Las ciudades llevan tiempo preparándose para el calor extremo, pero ¿es suficiente?
Los desastres naturales pueden ser espectaculares: huracanes arrolladores, tornados que derriban edificios. Pero el calor mata más.
Chicago lo aprendió por las malas en 1995.
Ese julio, una ola de calor de una semana que alcanzó los 41 grados Celsius (106 Fahrenheit) mató a más de 700 personas. La mayoría de las muertes ocurrieron en vecindarios pobres y de mayoría negra, donde muchas personas mayores o aisladas sufrieron sin aire acondicionado o ventilación adecuada. Los apagones de una red eléctrica sobrepasada lo empeoraron aún más.
Chicago tardó en reaccionar, pero ha ido armando planes de emergencia por calor que incluyen una campaña masiva para alertar al público y después conectar a los más vulnerables con la ayuda que puedan necesitar. Otras ciudades, como Los Ángeles, Miami y Phoenix, tienen ahora “responsables de calor” para coordinar la planificación y la respuesta a un calor peligroso. En todo el mundo, ciudades y países han adoptado medidas similares.
Pero los expertos advierten que esas medidas podrían no bastar en un mundo que rompe de forma continuada los récords de calor y con una persistente desigualdad en cuanto a quién es más vulnerable.
“No conozco ni una sola ciudad que esté realmente preparada para el peor escenario posible que temen algunos científicos”, dijo Eric Klinenberg, profesor de ciencias sociales en la Universidad de Nueva York y que escribió un libro sobre la ola de calor de Chicago.
En general, la preparación ante el calor ha mejorado en los últimos años conforme las previsiones se volvían más precisas y meteorólogos, y al tiempo que periodistas y funcionarios del gobierno se centraban en concienciar sobre el peligro que se avecinaba. Chicago, por ejemplo, ha ampliado su sistema de notificaciones por email y mensajes de texto e identificado a sus residentes más vulnerables para ponerse en contacto con ellos.
Pero lo que funciona en una ciudad podría no ser tan eficaz en otra. Cada una tiene su propia arquitectura, red de transporte, urbanismo y desigualdades, señaló Bharat Venkat, profesor asociado en UCLA y que dirige el Laboratorio de Calor de la universidad, que pretende abordar lo que describe como “desigualdad térmica”.
Venkat cree que las ciudades deben corregir la desigualdad invirtiendo en derechos laborales, desarrollo sostenible y otros aspectos. Puede que eso suene caro -¿quién paga, por ejemplo, cuando una ciudad intenta mejorar las condiciones para los trabajadores en calurosos camiones de comida?-, pero Venkat cree que a la larga, no hacer nada saldrá más caro.
“En realidad la situación actual es muy costosa”, dijo. “Simplemente no hacemos las cuentas”.
Francia lanzó una iniciativa de avisos por calor tras una prolongada ola de calor en 2003 que se estima provocó 15.000 muertes, muchas de ellas en ancianos que vivían en casas y apartamentos urbanos sin aire acondicionado. El sistema incluye anuncios públicos que instan a la gente a mantenerse hidratada. Apenas el mes pasado, Alemania lanzó una nueva campaña contra las muertes por ola de calor que dijo estaba inspirada en la experiencia francesa.
En India, una poderosa ola de calor en 2010 con temperaturas sobre los 48 grados Celsius (118 Fahrenheit) provocó la muerte de más de 1.300 personas en la ciudad de Ahmedabad. Las autoridades locales tienen ahora un plan de acción para concienciar a la población y al personal de salud. Otra iniciativa sencilla: pintar los tejados de blanco para relejar el sol ardiente.
Ladd Keith, profesor asistente de la Universidad de Arizona, citó las alertas de Código Rojo por Calor Extremo en la ciudad de Baltimore como un ejemplo de sistema de avisos bien diseñado. Las alertas se activan cuando la previsión incluye una temperatura de 40,5 grados Celsius (105 Fahrenheit) o más, y ponen en marcha mecanismos como un aumento de los servicios sociales en comunidades más vulnerables al calor.
También elogió a los responsables de calor en ciudades como Los Ángeles, Miami y Phoenix, pero dijeron que “aún hay unas 19.000 ciudades grandes y medianas sin ellos”.
Inkyu Han, científico de salud ambiental en la Universidad de Temple en Filadelfia, señaló que las ciudades aún tienen problemas para habilitar ayudas como centros de refresco y subvenciones al aire acondicionado en barrios más modestos. También se puede hacer más con soluciones sencillas y sostenibles como mejorar la cobertura arbórea, apuntó.
“Especialmente los barrios de bajos ingresos y comunidades de color en Filadelfia a menudo carecen de árboles en la calle y espacios verdes”, dijo Han.
En Providence, Rhode Island, el Océano Atlántico suele moderar las temperaturas, pero la región aún puede tener olas de calor. Kate Moretti, médico de urgencias, señaló que los hospitales de la ciudad tienen más pacientes cuando llega el calor, con incrementos en enfermedades que podrían no tener una relación obvia con la temperatura, como ataques al corazón, fallos renales y problemas de salud mental.
“Definitivamente notamos que pone presión sobre el sistema”, dijo Moretti. Las personas mayores, que trabajan al aire libre, discapacitadas o indigentes son una parte importante de esos ingresos, dijo.
Miami, considerada como zona cero de la amenaza del cambio climático debido a su vulnerabilidad a la subida del nivel del mar, las inundaciones, los huracanes y el calor, nombró a su responsable de calor hace dos años para buscar estrategias que mantengan a la gente a salvo del calor.
Robin Bachin, profesor asociado de participación cívica y comunitaria en la Universidad de Miami, señaló que el gobierno federal tiene leyes para proteger a la gente en climas fríos de que les apaguen la calefacción en condiciones peligrosas, pero no tiene una política similar para la refrigeración.
“Para la gente en apartamentos sin subvención pública, los arrendadores no están obligados a proporcionar aire acondicionado”, dijo Bachin. “Eso es increíblemente peligroso, especialmente para nuestra población local de bajos ingresos, no digamos personas sin hogar o que trabajan al aire libre”.
Klinenberg indicó que por ahora, Estados Unidos ha tenido suerte con la duración de la mayoría de olas de calor, pero que las redes eléctricas vulnerables a la alta demanda en algunas regiones, junto con la persistente desigualdad social, pueden suponer graves problemas en las próximas décadas.
Eso se debe en parte a que los problemas sociales subyacentes que hacen tan letales los episodios de calor están yendo a peor, indicó Klinenberg. Las muertes en Chicago en 1995 se concentraron no sólo en vecindarios pobres y segregados, sino también específicamente en lo que describió como barrios “erosionados” donde a la gente le resulta más difícil reunirse y las conexiones sociales se han deteriorado. Solares vacíos, restaurantes abandonados y parques mal mantenidos reducen las posibilidades de que la gente esté al tanto de como están los demás.
Noboru Nakamura, profesor de ciencias atmosféricas en la Universidad de Chicago y especialista en fenómenos meteorológicos extremos, dijo creer que Chicago ha hecho muchos cambios inteligentes al introducir planes de emergencia, comprobaciones rutinarias de bienestar y centros de refresco.
Pero él también mencionó la desigualdad como un desafío complicado.
“Un problema sistémico de desigualdad de recursos no es algo de lo que te vayas a librar de un día para otro. Y todavía tenemos el mismo problema que teníamos entonces”, dijo Nakamura. “De modo que es aspecto sigue siendo un gran, gran, gran, gran problema sin resolver”.
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O’Malley informó desde Filadelfia.
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Melina Walling está en Twitter como @MelinaWalling.
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