La fiebre del estilo Ghibli en la era de la IA: arte, ética y la sombra de Miyazaki
Una mirada crítica al fenómeno viral de 'ghiblificación' con herramientas de inteligencia artificial y su impacto en la creatividad y el derecho de autor
Del arte de Miyazaki a la explosión digital
Hayao Miyazaki, uno de los grandes nombres del cine de animación mundial, ha cautivado a millones con obras como El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro y El castillo ambulante. Su estilo inconfundible, lleno de calidez, fantasía y meticuloso detalle, ha sido inspiración de generaciones de artistas. Sin embargo, recientemente ese estilo ha dado el salto al mundo de la inteligencia artificial, y no sin controversia.
Durante los últimos días, una nueva funcionalidad de ChatGPT ha dado de qué hablar al permitir a los usuarios transformar imágenes cotidianas y memes virales en ilustraciones con estética de Studio Ghibli. Desde gatos domésticos hasta escenas virales como el meme de la Disaster Girl o atletas olímpicos, miles de usuarios han comenzado a compartir su propia “versión Ghibli” en redes sociales como X (anteriormente Twitter) o Instagram.
El impacto viral de la "ghiblificación"
Con apenas unos clics, usuarios como Janu Lingeswaran —quien transformó a su gato de 3 años en una adorable criatura al estilo Miyazaki— están generando imágenes que parecen salidas directamente de una película de Studio Ghibli. La nostalgia, sumada al estilo visual tan familiar, está provocando una avalancha de contenido viral.
Incluso el CEO de OpenAI, Sam Altman, cambió su foto de perfil por una versión animada inspirada en dicho estilo, lo que potenció aún más el fenómeno.
No se trata simplemente de fanart digital, sino de un fenómeno cultural donde la estética Ghibli se convierte en un filtro para reinterpretar el mundo, algo parecido al impacto que tuvo Instagram en sus inicios con los filtros vintage, pero más sofisticado y artístico.
¿Es esto un tributo o una apropiación?
Aunque a primera vista los resultados parecen encantadores, muchas voces —particularmente dentro de comunidades artísticas— han alzado la voz para denunciar lo que consideran un caso más de explotación de la creatividad humana por parte de modelos generativos de inteligencia artificial.
Karla Ortiz, artista visual y demandante en un poderoso caso contra generadores de imágenes por IA como Midjourney y Stability AI, fue tajante: “Es otro ejemplo claro de cómo empresas como OpenAI no valoran el trabajo ni los derechos de los artistas”. Añadió además que usar la marca Ghibli sin consentimiento para promover productos tecnológicos es “una explotación insultante”.
La voz de Miyazaki: un rechazo sin matices
Este conflicto no es nuevo para los seguidores del aclamado director japonés. Ya en 2016, cuando le mostraron una demostración experimental de animación generada por inteligencia artificial, su reacción fue clara y contundente: “Estoy absolutamente disgustado”, dijo en un video que hoy ha sido ampliamente compartido.
“Cada mañana veo a mi amigo con discapacidad. Le cuesta incluso darme un 'high five', su brazo apenas se mueve. Pensando en él, no puedo considerar esto interesante.”
Con esas palabras, desmanteló con sensibilidad brutal el argumento de que las máquinas podían crear movimientos “grotescos” imposibles para los humanos. Para Miyazaki, incorporar esta tecnología en sus obras sería un insulto a la vida.
El terreno legal: más gris que nunca
En términos de derechos de autor, la situación es compleja. Aunque OpenAI ha dicho que evita replicar el estilo de artistas vivos, sí reconoce que emplea “estilos de estudio” más amplios dentro de su modelo. Técnicamente, el estilo visual no es siempre protegible por derecho de autor, pero hay matices.
Josh Weigensberg, abogado de Pryor Cashman especializado en propiedad intelectual, pone el foco en una cuestión clave: ¿se entrenó el modelo con imágenes de películas de Studio Ghibli? Si así fuera, se requeriría una licencia o permiso, algo que OpenAI no ha confirmado ni negado.
“Cuando congelas un fotograma de ‘Howl’s Moving Castle’ o ‘Spirited Away’ y lo comparas con una imagen generada por IA, ves elementos visuales idénticos o sustancialmente similares. No basta decir que 'el estilo no es protegible' para cerrar el caso.” – Josh Weigensberg
Esto abre una brecha legal y ética aún no resuelta en la intersección entre la tecnología, la creatividad y la ley. La pregunta, entonces, no es solo si es legal, sino si es moralmente aceptable replicar sin permiso el trabajo de artistas.
De la adoración al canibalismo cultural
El fenómeno de la “ghiblificación” plantea también una crítica más amplia: ¿Estamos celebrando la cultura o consumiéndola sin responsabilidad? Es inevitable recordar el concepto de “canibalismo cultural”, donde una obra o estilo es asimilado, transformado y luego comercializado sin su contexto ni respeto por su origen.
En el caso de Studio Ghibli, cuyo distintivo estilo parte del trazo manual y una visión filosófica de la vida, traducir su estética a una producción generada por máquinas no solo entra en conflicto con su línea artística, sino que trivializa lo que representa.
¿Fanart potenciado o apropiación automatizada?
Fanart existe desde siempre y ha sido un motor vital en el ecosistema creativo alrededor de franquicias como Ghibli, Star Wars o Pokémon. Pero la diferencia crucial es el proceso. Un artista humano reinterpretando desde el amor y la autenticidad no es lo mismo que una IA replicando con algoritmos entrenados en bases de datos masivas —posiblemente sin permiso— para lograr resultados “bonitos”.
Además, mientras un artista podría recibir encargos, reconocimiento y sustento económico por su fanart, las plataformas de IA monetizan directamente con herramientas que masifican el mismo resultado sin intervención humana.
El esfuerzo por controlar los filtros culturales
OpenAI, consciente del fuego que está avivando, ha dicho que introdujo mecanismos de rechazo cuando el usuario intenta generar obras en el estilo de artistas vivos. Sin embargo, el “estilo de estudio” sigue siendo un camino abierto para imitar estructuras visuales específicas, eludiendo supuestamente los límites legales, pero invadiendo zonas grises de la ética creativa.
¿Dónde se trazará la línea? ¿En qué momento una estética se considera demasiado única para ser replicada? ¿Y qué sucede cuando esa estética está tan ligada a un artista que replicarla sin su consentimiento viola no solo su obra, sino su filosofía?
¿Un homenaje distorsionado?
En medio de este caos digital, resurge una idea persistente: muchos usuarios lo hacen por amor a Ghibli. La belleza de las imágenes generadas, la emoción de ver a la mascota propia convertida en un personaje de película, todo nace del afecto. Pero el amor, incluso el platónico, no excusa el plagio, ni justifica la explotación.
Como ocurre con tantas tecnologías emergentes, la IA nos plantea preguntas morales antes que legales. No basta con que algo se pueda hacer; debemos preguntarnos si se debe hacer. Y mientras el mundo se maravilla con la capacidad de una máquina para parecerse a Miyazaki, muchos artistas humanos se preguntan si el precio de ese asombro es su obsolescencia.
Ghibli, arte e inteligencia artificial: ¿una convivencia posible?
La conversación está lejos de terminar. La industria del entretenimiento, desde el cine hasta el arte digital, atraviesa un cambio sísmico con la inteligencia artificial en el centro. Pero este episodio —el de la ghiblificación— es particularmente simbólico por lo que representa Studio Ghibli: un refugio de humanidad, sensibilidad y expresión creativa auténtica.
¿Podremos imaginar un futuro donde las herramientas tecnológicas coexistan respetuosamente con el alma del arte? ¿O estamos condenados a ver cómo se disuelve lo artesanal bajo la comodidad de lo automatizado?
Como diría el propio Miyazaki: “La vida es sufrimiento. Es duro. El mundo está lleno de dolor. Pero también de belleza.” Tal vez el reto no es evitar la tecnología, sino asegurarnos que siga siendo herramienta, y no reemplazo del alma humana detrás de cada trazo.