Obligados a migrar, venezolanos en el extranjero esperan un cambio y volver a casa eventualmente
La prolongada inestabilidad económica y política en Venezuela ha obligado a millones de personas a dejar su nación durante la última década, lo que ha aplastado muchos de sus sueños y los ha dejado con la duda de si alguna vez regresarán al que alguna vez fue el país más próspero de Sudamérica.
La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) estima que más de 7,7 millones de venezolanos se han ido desde 2014, el mayor éxodo en la historia reciente de Latinoamérica. La mayoría se ha asentado en el continente americano, desde en los vecinos Colombia y Brasil hasta Argentina y Canadá.
El domingo, los venezolanos votarán en una elección presidencial muy esperada ya que, por primera vez en años, plantea un desafío electoral para el presidente Nicolás Maduro, quien busca un tercer mandato. Su principal contendiente es el exdiplomático Edmundo González Urrutia, candidato de la principal facción de la oposición.
Estas son las voces de algunos venezolanos que residen en el extranjero. Unos se han labrado nuevas vidas, mientras otros esperan regresar a su país natal —algún día.
La mayoría de los venezolanos que se fueron en la última década se han establecido en Colombia, donde el gobierno ha instituido un programa para otorgarles estatus de residencia legal e incorporarlos a la economía formal.
En 2020, María Auxiliadora Añez, de 60 años, dejó su casa en Maracaibo —que alguna vez fue un próspero centro petrolero— para visitar a su hijo, quien ya vivía en Bogotá, capital de Colombia. Su negocio de comida mexicana había pasado dificultades y había visto a vecinos y amigos migrar en medio de una constante falta de servicios y de apagones frecuentes.
Añez decidió quedarse en Colombia, donde ella y su esposo administran un camión de comida venezolana o “food truck”.
Comentó que no se registró para votar el domingo porque lo encontró difícil, pero cree que Venezuela necesita más que unas elecciones para dar un giro. “No es solamente cambiar al presidente”, dijo. “Que haya calidad de vida. Que tengamos el agua simple y esencial, y que tengamos electricidad simple y esencial”.
Ana Isabel Gómez, de 51 años, decidió emigrar en 2014 cuando sintió que su seguridad y la de su familia estaban en riesgo.
Gómez vivía en la ciudad noroccidental de Barquisimeto, donde ayudó a brindar ayuda humanitaria a la gente durante un período de protestas contra Maduro, quien había sido elegido en 2013 tras la muerte del presidente Hugo Chávez.
“Cuando mi hijo mayor me dijo por tercera vez: ‘Mamá, sácame’, porque estaban asesinando adolescentes... en ese momento, por encima de mujer, por encima de lo que fuera, yo fui madre”, dijo.
Gómez, su entonces pareja y sus dos hijos, quienes tenían 3 y 13 años en esa época, tomaron un vuelo a Bogotá, donde finalmente se instalaron y ahora ella dirige un centro de bienestar y una organización sin fines de lucro que envía medicamentos a Venezuela.
Agrega que es optimista sobre el futuro de Venezuela y que le gustaría regresar algún día.
Emilia Lizbeth Angulo, abogada de 51 años de edad, abandonó la ciudad de Mérida, en el noroeste del país, en 2018, tras ser acosada por funcionarios progubernamentales. Fue el año en que Maduro fue reelegido en una elección en la que se prohibió la participación de los principales partidos y candidatos de la oposición.
Angulo trabajaba en recursos humanos en un hospital cuando le pidieron que se uniera a las manifestaciones progubernamentales y se negó. Luego llegaron las represalias: El hospital dejó de darle el medicamento para el corazón que su madre necesitaba. Finalmente, su puesto fue eliminado.
Angulo dijo que dejar Venezuela la sumió en una depresión al principio.
Ella y un amigo se fueron a Colombia, y allí, durante seis meses, vendió café y arepas antes de mudarse a Chile, donde se estableció y ahora trabaja como asistente administrativa.
“Con muchas ganas de regresar, eso sí, pero esperando el momento adecuado para llegar a mi país nuevamente”, agregó.
Liseth Díaz, ingeniera en sistemas de 46 años, empezó a pensar en migrar en 2015. “Un día saliendo del cine con mis hijas, en el auto, nos encontramos en el medio de un tiroteo”, recuerda.
Díaz y su familia cerraron su negocio de prestación de servicios y, en diciembre de 2017, ella, su esposo y sus tres hijas viajaron desde la ciudad central venezolana de Guacara a Chile. Les tomó 14 días cruzar Colombia, Ecuador y Perú, y finalmente llegaron a Santiago, la capital chilena, donde ella ahora trabaja en la industria de la fibra óptica.
No han regresado a Venezuela, y Díaz no cree que lo hagan en el corto plazo —al menos no mientras lo que ella llama la “dictadura” de Maduro permanezca en el poder.
No votará el domingo porque no pudo obtener el pasaporte requerido a pesar de varios esfuerzos.
En 2016, mientras luchaba por salir adelante en medio de la hiperinflación y la escasez generalizada, José Alberto Morán fue asaltado un par de veces.
Morán, quien estudiaba y trabajaba en Caracas, decidió emigrar a España. Se trasladó a Valencia y se convirtió en el primer miembro de su familia en marcharse. Más tarde, un hermano se mudó a República Dominicana y otro a Colombia.
Sus padres y otros hermanos permanecen en Venezuela, adonde les envía dinero.
“Lo que hacemos es ayudar para que se mantengan todos”, explicó Morán, de 29 años, quien trabaja como vendedor de azulejos en Madrid.
No votará en las elecciones del domingo debido a las “muchas trabas” para registrarse, pero dijo que no espera cambios importantes. Morán añadió que no regresaría definitivamente a menos que su país pueda ofrecerle “seguridad y estabilidad”, algo que no espera en el corto plazo.
Jacobo Alonso Sequeiros dejó Venezuela en 2012, cuando Chávez aún era presidente. Con la esperanza de un futuro mejor, se dirigió a Europa y viajó primero a Reino Unido para después encontrar trabajo como ingeniero informático en España.
Nacido en Caracas, creció en Ciudad Guayana, en el estado sureño de Bolívar. Dejó atrás a sus padres y a su hermana, pero tras la muerte de su madre en 2016, su hermana se mudó a España con él.
Como muchos otros venezolanos que viven en el extranjero, Sequeiros no votará en las elecciones del domingo porque encontró que el proceso de registro era demasiado burocrático. Pero tiene la esperanza de que “puede haber un gran cambio este próximo 28 de julio”.
Sequeiros, que ahora vive en Galicia, no cree regresar permanentemente. “¿Volver para quedarme? No”, comentó. “Primero tienen que darse las circunstancias —como una oferta laboral o estabilidad económica— para decidir dejar todo lo que yo he cosechado en estos años en España y volver a empezar mi vida en Venezuela”.
Yuly Macedo, abogada de 47 años que se dedica a limpiar casas en Miami, dijo que siempre se ha opuesto al gobierno de Maduro. En abril de 2016 tomó un avión con su esposo y su hijo de entonces 10 años rumbo a Miami, donde solicitó asilo político. Vive allí desde entonces.
Antes de partir, Macedo trabajó durante más de seis años en diferentes puestos en la oficina municipal de Cagua, a unos 70 kilómetros (43,5 millas) al suroeste de Caracas.
Dijo que la obligaron a asistir a manifestaciones en apoyo a Maduro y a reclutar gente para que votara por él. Le advirtieron que no hablara sobre la corrupción y las irregularidades que vio cuando trabajaba en el gobierno local o correría el riesgo de perder su trabajo. Recordó haber recibido amenazas de muerte e incluso haber sido seguida a todas partes.
Fueron “hostigamiento y amenazas constantes”, señaló.
La despidieron en 2014, pero comentó que las intimidaciones continuaron. En algún momento pensó: “Ya no puedo seguir con este susto”, y finalmente se fue, y dejó atrás a sus padres y dos hermanos.
Los venezolanos como Macedo no tienen forma de votar desde Estados Unidos porque la embajada y los consulados de su país han permanecido cerrados durante años. Pero espera que esta vez haya un cambio. “La esperanza y las expectativas nunca se van a perder”, agregó.
No obstante, regresar no está en sus planes, incluso si la oposición triunfa.
“No puedo volver a Venezuela: siento mucho miedo, mucho temor”, dijo, y subrayó que quienes la amenazaron todavía viven allí.
Mayra José Marchán llegó al sur de Florida con su esposo y sus dos hijas hace casi una década, pero ayuda a movilizar a los votantes de la oposición en Venezuela.
Marchán busca donantes para contribuir a pagar el transporte de votantes en Venezuela el día de las elecciones, comprar alimentos y bebidas para los representantes de los centros de votación, e incluso para pagar las facturas telefónicas de los activistas que hacen campaña para la oposición.
“Mi eslogan es: ‘Si no puedo votar, puedo ayudar’”, dijo Marchán, economista de 52 años.
Marchán, exprofesora universitaria, señaló que no estaba afiliada a ningún partido político, pero que participó en manifestaciones antigubernamentales. Agregó que fue amenazada y que miembros del ejército la siguieron en Araure, su ciudad natal a unos 340 kilómetros (210 millas) al suroeste de Caracas.
Marchán, su esposo y sus dos hijas llegaron a Estados Unidos con visas de turista y poco después solicitaron asilo político. Ahora tienen una empresa que deshidrata ají dulce (pimiento morrón) venezolano.
Confía en que la oposición venezolana saldrá a votar “masivamente” el domingo. Y aunque teme que el gobierno de Maduro haga todo lo posible para mantenerse en el poder, tiene esperanzas.
“Sueño por una Venezuela diferente. Trabajo por una nación diferente. Tenemos que seguir trabajando para lograrlo”, señaló.