¿El fin de los Cinderellas?: Cómo la era del dinero y el portal de transferencias está cambiando el March Madness

Por primera vez desde 1985, la Sweet 16 del torneo NCAA masculino se llena solo con potencias de conferencias grandes. ¿Dónde quedaron las historias mágicas que definían el torneo?

March Madness, el torneo de baloncesto universitario que durante décadas se ha caracterizado por las sorpresas, héroes inesperados y equipos pequeños rompiendo las quinielas, está viviendo un cambio silencioso pero profundamente significativo. Por primera vez desde que en 1985 se expandiera el bracket del torneo masculino de la NCAA a 64 equipos, los 16 clasificados al Sweet 16 provienen exclusivamente de conferencias de poder.

La ausencia de los típicos "Cinderellas", esos equipos que llenaban titulares y conquistaban corazones al derrotar a gigantes con plantillas millonarias, ha encendido la alarma entre entrenadores, aficionados y analistas. ¿Es este el nuevo rumbo del baloncesto universitario? ¿Y qué papel juegan factores como el portal de transferencias y el dinero de los NIL (Name, Image and Likeness) en esta transformación?

La era del portal de transferencias y el NIL

Kevin Young, entrenador de la BYU, lo resumió con claridad: “No es que las escuelas de nivel medio estén perdiendo jugadores, es que los chicos ya saben lo que hay afuera y buscan mejorar su situación”.

Desde que se flexibilizaron las reglas en torno al portal de transferencias, los jugadores pueden cambiar de universidad sin tener que sentarse una temporada. Esto ha creado un mercado libre no oficial, en el que los equipos más ricos y con mayor visibilidad —los de las grandes conferencias— pueden atraer talento con ofertas deportivas y económicas más atractivas.

En paralelo, el auge de los contratos NIL ha cambiado radicalmente la dinámica. Jugadores universitarios ahora pueden firmar acuerdos comerciales aprovechando su imagen. De acuerdo con On3 NIL Tracker, atletas como Bronny James (USC) pueden generar ingresos de hasta siete cifras sin haber disputado un minuto profesional.

Esto crea una enorme ventaja para las grandes escuelas, con redes de contactos y empresas dispuestas a invertir. Los equipos más pequeños simplemente no pueden competir en ese terreno.

Un Sweet 16 sin magia

Este año, los nombres del Sweet 16 pertenecen todos a conferencias Power Five (SEC, Big Ten, ACC, Pac-12 y Big 12), primera vez en 39 años. A pesar de algunos intentos de sorpresas, como McNeese State (12º) venciendo a Clemson, o Drake (11º) eliminando a Missouri, ninguno logró avanzar a la segunda semana del torneo.

El entrenador de Purdue, Matt Painter, lo dijo con pesar: “Las sorpresas y su valor para el aficionado común han creado el March Madness. No podemos alejarnos de eso”.

Y es que sin esos momentos impredecibles, el torneo pierde parte de su alma.

¿Dónde quedaron los Cinderellas?

Hasta no hace mucho, los cuentos de hadas eran parte esencial del ADN del torneo:

  • Florida Gulf Coast “Dunk City” (2013): primer equipo sembrado 15 en ganar dos partidos y llegar al Sweet 16.
  • Loyola-Chicago (2018): liderado por Sister Jean, alcanzó el Final Four desde el sembrado 11.
  • Saint Peter's (2022): llegó al Elite Eight como sembrado 15, venciendo a Kentucky, Murray State y Purdue.

Historias que capturaban la imaginación del público y multiplicaban el interés global en el torneo.

¿Un nuevo equilibrio o una tendencia irreversible?

Tommy Lloyd, entrenador de Arizona, pide cautela: “Sinceramente no sé si esto es resultado directo del NIL o solo cómo se dio este año”.

Pero los datos reflejan una tendencia inquietante. Las transferencias de talento desde mid-majors (programas no pertenecientes a conferencias grandes) hacia potencias no solo se han multiplicado, sino que ahora son la norma. Tres de los cinco jugadores del primer equipo All-American 2024 comenzaron en programas pequeños antes de transferirse:

  • Johni Broome (Morehead State → Auburn)
  • Mark Sears (Ohio → Alabama)
  • Walter Clayton Jr. (Iona → Florida)

Lo mismo en el segundo equipo: JT Toppin, RJ Luis Jr. y John Tonje comenzaron fuera de la elite. El talento existe, pero ya no permanece en un lugar el tiempo suficiente para construir una narrativa de "desconocido a estrella" en la misma institución.

¿Quién se queda sin entrañas?

Los medios de comunicación construyeron el mito de March Madness con énfasis en vulnerabilidad, emoción e imprevisibilidad. Para los equipos pequeños, participar en este torneo no es solo una experiencia: es una oportunidad de oro para exponer su programa, atraer mejores reclutas y generar ingresos derivados.

Con las potencias arrasando, se reduce la visibilidad para esos programas. Se pierden ingresos, se pierden reclutas y, a largo plazo, se perpetúa la desigualdad.

El argumento de la meritocracia deportiva

Mark Pope, entrenador de Kentucky, ofrece otra óptica: “Lo hermoso es que, cuando empieza el juego, no importa tu presupuesto. Puedes llegar descalzo y aun así ganar”.

Y sí, aún hay ejemplos de lucha. Equipos como Robert Morris dieron pelea contra Alabama, y programas como Drake sorprendieron por un roster lleno de transferencias de División II.

Pero la realidad demográfica del torneo ha cambiado. Mientras antes las potencias apostaban por reclutas de secundaria a largo plazo, ahora prefieren jugadores de impacto inmediato vía transferencia. Esto deja aún menos espacio para que los pequeños programas retengan talento durante tres o cuatro años.

La nostalgia frente a la nueva era del baloncesto universitario

Para muchos seguidores, el hecho de que solo haya gigantes en el Sweet 16 es simplemente "aburrido". Las apuestas están más balanceadas, las transmisiones menos emocionantes, y la narrativa pierde fuerza.

En lugar del entrenador desconocido que se convierte en leyenda en una semana, o del jugador que pasa de vender sándwiches en el campus a eliminar a Duke, hoy tenemos programas corporativos con acuerdos NIL y patrocinadores por doquier.

Nate Oats, ahora entrenador de Alabama, llegó a esa posición tras destacarse en Buffalo: “No sé si hoy podría haber mantenido intacto el equipo con el que triunfé en Buffalo”, reflexionó.

¿Qué sigue?

Esto no significa que nunca más veremos un Cinderella. Oats cree que aún es posible: “Los programas medios que recluten bien y busquen talento no descubierto siempre tendrán una oportunidad.”

Pero requieren algo más que preparación: necesitan suerte, continuidad y, sobre todo, que el ecosistema del baloncesto universitario no los castigue por desarrollar estrellas.

Aún existe la posibilidad de una remontada dramática, de un buzzer-beater improbable, de un entrenador emocionado llorando frente a su afición de 2,000 personas. Solo que cada año parece más cuesta arriba.

March Madness está viva, pero su corazón late distinto.

Mientras los grandes escriben su propia narrativa de éxito, los pequeños siguen soñando con ese instante mágico que transforme una temporada en leyenda. Por ahora, parecen condenados a mirar desde las gradas.

Este artículo fue redactado con información de Associated Press