Los cenotes de Yucatán, sagrados para los mayas en México, podrían tener derechos propios
HOMÚN, México (AP) — En el patio de Maribel Ek hay un enorme álamo del que cuelga un cartel que dice: “Florece desde adentro”.
Si no fuera por ese árbol, el suyo sería como cualquier otro patio de Homún, en el estado mexicano de Yucatán. Pero el álamo, con sus largas raíces que buscan el agua que se esconde bajo tierra, anuncia lo que hace de éste un lugar especial: el cenote.
Esos lagos subterráneos son una importante fuente de agua en esta región del país y suponen el principal sustento de muchos de sus habitantes, como Maribel, que muestra cada semana el cenote de su patio a turistas de todo el mundo que vienen hasta aquí a bañarse en sus aguas cristalinas.
Pero, ante todo, los cenotes son sagrados para los indígenas mayas como ella.
A la sombra del álamo, Maribel se ajusta una lámpara en la cabeza y desciende una escalinata que conduce a la caverna. Ya adentro ilumina una piedra cubierta con flores, vasijas y velas derretidas: los restos de una ofrenda que hizo días atrás para agradecerle al cenote todo lo que ha hecho siempre por ella.
Maribel se refiere a este espacio como su “vecino”, uno que necesita ser protegido.
Por eso, ella y los demás integrantes de la organización indígena maya Kana’an Ts’onot (que significa Guardianes de los Cenotes) están impulsando una demanda para otorgar derechos propios al Anillo de Cenotes, un área compuesta por cientos de lagos subterráneos que rodean en forma de semicírculo el noroeste de la península de Yucatán y que supone la principal reserva de agua dulce de la región.
La demanda busca evitar que las numerosas industrias que se han instalado en la zona para aprovechar esa gran disponibilidad de agua sigan contaminando el manto acuífero. Si consiguen su propósito, los Guardianes de los Cenotes serían los custodios de la reserva y podrían luchar en su nombre en los tribunales.
De ganar, éste se convertiría en el primer ecosistema de México en tener derechos propios, siguiendo la estela de otros sonados casos a nivel mundial, como el río Whanganui en Nueva Zelanda o el río Komi Memem en la Amazonía brasileña.
Para Maribel Ek, hablar sobre la naturaleza como una persona no es un término legal, sino una costumbre arraigada desde niña.
“Porque tú tienes que ser esa voz que ella no tiene", dice con esa cadencia yucateca, como si fueran versos lo que sale de su boca. "Porque tú tienes que ser esas manos que ella no tiene”.
Las amenazas que se ciernen sobre los cenotes se han ido multiplicando en los últimos años. Al desarrollo urbano descontrolado y la falta de drenaje en las ciudades se han sumado nuevos peligros, como la proliferación de plantas cerveceras y monocultivos de soya o la construcción del Tren Maya, que ha perforado miles de pilares de acero en ese paraíso subterráneo.
Pero lo que más preocupa a los Guardianes de los Cenotes de Homún son las granjas de cerdos.
Según la Secretaría de Medio Ambiente de México, cerca del Anillo de Cenotes están operando 507 granjas porcícolas, de las que el 90% carece de estudios de impacto ambiental y más del 60% de un permiso de descarga de aguas residuales, por lo que no hay control sobre lo que ocurre con los miles de litros de agua cargados de excrementos y orines de cerdo que generan en sus instalaciones.
En muchos casos, esas aguas llenas de contaminantes se filtran al subsuelo.
El terreno es extremadamente vulnerable porque el suelo es kárstico, de muy poco espesor y porosa roca caliza, llena de conductos y oquedades que permiten filtrar al subsuelo todo lo que se vierte en la superficie, explica la bióloga Yameli Aguilar, maestra en ingeniería ambiental por la Universidad Autónoma de Yucatán.
Un amplio informe realizado el año pasado por la Secretaría de Medio Ambiente analizó la calidad del agua de 20 cenotes cercanos a granjas de cerdos y en todos ellos se superaron los límites de coliformes fecales (E. Coli) para la protección de la vida acuática establecidos en la norma mexicana.
Además, en 26 de los 51 municipios de Yucatán donde operan granjas porcícolas se encontraron “condiciones críticas para la sustentabilidad hídrica del acuífero” debido a las elevadas cantidades de nitrógeno proveniente de los excrementos y orines de los cerdos.
Aunque el Anillo de Cenotes es un área natural protegida a nivel estatal y un humedal de importancia internacional por el convenio Ramsar, una organización formada a raíz de un tratado global para proteger los humedales, “hay una resistencia por parte del gobierno” para frenar “la grave contaminación” que sufre, lamenta la abogada Lourdes Medina, que representa a los Guardianes.
Hace siete años, Maribel Ek y otros propietarios de cenotes crearon el grupo Guardianes de los Cenotes para liderar la lucha contra una megagranja de 49.000 cerdos que se instaló a las afueras de su pueblo. Organizaron decenas de protestas, plantones, consultas públicas y acciones legales, pero nada parecía surtir efecto.
Hasta que un año después, en 2018, una demanda presentada por seis niños de Homún exigiendo su derecho al agua y a un medio ambiente sano logró que un juez ordenase el cierre de la granja. Hoy sigue cerrada, pero la batalla legal continúa.
En 2022, dieron un paso más allá e iniciaron el juicio para otorgar derechos al Anillo de Cenotes, que no solamente protegería a Homún, sino a los otros 52 municipios que se encuentran en la reserva.
Y ya está dando sus frutos: una magistrada del estado de Yucatán ordenó a las autoridades que no otorguen permisos a ningún proyecto que pueda afectar a la reserva hasta que se resuelva el juicio, lo que se prevé que suceda a inicios del próximo año.
Sin esa protección, los Guardianes de los Cenotes temen que esos cuerpos de agua sagrados en su cultura sean contaminados y pierdan las aguas cristalinas de las que dependen.
Las granjas de cerdos y otras grandes industrias se instalan en la zona porque hay una alta disponibilidad de agua. En las porcícolas, por ejemplo, se utilizan alrededor de 20 litros por cada kilo de carne producida solamente para refrescar a los animales y limpiar sus desechos.
Pero desde la industria dicen que las macrogranjas no son las culpables de la contaminación.
Carlos Ramayo Navarrete, director de la Asociación Ganadera de Porcicultores de Mérida, que representa a las mayores empresas del sector en la región, dice que el problema son la falta de drenaje en las ciudades y las granjas porcícolas de pequeña escala y “de traspatio” o familiares, porque ellos no están tan regulados por las autoridades como lo están las de gran tamaño que él representa.
Dice que en las granjas que forman parte de su asociación se reutiliza alrededor de la mitad del agua que usan y, además, todas sus naves cuentan con plantas de tratamiento que reducen la carga de contaminantes de las aguas residuales, que después utilizan como fertilizante para regar campos de cultivo.
“Una industria que hace todo lo que está a su alcance y más no puede ser satanizada”, dice Rayamo Navarrete.
Sin embargo, tanto el informe de la Secretaría de Medio Ambiente como la bióloga Yameli Aguilar advierten que las medidas tomadas por la industria todavía son insuficientes para evitar la contaminación del acuífero.
“Como es tanta (el agua) que se utiliza, hasta la fecha no hay una planta de tratamiento que pueda bajarle toda la carga de contaminación a toda esa agua residual”, dice la experta.
La tensión entre las macrogranjas y la población local ha ido en aumento en los últimos años.
En 2023, los habitantes de Sitilpech, a unos 50 kilómetros de Homún, salieron a las calles para protestar en contra de la granja de 48.000 cerdos ubicada a las afueras de su pueblo.
Las manifestaciones fueron reprimidas por parte de la policía y acabaron con varios pobladores detenidos. Cuando un grupo de reporteros de AP se acercó a mediados de este año a las instalaciones de esa granja, propiedad del gigante porcícola Kekén, pudieron ver en la entrada a un guardia de seguridad con un machete en la mano.
La casa de Sitilpech más cercana a la granja es pequeña y está pintada de verde, con un porche que da a la carretera y una pancarta que, en letras mayúsculas, deja clara su postura ante la granja: “Fuerza Sitilpech. Fuera Kekén”.
En el patio trasero, Marcela Chi Eb acaba de poner una lavadora y está tendiendo la ropa en unas cuerdas que sostienen dos limoneros. Sus hojas están secas y marronáceas; dice que se pusieron así desde que empezó a operar la granja.
Por la noches se despierta con la peste que llega desde allí y, aunque el calor sea insufrible, tiene que cerrar las ventanas para que no se cuele ese olor que se le impregna en la nariz y en la ropa. Mientras una de sus hijas descansa en una hamaca, Marcela habla de lo que más le preocupa: que en un futuro ni ella ni sus hijos puedan utilizar el agua que llega a la llave de su casa.
De vuelta en Homún, Maribel Ek llega al final de la gruta y, sin pensárselo dos veces, se sumerge en las aguas turquesas del cenote con todo y ropa.
Cuando era niña bajaba aquí todos los días para recoger agua porque el suministro público no llegaba hasta su casa y, desde entonces, aprendió que este lugar no era “un agujero oscuro, con murciélagos” sino “una bendición, un agujero que se convierte en un amigo”, dice. “Es por eso que exigimos los derechos de nuestros cenotes”.
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