¿Qué tan Seguros Son Tus Secretos? El Riesgo de los Grupos de Mensajería en la Inteligencia Nacional
La polémica del uso de Signal por altos funcionarios del gobierno de EE.UU. pone el foco sobre la seguridad digital, el criterio para clasificar información y la fragilidad humana en la era de la encriptación.
Una conversación incómoda en la app más segura
En una era donde la mensajería privada se ha vuelto parte intrínseca de nuestras vidas, incluso los funcionarios de alto nivel del gobierno estadounidense confían en apps como Signal para intercambiar información. Pero, como lo reveló un reciente escándalo en la administración Trump, ni siquiera los mensajes cifrados están exentos de riesgo cuando las normas básicas de seguridad no se siguen.
Altos funcionarios, incluyendo al Director del FBI, Kash Patel, y la Directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, participaron en un grupo de Signal para discutir planes militares sensibles sobre ataques a los hutíes en Yemen. Un detalle crucial: un periodista estaba en ese grupo.
¿Filtración o imprudencia estratégica?
La administración Trump asegura que no se filtró información clasificada. Sin embargo, expertos en seguridad nacional y legisladores demócratas no están convencidos. La duda va más allá de una simple violación: se trata de juzgar si la información tenía valor estratégico, incluso si no estaba formalmente clasificada.
"Es inconcebible que una conversación sobre planes de ataque no se considere clasificada", afirmó el senador demócrata Mark Kelly. Las Fuerzas Armadas tienden a mantener bajo reserva este tipo de información para evitar que llegue a manos enemigas, aún cuando no tenga una etiqueta de 'Top Secret'.
Clasificación: más que etiquetas
La legislación estadounidense divide la información restringida en tres categorías: confidencial, secreta y altamente secreta (Top Secret). La clasificación no solo se basa en el contenido, sino también en el potencial daño que podría ocasionar su divulgación.
Por ejemplo, información clasificada como 'Top Secret' incluye programas nucleares o la identidad de agentes encubiertos. Algo tan aparentemente inocuo como una receta de tinta invisible de 1917 fue desclasificada recién en 2011.
Y aún hay más: existe una categoría intermedia denominada información no clasificada pero controlada (Controlled Unclassified Information, CUI). Este material no es secreto, pero sí lo suficientemente sensible como para requerir canales seguros de comunicación.
¿Quién decide qué se clasifica?
La autoridad de clasificar o desclasificar yace en funcionarios de alto nivel como el presidente, los secretarios de Gabinete o incluso los directores de agencias militares. En este caso, el Secretario de Defensa, Pete Hegseth, tendría la responsabilidad de haber autorizado la desclasificación del plan, si es que ocurrió.
La complicación surge si estos temas estratégicos se trataron sin que Hegseth los haya desclasificado formalmente. El asunto se torna aún más grave debido a que un periodista fue incluido en la conversación, cuestionando no solo la seguridad de la información sino también la cultura organizacional.
Errores humanos en el ecosistema digital
Las apps cifradas como Signal se consideran una herramienta válida entre funcionarios federales, pero siempre y cuando se utilicen de forma correcta. El problema no radica en la tecnología, sino en los usuarios.
Michael Williams, experto en relaciones internacionales, advierte: “Signal puede estar cifrado, pero el dispositivo en sí puede estar comprometido. Todos ellos están siendo blanco de ciberespionaje”.
Ese riesgo se multiplica cuando se confunde la comodidad con la seguridad. Los espacios digitals como los grupos de chat no son reemplazo de las SCIFs (instalaciones compartimentadas de información sensible), entornos físicamente protegidos donde se discute información ultrasensible.
De la transparencia a la paranoia: el dilema del sigilo
Mientras los defensores del gobierno abierto critican el exceso de clasificaciones, señalando casos absurdos como la ocultación de avistamientos OVNI o registros de asesinatos presidenciales, las agencias defienden su enfoque preventivo citando la seguridad nacional.
“La gran mayoría de esta información podría publicarse sin comprometer la seguridad del Estado, pero no se hace por inercia cultural”, afirma Steven Aftergood, experto en políticas de seguridad del gobierno.
Sin embargo, el caso actual no parece ser uno de esos excesos. Información como un plan de ataque en Yemen representa, sin duda, un riesgo geoestratégico si cae en manos erróneas, aun si no está formalmente clasificada.
La seguridad, también una cultura
Más allá del software, la protección de secretos depende de una cultura de responsabilidad. Senadores como Kelly cuestionaron abiertamente a Gabbard y Ratcliffe, quienes confesaron no conocer la normativa del Departamento de Defensa que prohíbe compartir información, incluso no clasificada, desde dispositivos personales.
No es solo un fallo técnico, sino un desdén institucional que revela lagunas en el entrenamiento y en el compromiso de los altos cargos con los protocolos de seguridad.
Un patrón recurrente en la era Trump
Este incidente se suma a una larga lista de cuestionamientos sobre el manejo de información confidencial durante la presidencia de Donald Trump. Desde los documentos encontrados en Mar-a-Lago hasta las afirmaciones de que podría desclasificar "con sólo pensarlo", la relación del expresidente con los secretos de Estado ha sido, cuando menos, polémica.
En 2022, Kash Patel, hoy involucrado en el chat de Signal como Director del FBI, declaró haber sido testigo de que Trump desclasificó documentos relacionados con seguridad nacional. Esta afirmación fue usada como defensa durante la investigación del FBI sobre documentos confidenciales hallados en su propiedad.
¿Y ahora qué?
Hasta el momento, ni la Casa Blanca ni el Pentágono han ofrecido detalles concretos sobre si los planes de ataque fueron oficialmente desclasificados. El debate sigue vivo en comités del Senado y en medios especializados, pero pone en evidencia la fragilidad de un sistema que aún depende demasiado de la prudencia humana.
La paradoja está servida: nunca antes tuvimos mejores herramientas para mantener comunicaciones seguras —ni tantas oportunidades para sabotearlas, por descuido o ignorancia.
“La seguridad no es un software, es un hábito”, concluye Williams. Y ese hábito, hoy por hoy, está en crisis.”