Una oración para Evita. ¿Por qué a 71 años de su muerte aún hay argentinos que añoran a Eva Perón?

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Una oración para Evita. ¿Por qué a 71 años de su muerte aún hay argentinos que añoran a Eva Perón?
Un mural de la ex primera dama argentina María Eva Duarte de Perón, más conocida como Eva Perón, o Evita, que la representa con un halo de santa, adorna una pared dentro del restaurante Perón Perón en el barrio de San Telmo de Buenos Aires, Argentina, el viernes 9 de febrero de 2024. (AP Foto/Natacha Pisarenko)

BUENOS AIRES (AP) — Todas las mañanas, desde la capilla del sindicato en el que trabaja en la capital de Argentina, Ángeles Celerier saluda a sus santos y eleva una oración. Buenos días, San Cayetano. Buenos días, Santa Teresa. Buenos días, Eva Perón.

Esta última no ha sido canonizada por el Vaticano —aunque el pedido existe— pero para Celerier eso no importa.

“Para mí es la santa del pueblo, la santa de todos nosotros”, dice la mujer de 56 años.

Lejos de Argentina hay quienes conocen poco o nada de esta ex primera dama que murió hace 71 años, pero en la cuna de ídolos como Messi y Maradona, Evita circula de mano en mano en los billetes de 100 pesos, habla al micrófono sobre el mural que adorna un edificio emblemático y planta rostro junto a los manifestantes que la imprimen en sus carteles de protesta.

“Tengo su estampita en mi billetera y la tengo en mi casa en un portarretrato chiquitito con una velita”, dice Celerier. “Le pido que nos ampare, que nos proteja”.

Otros trabajadores como ella la consideran su patrona o miran sus fotos con añoranza porque piensan que en tiempos de su marido, el tres veces presidente Juan Domingo Perón, todo marchaba mejor.

“Para nosotros es la reserva espiritual del pueblo argentino”, dice Julio Piumato, director de Derechos Humanos de la central sindical más grande de Argentina y cuya firma figura en un documento de 2019 que solicita la beatificación de Eva.

“No hay otra figura que signifique tanto. Los sectores humildes se sintetizan en Evita”.

Según Piumato, entre 1946 y 1952, cuando un cáncer la mató a los 33 años y Perón concluyó su primer mandato, la pareja dignificó a la clase trabajadora y priorizó la justicia social.

El documento que ampara el pedido de beatificación menciona, por ejemplo, que mientras algunos países padecían el escozor que dejó la Segunda Guerra Mundial Perón gestaba una revolución cuyos protagonistas eran los trabajadores y los sectores más desprotegidos.

“Los santos nos muestran los caminos para llegar a Cristo e interceden ante Dios por nosotros”, afirma el texto entregado al Arzobispado. “En nuestra patria, generación tras generación se sigue convirtiendo por el mensaje humanista y cristiano de la abanderada de los humildes”.

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El nombre importa.

María Eva fue la chica que dejó su pequeño pueblo de Los Toldos para salir a probar suerte como actriz en Buenos Aires. Eva Duarte es la estrella que posa en afiches. Eva Perón es la mujer del presidente. Y luego llegó Evita.

Evita fue quien trascendió la bandera albiceleste y escaló los peldaños de la industria cultural internacional. Fue a quien el británico Andrew Lloyd Weber compuso un musical en 1978. A quien Madonna copió el peinado en una película noventera. A quien los turistas buscan en el Cementerio de Recoleta cuando vacacionan por Argentina.

Es Evita a quien algunas feministas imprimen sobre sus pañuelos verdes y a quien obedece la denominación del movimiento que grita por transformación social.

“La representación de Evita en nuestra bandera representa estar con los de abajo y tratar de reivindicar su nombre a través del tiempo porque han pasado más de 70 años del nacimiento del peronismo, pero sigue más vigente que nunca”, dice Iván Tchorek, uno de los integrantes del Movimiento Evita, que tiene más de 150.000 integrantes y nació tras la crisis económica de 2001.

Evita es también quien decora algunos altares caseros, como si fuera un ser querido al cual se quiere recordar.

“Evita es la figura cercana al pueblo”, dice Santiago Regolo, investigador del museo que lleva las tres sílabas de su nombre en la puerta.

“La gente empezó a llamarla así y esa construcción está vinculada al trabajo político y social que la distinguió de las mujeres que la precedieron y la toman como ejemplo hasta el día de hoy”.

Fue Evita —no María Eva, no Eva Duarte, ni siquiera Eva Perón— la que visitó fábricas y barrios. La que regaló su primer juguete a cientos de niños y pan dulces a las familias en Navidad. La que estableció espacios de vacación para los obreros que nunca se habían costeado un descanso. La que dio el empujón final a la causa feminista que en 1947 consiguió el voto para la mujer.

“Ahí se van ligando ciertas cuestiones que trascienden lo político para entablar cuestiones de orden sentimental, sacralizado”, dice Regolo. “Empieza a ser la compañera, la hermana, la madre de los humildes”.

El nombre importa y ella misma lo anotó en su autobiografía: “Prefiero ser Evita a ser la mujer del presidente si eso sirve a los descamisados de mi patria”.

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Rita Cantero tiene 71 años, surcos finos a un costado de los labios y el timbre suave de a quien le cuesta creer que la suya es una voz con algo por narrar.

“Mi mamá contaba que Evita era muy solidaria, que gustaba mucho a la gente por el servicio que hacía”.

Su madre, que como ella vivía en un pueblo al que la prosperidad le soltó la mano, conoció a la primera dama en una plaza frente a la catedral. Había un acto público, cuenta Cantero, y de pronto, Evita.

Embarazada de Cantero y sabiéndose madre soltera, doña Rafaela hizo lo único que le pareció sensato: pedir ayuda a Evita.

“A los 15 o 20 días le mandó el moisés, el ajuar completo para mí”, dice Cantero. “Por eso digo que yo soy peronista desde la cuna y a mí eso nadie me lo va a quitar”.

Según el sindicalista Piumato, Evita tenía todo un sistema que garantizaba que la fundación que llevaba su nombre funcionara como relojería suiza. Esto es, Rita Cantero ocupaba un moisés y Evita entregaba un moisés.

“Mi mamá siguió mandándole cartas porque después siguió estudiando de modista y dice que ella le mandaba sobres con dinero”, cuenta Cantero.

En su casa no hay velas ni altares con su imagen, pero no por eso es menos entrañable.

“Para uno es como una santa”, dice. “Por su condición de mujer muchos la juzgaron pero fue una chica honesta, trabajadora”.

“Luchó por la nación y fue la fuerza de Perón”.

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Perón murió dos décadas después de Evita y dos años antes de que la última dictadura militar tatuara su tinta macabra en la piel de Argentina (1976-1983), pero su nombre sigue dinamitando los ánimos del país donde la política despierta tantos amores y odios como el fútbol.

Tras las elecciones de noviembre de 2023, mientras la mitad de los argentinos apretaba los puños de pensar que el ultraderechista Javier Milei sería su próximo presidente, la otra mitad sonreía con sorna: el peronismo —el exmandatario Alberto Fernández— dejaría la Casa Rosada.

El peronismo no es un partido, sino un movimiento. Va más allá de Perón mismo porque es doctrina, filosofía, un modo de vivir. No hay uno, sino varios peronismos —revolucionarios, progresistas y hasta neoliberales— y cada argentino defiende el suyo con la daga en la mano.

Lo que lo define se matiza según a quien se le pregunte. Santiago Regolo, del Museo Evita, explica que se fundamenta en la idea de justicia social.

“Se basa en los principios de independencia económica y soberanía política, de poder lograr una verdadera cultura y pensamiento nacional asociados a la idea de igualdad, de equidad”.

Si bien hay excepciones, es común que los sectores populares lo añoren y los acomodados lo rechacen.

Entre los argumentos de sus críticos —los antiperonistas, como el diputado Fernando Iglesias, quien en 2019 publicó un libro de 600 páginas que sostiene que fue la ruina del país— destacan que surgió de un gobierno autoritario, que es populista, que su asistencia social disfraza el clientelismo y que genera una dependencia excesiva del Estado.

De la detracción no se salva ni Eva. Su fundación presionaba para obtener recursos, dicen. No era una santa, sino una arribista. Por un lado decía defender a los pobres y por el otro gastaba fortunas en vestidos Dior.

“¿Sería la santa de los vagos?”, tuiteó un usuario cuando el sindicato pidió canonizarla. “Santa patrona de los delincuentes y el choripán”, escribió alguien más.

Borrarla del mapa es también una bandera. Luego del golpe que derrocó a Perón en 1955 se prohibió nombrarla, desplegar su imagen, conservar los juguetes que obsequió. Los militares tomaron su cuerpo embalsamado del segundo piso de la central sindical donde ahora trabaja Piumato y, tras esconderlo un tiempo en Buenos Aires, optaron por enviarlo a Europa, donde pasó 14 años en una tumba con otro nombre.

Poco después de que el cuerpo regresara —golpeado y deteriorado— el ejército volvió a custodiarlo tras el golpe de 1976 y sólo aceptó devolverlo a la familia con una condición: se enterraría ocho metros bajo tierra, sellado en una cripta de mármol para que nunca nadie más la vuelva a ver.

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Un rumor cuenta que la tumba de Evita siempre tiene flores frescas.

Rojos son los pétalos que captura la lente de Catalina Castro en una tarde reciente. “Evita es lo mejor que le pudo haber pasado a este país”, asegura la joven de 22 antes de que el llanto le corte las palabras. “Incluyó a todo el pueblo argentino y los de arriba siempre repudiando eso”.

Su madre, que se llama Andrea Vellesi y la abraza, cuenta que hablar de Evita les afecta porque su familia vive un momento complicado. “Nunca estuve con tanta angustia”, dice sobre un paquete de medidas económicas que recientemente aplicó Milei.

De la puerta metálica del mausoleo que se tragó la tumba cuelgan cartas, fotos personales, una bandera, varios rosarios. En un papel trozado a mano se lee “gracias”.

“Para mí representó muchísimo porque fue la defensora del pueblo en los momentos más duros”, dice Manuel Cordero, un argentino de 68 años que vive en España y pasó a visitar la tumba con su familia. “Por más que la hayan criticado porque usaba joyas, fue muy defensora de la clase obrera y para mí eso es fundamental”.

Víctor Biscia, de 36, dice que en casa no tiene imágenes de Evita pero sí del fallecido expresidente Néstor Kirchner (2003-2007) y su mujer y sucesora Cristina Fernández (2007-2015), la segunda pareja peronista que más pasiones despierta en Argentina.

“Ellos representan el sentimiento popular”, dice Biscia. “Fueron claves en nuestra historia para conseguir derechos que se están acortando con el gobierno actual”. Hoy nadie convoca gente como Cristina, asegura, y la percibe como una Evita contemporánea.

El verdadero poder de Eva, dice la historiadora Sandra Gayol, reside en su capacidad de ser tantas Evitas como la gente quiera. Una suerte de Hidra con muchas cabezas.

La hija ilegítima. La muchacha de pueblo. La actriz que hizo su lucha. La esposa del presidente. La que criticó a la Iglesia por su caridad a medias. La que abrazó madres solteras. La que confortó ancianos. La de los zapatos caros. La que muerta recibió mensajes de “Viva el cáncer”.

“Ella refleja mucho de lo que somos como argentinos”, dice Gimena Villagra, de 27, detenida junto a la tumba. “No creo que haya alguien a quien no le signifique algo”.

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La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.

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