Fría sala de Hospital
Al verla decaída, con la cara pálida, sus ojos más pequeños que de costumbre, su piel opaca y su semblante cabizbajo. Parecía otra persona, ya llevaba dos semanas en el hospital. La primera semana había estado aislada por su diagnóstico de Covid, y ahora en su segunda semana estaba recibiendo las primeras visitas.
Me alegré de haber podido ser yo una de las primeras personas que la visitaban, habíamos estado unidas desde el vientre de nuestra madre.
En cada etapa de nuestras vidas la otra había estado presente y la sensación de perderla en esa semana crónica y agonizante en la que había estado envuelta, había causado estragos en mi salud. El estrés me había llegado hasta el límite y había sentido en mi cuerpo dolores extraños en esas semanas. Había sentido unos dolores terribles en mi abdomen, me sentía inflamada y un día había votado un charco de sangre cuando fui a orinar al baño que me dejo estremecida. "Sería que estaba sintiendo algo parecido a lo que ella estaba sintiendo".
Sabía que estaba aislada en esa fría sala de hospital y en su cabeza solo había Incertidumbre y miedo, miedo de no poder ver a nadie más y morir ahí sola en ese hospital, sin siquiera tener la oportunidad de despedirse.
Esto era lo que me hacía sentir tan nerviosa y tensa, por más que deseaba pensar en otras cosas, solo venía a mi mente esa escena y me causaba pánico.
Por otro lado, mi cuñado solo me daba noticias alarmantes, me decía que rezara, porque el panorama estaba feo y mi hermana cada día que pasaba se sentía más agotada y sin fuerzas. Pedía que rezaran por ella, como despidiéndose de todos nosotros, y esto me hacía sentir tan miserable.
No había podido visitarla para estar con ella y tomar su mano. Sabía lo sensible que ésta era, "igual a mí", sensibles por naturaleza y cuanto había de necesitar mi apoyo. Sin embargo, el trabajo, mis responsabilidades y la distancia en donde se encontraba, me habían estado deteniendo. Pero ya cuando sentí que no podía más, me arme de valor y viaje hasta allí para verla en esa fría sala de hospital.
Habían pasado dos semanas desde su internación y ya lo peor había pasado.
Esos días para mí no habían sido fáciles, había entrado en una cadena de oración por ella, me sentía agotada físicamente y psicológicamente, mi cuerpo lo sabía, me vino una infección urinaria, me bajaron las defensas producto de todo el estrés que sentí en esos días, mi enfermedad autoinmune estaba haciendo lo suyo, tenía la boca llena de aftas y me sentía fatal.
Parecía que había estado luchando una guerra infernal para mantenerla viva a ella y a su hijito que llevaba en el vientre. Si porque ella estaba embarazada cuando fue hospitalizada, su hijo con sentencia de muerte y esperando los médicos que ella pudiera sobrevivir.
Cuando por fin pude entrar a esa sala de hospital y verla, sentí un gran alivio. Mi hermana y su bebe habían sobrevivido, habían salido del abismo de oscuridad y ya estaban viendo la luz de nuevo.
Al verla solo pude dar gracias al cielo por estar ahí viéndola otra vez y que lo peor haya pasado ya.
No hay nada más terrible que el pánico que te da la incertidumbre de no saber si volverás o no a ver a alguien que te importa.
Yo quería decirle cuanto la amaba y cuán importante era para mí, y el miedo que había sentido por poder perderla. Sin embargo, no pude. Solo quise compartir con ella los chocolates que le había llevado, conversar y hacerla reír otra vez, y que olvidara por un instante el trago amargo de los días anteriores que le había tocado pasar.
Disfrute de cada segundo y cada minuto que me dieron para estar con ella. La abrasé y me despedí de ella con la certeza en mi corazón de que iba a volver a verla otra vez. Esta batalla no la había ganado la muerte y Dios tenía otros planes para ella.