Dos ciudades de Texas reflejan la brecha entre el electorado potencial de EEUU y el electorado real
LEWISVILLE, Texas, EE.UU. (AP) — En pleno corazón de la expansión urbana de Texas, la ciudad de Lewisville encarna la esencia del estado de la Estrella Solitaria.
Atravesada por la carretera interestatal 35 y subdividida por avenidas de seis y ocho carriles bordeadas de tiendas de cadena, restaurantes mexicanos y casas de empeño, Lewisville, ubicada a 37 kilómetros (23 millas) al norte de Dallas, es un espacio prototipo del segundo estado más poblado del país. Su residente típico tiene unos 36 años de edad, lo mismo que en el resto de Texas. Y en forma similar a otras partes del estado, 6 de cada 10 residentes no son blancos, y aproximadamente dos tercios de sus electores sufragaron en los comicios presidenciales de 2020.
A un costado se encuentra la ciudad de Flower Mound, formada por una franja de urbanizaciones elegantes con nombres como Teal Wood Oaks y Chaucer Estates. Los habitantes de Flower Mound son más del tipo del electorado que ha mantenido a Texas dominado por los republicanos durante décadas. Es una zona de mayor nivel económico que Lewisville, más de dos tercios de sus residentes son de raza blanca y el 78% de ellos votó en 2020.
Esa discrepancia, entre el electorado diverso y potencial de Lewisville y el electorado real y mayoritariamente blanco de Flower Mound, ha sido el trasfondo de la política estadounidense en las últimas dos décadas.
Durante mucho tiempo, se ha asumido que cerrar esa brecha entre Lewisville y Flower Mound —conseguir que vote más gente y lograr que el electorado represente mejor a la población real del país— ayudaría a los demócratas y perjudicaría a los republicanos. Ello se debe a que un electorado más numeroso significaría que sufragaran más personas de las minorías, e históricamente esos grupos se inclinan por los demócratas.
Esa presunción ayudó a desatar la teoría conspirativa del “Gran Reemplazo” entre algunos conservadores, que imaginaban un complot dirigido a importar inmigrantes para sustituir a los votantes blancos más conservadores. En parte, ello ha sido el combustible detrás de los empeños de los republicanos para hacer que sea más difícil votar, sobre todo en Texas, que tiene algunas de las leyes electorales más estrictas del país. Pero en estas elecciones presidenciales el guion ha cambiado.
Los republicanos han diseñado su campaña electoral a favor de Donald Trump en torno a lo que creen que es una vasta población de votantes de tendencia conservadora que acuden poco a las urnas. Su equipo de campaña apuesta a recibir el apoyo de los votantes más jóvenes, latinos y afroestadounidenses, que es menos probable que acudan a votar.
La demócrata Kamala Harris confía en recibir el apoyo de los votantes negros y latinos, pero también en incrementar el apoyo que recibe de los votantes con estudios universitarios, un grupo en crecimiento que es muy probable que vote y que ayudó a que el demócrata Joe Biden llegara a la Casa Blanca en 2020.
El contraste es claro en estas ciudades vecinas del norte de Texas.
En Flower Mound, los republicanos que solían dominar el voto en este suburbio temen que ahora tenga tendencia demócrata. En Lewisville, más diversa, los que rara vez votan o no pueden hacerlo están viendo con mejores ojos a Trump.
“Creo que Trump haría una diferencia”, dijo Brandon Taylor, de 35 años, que no puede votar debido a que tiene antecedentes penales, pero está tratando de persuadir a su novia, Whitney Black, para que vote por el expresidente. “Necesitamos ese voto extra”, le dijo a Black mientras ambos, ahora sin hogar, estaban sentados en una banca frente a la biblioteca pública de Lewisville.
Por otro lado, Martha Mackenzie, una oficial naval retirada en Flower Mound, es una exrepublicana que abandonó el partido a causa de Trump.
“Simplemente no puedo respaldar muchas de las patrañas que hay detrás de Trump”, dijo McKenzie, mofándose en particular de la insistencia de éste de que las elecciones de 2020 que perdió ante Biden le fueron robadas.
Hay, por supuesto, muchos simpatizantes de Harris en Lewisville y numerosos votantes de Trump en Flower Mound. El contraste entre las ciudades va más allá de la política partidista y responde más a un viejo adagio que Sally Ortega Putney pronunció hace no mucho en un complejo de oficinas de Flower Mound.
Putney, de 59 años, y un puñado de otros voluntarios estaban convocando a los electores en nombre del Partido Demócrata. Recordó haber pasado horas afuera de los mercados hispanos de Lewisville intentando, sin éxito, de encontrar nuevos votantes.
“Se nos rompió el corazón intentando todo tipo de acercamientos diferentes. La clase baja no tiene tiempo, están demasiado ocupados tratando de alimentar a sus hijos”, explicó Putney entre llamada y llamada que ella y otros dos voluntarios hacían a los votantes.
“Es la clase media la que acaba encargándose de todo, porque tenemos tiempo para hacerlo”, comentó, mientras se desplazaba por la habitación haciendo gestos.
Durante décadas, los republicanos han gobernado Texas. El partido ha controlado la Asamblea Legislativa durante más de 20 años y ha ganado todas las elecciones estatales desde 1994. A medida que la población de Texas se ha ido diversificando, los márgenes de diferencia de los triunfos republicanos se han estrechado, pero el partido ha tomado medidas para proteger su control del poder.
Los republicanos de Texas han trazado algunas de las redistribuciones de distritos electorales más notorias del país, remodelando las líneas de distritos legislativos y del Congreso para proteger a los políticos de su partido y limitar a los votantes demócratas que podrían desbancarlos a unos cuantos distritos configurados de forma extraña. Esto garantiza que los demócratas sigan siendo minoría en la Asamblea Legislativa.
En 2021, esa Asamblea endureció las leyes electorales en respuesta a las falsas afirmaciones de Trump de que le hicieron fraude. Los legisladores les prohibieron a las oficinas electorales permitir acudir a votar las 24 horas después de que eso se hubiera popularizado en un importante condado de tendencia demócrata y le prohibieron a cualquiera enviar solicitudes de voto por correo a electores elegibles.
Desde entonces, los republicanos de Texas han seguido luchando contra lo que consideran es una amenaza de electores adicionales indebidos.
El fiscal general estatal Ken Paxton demandó a dos de los condados más grandes y de mayor tendencia demócrata del estado para detener sus campañas de registro de votantes, y su oficina allanó los domicilios de líderes de grupos latinos de defensa de los derechos civiles en lo que dijo era una investigación de posible fraude electoral.
“No hay duda de que el diseño de muchas de las leyes electorales de Texas, tanto antiguas como nuevas, se basa en la idea del cambio demográfico y de que los nuevos votantes no apoyarán a la gente en el poder”, dijo Michael Li, asesor principal del Brennan Center for Justice —una organización sin fines de lucro de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York—, que creció en Dallas y sigue observando el estado con atención.
Texas ha tenido experiencias recientes con una oleada de votantes nuevos, y eso no resultó tan mal para los republicanos como el partido temía.
En 2018, el demócrata Beto O’Rourke se postuló frente al senador republicano Ted Cruz. El congresista poco conocido se convirtió en un fenómeno nacional por su mensaje populista y sus iniciativas para animar a las personas a salir a votar. Perdió por una diferencia de 51% frente a 48%.
Jim Henson, politólogo de la Universidad de Texas, dijo que los nuevos votantes que acudieron a las urnas en 2018 estaban divididos por igual entre republicanos y demócratas, sólo ligeramente más demócratas que el electorado de Texas, normalmente de tendencia conservadora.
“Ambos partidos tienen la posibilidad de acercarse a votantes desaprovechados”, indicó.
Lacey Riley es una republicana que piensa que las leyes de votación de Texas sólo están “salvaguardando las elecciones”, no haciéndolas más difíciles para los nuevos votantes.
“Creo que todo el mundo debería votar”, afirmó Riley, presidenta del Partido Republicano en el condado de Denton.
Residente de Flower Mound, Riley dijo que está emocionada de ver que el Partido Republicano llega a nuevos votantes, incluidos los de Lewisville.
“El Partido Republicano ha cambiado”, observó. “No es un montón de blancos ricos”.
Riley reconoce que Flower Mound, que tiene 80.000 habitantes, está cambiando. Se quedó atónita al ver cómo un amigo que se postulaba para obtener un asiento en la junta escolar local era abucheado por ser conservador, algo impensable en tiempos pasados.
La ciudad fue fundada en 1961 para evitar que sus zonas con praderas fueran engullidas por otros suburbios de rápido crecimiento. Durante décadas, le ha dado prioridad al crecimiento lento y la vivienda unifamiliar, lo que ha derivado en intensas disputas políticas en torno a la urbanización.
En cambio, Lewisville se remonta al siglo XIX y tiene un pequeño centro con algunos edificios históricos.
Cuando la zona empezó a crecer, la ciudad permitió que varios propietarios hicieran lo que quisieran con sus terrenos, lo que dio lugar a una amalgama de diferentes tipos de urbanización. Aunque la ciudad de 135.000 habitantes cuenta con fraccionamientos que no desentonarían en Flower Mound, aproximadamente la mitad de sus propiedades residenciales son edificios de apartamentos que atraen a una población más joven, menos adinerada y más diversa.
Delia Parker Mims, presidenta del Partido Demócrata del condado de Denton, vive en Lewisville. El nivel de participación política es más bajo en la ciudad que en Flower Mound, tan bajo que Mims no halló suficientes personas para formar un club demócrata local y tuvo que crear uno que incluye a personas de las dos ciudades, lo cual le permitió alcanzar un volumen decisivo de integrantes.
Sin embargo, Mims culpa a republicanos locales que dirigen el condado de mantener baja la participación en Lewisville, al obligar a los votantes a acudir a urnas en distritos electorales asignados que a menudo cambian de ubicación de unas elecciones a otras, en lugar de hacerlo en centros de votación centrales donde cualquiera puede sufragar.
Pero la relativa marginación que hay en Lewisville no sólo se debe a que sus electores elegibles no voten. Una quinta parte de sus residentes han nacido en el extranjero y muchos no tienen ciudadanía estadounidense. Eso significa que están excluidos del proceso político.
Esto resulta desconcertante para algunos, como José Colmenares, de 56 años, exadministrador universitario venezolano que huyó a Texas el año pasado. Hace notar que entre los candidatos en la contienda presidencial hay una, Harris, que parece más amigable hacia los migrantes que Trump, quien se queja de una “invasión” de personas de Sudamérica y promete implementar deportaciones masivas.
“Todos nosotros apoyaríamos a esta candidata si pudiéramos”, dijo Colmenares sobre Harris mientras se encontraba frente a uno de los mercados latinos de la ciudad.
Alex Salguero llegó a Lewisville desde Guatemala en 1994 y empezó a trabajar como mecánico. Con el tiempo abrió su propio taller de reparación de carrocerías en un inmueble construido ex profeso en una esquina del centro de la ciudad. Está horrorizado por la forma en que Trump habla de los inmigrantes —“nos hiere el corazón”—, y dijo que muchos latinos de la ciudad se sienten así, pero están desanimados por las complejidades del sistema electoral estadounidense.
Evocó lo ocurrido en 2016, cuando la demócrata Hillary Clinton obtuvo 3 millones de votos más que Trump a nivel nacional, pero perdió porque Trump le ganó en el Colegio Electoral.
“Es entonces cuando reflexionas sobre lo hecho y dices: '¿Por qué voté?'”, comentó Salguero, que regularmente sufraga por los demócratas.
Iván Barrera, de 32 años, trabaja en el taller de Salguero y comparte la preocupación de su jefe por la retórica del expresidente sobre la inmigración. Aun así, se inclina por Trump porque normalmente vota por republicanos.
“No quiero que me regalen nada”, declaró Barrera, “porque sé que a mis padres no les regalaron nada mientras crecían”.
Barrera está tratando de persuadir a sus padres, inmigrantes mexicanos que viven en las afueras de Lewisville, para que respalden a Trump.
Pero hay un pequeño inconveniente. Sus padres han tenido la ciudadanía estadounidense desde hace décadas, pero aún no están registrados para votar.
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