte.
En el Foro Internacional del Ártico celebrado recientemente en Murmansk, Putin declaró: "No permitiremos ninguna intromisión sobre la soberanía de nuestro país. Defenderemos con firmeza nuestros intereses nacionales mientras respaldamos la paz y la estabilidad en la región polar."
El Kremlin también ha apostado por la apertura económica: el proyecto Yamal LNG, con inversión china, transporta gas licuado desde el corazón del Ártico ruso al mundo. Moscú no sólo fortalece su poderío militar, sino también su red de infraestructura y exportación energética en la zona.
Estados Unidos: entre el olvido y el despertar polar
Durante mucho tiempo, EE.UU. mantuvo una postura pasiva frente al Ártico. Sin embargo, la administración de Donald Trump impulsó un cambio. En 2019, sorprendió a Europa al sugerir la compra de Groenlandia, isla autónoma de Dinamarca. La idea fue ridiculizada por medios y líderes europeos, pero para expertos en geopolítica, era sintomática de un interés renovado en el control estratégico.
Trump explicó que Groenlandia representaba no sólo una base militar adelantada, sino un generador potencial de minerales raros, esenciales para tecnología avanzada. "Lo que parece una locura hoy, será lógico mañana", dijo un ex asesor de defensa estadounidense en Foreign Policy.
Actualmente, EE.UU. mantiene una estación clave en Thule (Groenlandia), parte del sistema de defensa antimisiles. Además, la U.S. Coast Guard ha solicitado más rompehielos en su presupuesto para competir con los 40 rompehielos con los que ya cuenta Rusia. Aún con presencia limitada, Washington da señales de querer fortalecer su participación en el Ártico.
China: el dragón rompe el hielo
El gigante asiático no tiene frontera con el océano Ártico, pero ha declarado su interés a través de una iniciativa sorprendente: el concepto de "Ruta de la Seda Polar". En 2018, Pekín publicó su white paper sobre el Ártico declarándose "estado cercano al Ártico". Aunque geográficamente cuestionable, su estrategia es efectiva.
China se ha convertido en el principal inversor extranjero en operaciones árticas rusas, incluyendo el ya mencionado Yamal LNG. Además, ha comprado infraestructura portuaria en Islandia, Noruega y Groenlandia.
Para Pekín, el Ártico ofrece nuevas rutas para su comercio internacional y una vía alternativa ante posibles conflictos en el Mar del Sur de China. Su influencia también es científica: ha construido cinco estaciones de investigación polar y opera su propio rompehielos de bajo consumo.
Groenlandia en el ojo del huracán
Con sólo 56,000 habitantes, esta isla semiautónoma se ha visto atrapada entre gigantes. Tras el revuelo por el intento de compra estadounidense, la visita del vicepresidente estadounidense J.D. Vance fue acortada por las protestas de los groenlandeses, quienes acusan a Washington de actos neocoloniales.
Pero Groenlandia también se siente incómoda con Dinamarca. El deseo de independencia crece entre sus jóvenes, impulsados por la posibilidad de explotar sus vastos recursos mineros: uranio, tierras raras y petróleo. Sin embargo, esa independencia implicaría perder los 600 millones de dólares anuales que Dinamarca transfiere a la isla.
La OTAN y el regreso de la tensión militar
Ante la hiperactividad rusa, la OTAN ha reactivado bases militares en Noruega y desplegado maniobras en el norte de Europa. La adhesión de Finlandia y Suecia a la alianza ha irritado a Moscú, que lo considera una amenaza directa. Según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), estas incorporaciones permiten a la OTAN monitorear los movimientos rusos desde múltiples ángulos.
Putin señaló esta expansión como un motivo para “fortalecer las capacidades militares en el polo norte”. Para Moscú, el Ártico ya no es un paraíso distante, sino un nuevo frente posible de conflicto.
Una diplomacia congelada, pero no muerta
Aunque el contexto parece encaminado al aislamiento y la confrontación, hay voces que proponen cooperación. Kirill Dmitriev, director del Fondo Ruso de Inversión Directa y enviado de Putin para asuntos internacionales, dijo a medios rusos: “Rusia y EE.UU. pueden desarrollar proyectos conjuntos en el Ártico si hay voluntad política.”
La realidad es que actores como Noruega, Islandia y Canadá han llamado a mantener el Consejo Ártico como espacio de diálogo. Pero desde la invasión rusa a Ucrania, muchos de estos países han suspendido su participación activa, lo que ha congelado —irónicamente— una de las últimas plataformas multilaterales funcionales.
¿Y América Latina? ¿Tiene un papel en el Ártico?
Algunos gobiernos latinoamericanos ven con interés la cuestión ártica como parte de la lucha contra el cambio climático. Chile y Argentina, activos en la Antártida, han empezado a establecer con mayor ímpetu líneas de cooperación ártica. No por ambición militar o energética, sino para entender las implicaciones ambientales que el calentamiento polar tendrá en los climas del sur.
Sin embargo, las posibilidades económicas (pesca, minerales, transporte) hacen que algunas empresas brasileñas y mexicanas observen oportunidades futuras. El papel de América Latina, por ahora, es marginal. Pero no eterno.
El Ártico: ¿laboratorio de conflicto o esperanza de entendimiento?
El futuro dependerá de las decisiones que se tomen hoy. La creciente militarización puede convertir este frágil ecosistema en una zona de tensión permanente. Pero también, como insistió Putin en una de sus intervenciones, podría ser un espacio para “grandes proyectos internacionales si Occidente muestra interés”.
Hasta entonces, mientras los glaciares se derriten a ritmos récord, lo único que parece solidificarse en el Ártico... es una nueva Guerra Fría.
Fuente: U.S. Geological Survey, Consejo Ártico, IISS, HRW, Foreign Policy