Reseña: “Hit Me Hard and Soft” de Billie Eilish muestra una artista motivada por la libertad
"¿Estoy actuando de acuerdo a mi edad?” se pregunta Billie Eilish, de 22 años, en voz alta en la canción de apertura de su ambicioso tercer álbum, “Hit Me Hard and Soft”.
"¿Ya voy de salida?”.
El álbum de 10 pistas ve a una artista pop única en una generación reescribiendo las reglas una vez más. En su primer disco de Eilish presentó al mundo su brillante horror pop, con su humor macabro, ritmos diversos y sentimientos adolescentes, su segundo secó esas lágrimas negras para el canto pop y reflexiones de bossa nova sobre las expectativas de la fama. El tercero es una amalgama de ambos, con nuevas y audaces sorpresas.
“Hit Me Hard and Soft” demuestra que Eilish va contracorriente en el pop contemporáneo en algunos sentidos: Este es un álbum destinado a ser escuchado y disfrutado en su totalidad, trabajando en contra del modelo actual de la industria musical centrado en los sencillos. Y se gana esa distinción, con un sonido más completo, cortesía de su hermano, el productor y colaborador de toda la vida Finneas O’Connell, a quien ahora se unen Andrew Marshall en la batería y el Cuarteto Attacca en las cuerdas.
La canción de apertura “Skinny” se acerca al falsete sacarino de su balada galardonada de “Barbie”, “What Was I Made For?”. El mensaje de la canción también tiene un tipo de resonancia similar, aborda la imagen corporal, cantando “People say I look happy / Just because I got skinny” (“La gente dice que me veo feliz / Solo porque adelgacé”), haciéndose eco de su cortometraje e interludio declamado “Not My Responsibility” de “Happier Than Ever” de 2021.
Una sección de cuerdas lleva “Skinny” a su coda, remontándose a la interpretación de Eilish de su canción “Barbie” en los Oscar 2024, donde se le unió una orquesta.
A partir de ese momento, todo cambia. Los espejismos abundan en “Hit Me Hard and Soft”. ¿Crees que una canción va en una dirección? Error.
En los últimos cinco segundos de “Skinny”, la batería entra en la ecuación, un ritmo que se traslada a “Lunch”, que seguramente será una favorita de los fans.
Luego está el bajo lánguido y el estribillo etéreo de en la canción midtempo “Chihiro”, llamada igual que la protagonista de 10 años de la película clásica de Studio Ghibli “Sen to Chihiro no kamikakushi” (“El viaje de Chihiro”). Esa canción, como muchas en el álbum, comienza suave y termina fuerte. Un crescendo erótico de techno-house contundente que alcanza el nivel de euforia auditiva de “Challengers” (“Desafiantes”).
“The Greatest” podría considerarse una secuela temática de “Everything I Wanted” de su álbum de 2019, “When We All Fall Asleep, Where Do We Go?”, ahora con una guitarra de cuerdas de nailon. A los tres minutos y medio, se convierte en un rock expansivo, apto para los estadios. Las guitarras apagadas se ejecutan de una manera que se siente familiar a la canción principal de “Happier Than Ever” de 2021.
El sonido engañosamente alegre de “L’amour De Ma Vie” también es fiel al tipo de momentos jazzísticos y lounge de su último álbum. “But I need to confess / I told you a lie” (Pero necesito confesar / Te dije una mentira), canta Eilish. “I said you / you were the love of my life” (Te dije /Que eras el amor de mi vida).
Más tarde, la canción asciende a la felicidad del synth-pop: voces distorsionadas y autotuneadas en hyperpop y rave de Eurodance, para que nadie olvide que esta es la misma artista pop que escribió la canción industrial “Oxytocin”.
Entonces, ¿a dónde se fue la cantante de “Bad Guy”? Está en “The Diner”. Aquí, regresa su sonido de paseo de carnaval embrujado. Su vodevil gótico comienza con la frase “Don’t be afraid of me” (No me tengas miedo), una orden en vez de la pregunta de “Why aren’t you scared of me?” (¿Por qué no me tienes miedo?) de “Bury a Friend” de 2019. Bromea: “Bet I could change your life / You could be my wife” (Apuesto a que podría cambiar tu vida / Podrías ser mi esposa).
Donde otros artistas podrían recurrir a su pasado para hacer retratos impresionistas derivados de lo que solían ser, Eilish evoluciona sus fantasmas.
Eso es cierto en el cierre entrecortado de “Blue”, un recordatorio sonoro del largo amor de Eilish por los discos de Lana Del Rey, hasta que toma un desvío trip-hop al estilo de Massive Attack. Dos cosas pueden ser ciertas, y azules, a la vez.
“Hit Me Hard and Soft” es lo más fuerte que Eilish ha grabado en su historia, ya no canta casi exclusivamente en tonos hermosos y susurrados que provocan ASMR, debajo de una producción innovadora y arrolladora. Claramente, ha ganado la seguridad en sí misma para estar por encima de la mezcla.
El único sobresalto puede ser la penúltima canción, “Bittersuite”, que sufre bajo su propia sutileza, algo que logra evitar en “Wildflower”, en gran parte acústica. Allí, su dulzura sonora se confunde después de un nítido relleno de batería en el medio. Es discreto, pero eficaz. Líricamente, Eilish detalla su preocupación por el ex amante de una pareja actual: “Every time you touch me/I just wonder how she felt” (Cada vez que me tocas/Me pregunto cómo se sintió).
A lo largo del álbum, Eilish es un pájaro: un ave en una jaula en “Skinny”; ella quiere mantenerse unida en la canción pop barroca “Birds of a Feather”, y en el cierre del álbum, “Blue”, se da cuenta de que no eran “pájaros de una misma pluma”, después de todo, y está de vuelta en una jaula.
Es un cambio bienvenido de las tarántulas que definieron “When We All Fall Asleep, Where Do We Go?”, pero también sirve como la metáfora ideal para el tercer álbum de Eilish. Está motivada por un deseo de libertad. Y en “Hit Me Hard and Soft”, se ha permitido comunicar la tensión y dejar que tome vuelo.