40 años de investigación científica para salvar al mono más grande de América
CARATINGA, Brasil (AP) — La arboleda verde esmeralda se agita y cruje mientras una tropa de monos de un dorado grisáceo se mueven por un ecosistema tropical más amenazado que la Amazonía.
Karen Strier empezó a estudiar al mono más grande de América hace cuatro décadas, cuando quedaban apenas 50 ejemplares en esta franja de bosque atlántico en el estado de Minas Gerais, en el sureste de Brasil.
Se enamoró enseguida del mono araña muriqui del norte, dedicó su vida a salvarlo e inició uno de los estudios sobre primates más antiguos del mundo.
“Me encanta todo sobre ellos: son animales hermosos, gráciles, hasta huelen bien, como a canela", dijo la primatóloga estadounidense a The Associated Press en una reciente expedición. “Fue una experiencia sensorial completa y total que apeló a mi mente como científica y a mi mente como persona".
Entonces, los científicos no sabían casi nada acerca de la especie, salvo que estaba en peligro de extinción. La deforestación descontrolada había reducido y fragmentado drásticamente su hábitat, creando bolsas aisladas de muriquis.
Para sorpresa de Strier, el muriqui del norte resultó ser radicalmente distinto a los grandes primates estudiados por Jane Goodall y Dian Fossey, las primatólogas que convirtieron a los chimpancés y los gorilas de montaña, respectivamente, en emblemas globales de la conservación.
La investigación se centraba en primates de África y Asia, donde los machos dominantes suelen enfrentarse entre sí para imponerse o mantener su poder en sociedades muy jerarquizadas. La propia Strier había pasado seis meses estudiando a los babuinos en Kenia.
“Los muriquis están en el extremo opuesto de la tranquilidad", agregó.
En 1983, su primer año de investigación, la bióloga pasó 14 meses en la selva observando a los muriquis. Este animal vegetariana puede medir hasta 1,5 metros (5 pies) de la cabeza a la cola y pesar hasta 15 kilos (33 libras). Aunque pueden vivir hasta 45 años, las hembras solo pueden parir cada tres años, lo que ralentiza los esfuerzos para repoblar la especie.
Se dio cuenta de que los machos pasaban mucho tiempo en una cercanía pacífica, a menudo al alcance de la mano. Y cuando hay disputas por comida, por agua o por una hembra, no se pelean como la mayoría de los primates, sino que esperan, se evitan o se abrazan.
Este comportamiento inusualmente amistoso les ha valido el sobrenombre de “mono hippie” tanto entre la gente de la zona como entre los científicos.
Algunos les llaman también “jardineros del bosque” por su papel como dispersores de semillas. Comen frutos de árboles altos a los que muchos otros animales no pueden llegar, y defecan las semillas en el suelo del bosque.
Los roles de género entre los muriquis eran también inusuales entre los grandes primates, según determinó la investigación inicial de Strier. Como los bonobos, las hembras muriqui tienen el mismo tamaño que los machos, lo que supone que tienen mucha autonomía, y en sus sociedades son ellas las que se separan del grupo para buscar pareja.
“Ahora vemos muchas más variaciones entre los primates y creo que los muriquis ayudaron a abrir la puerta a una mejor comprensión de esa diversidad", afirmó Strier.
Dentro de las 950 hectáreas (2.300 avres) de la reserva Feliciano Miguel Abdala, una zona protegida privada donde Strier asentó su programa de investigación, la población de muriquis se ha multiplicado casi por cinco, hasta los 232 ejemplares. Es casi una quinta parte de la población total de la amenazada especie.
“Hay muy pocos (proyectos de primates) en el mundo que hayan funcionado por tanto tiempo, de forma continua, y con esa calidad", dijo el primatólogo estadounidense Russell Mittermeier, jefe de conservación de Re:wild, quien le habló a Strier de los muriquis.
Strier y su equipo conocen a cada uno de los 232 ejemplares de la reserva por su nombre y saben con qué monos están emparentados, no por señalarlos con etiquetas o marcas, sino por las detalladas ilustraciones de sus pigmentos faciales y otros rasgos físicos.
Tras una sequía y un brote de fiebre amarilla que mató a 100 muriquis — casi una tercera parte de la población de la reserva — en apenas cinco años, Strier ha defendido la creación de corredores forestales y el respaldo a los proyectos de reintroducción de especies.
En 2016, Fernanda Pedreira Tabacow, antigua alumna y brazo derecho de Strier, se enteró de que en una parcela de bosque en Ibitipoca, al suroeste de la reserva Feliciano Miguel Abdala, había apenas dos machos muriqui. Sabía que, sin intervención, estaban condenados.
“Pensé que era el último aliento de la especie aquí”, indicó Tabacow.
Para darles una oportunidad de sobrevivir, Tabacow reubicó a una hembra en la zona, pero desapareció antes de que pudiesen aparearse. Tras el fallo del experimento, tomó medidas más drásticas. Colocaron a ambos machos en una zona cerrada de casi seis hectáreas (15 acres) en su bosque nativo, junto a tres hembras que se perdieron mientras buscaban pareja, además de con dos jóvenes huérfanos.
Un año después, en 2020, el experimento arrojó su primer fruto con el nacimiento de una cría. El objetivo final, una vez que el grupo tenga al menos una docena de miembros, es liberarlos en la naturaleza, afirmó Tabacow.
“La información que teníamos (de la investigación de Strier) lo falicitó todo, evitamos muchos errores que podrían haberse cometido", dijo Tabacow, quien también trabaja con Strier en la reserva. “Este proyecto no tiene precedentes, no tenemos modelos a seguir, pero tenemos un gran conocimiento acerca del comportamiento de la especie".
A principios de mes, primatólogos, ambientalistas y otros entusiastas de los muriqui de Brasil y el extranjero se reunieron en la pequeña ciudad de Caratinga para celebrar el 40mo año de estudio ininterrumpido de Strier. Comenzó dando las gracias a sus compañeros y a los estudiantes que continúan su trabajo.
Además, aprovechó el momento para abogar por la creación de un corredor forestal que una la reserva Feliciano Miguel Abdala con otra zona a 40 kilómetros (25 millas) de distancia, e instó al representante del Ministerio de Medio Ambiente a seguir su ejemplo. Haciendo hincapié en la necesidad de que el muriqui tenga más especio, habló del “aterrador” brote de fiebre amarilla de hace unos años.
“No podíamos encontrar a los muriquis, los (monos) aulladores habían desaparecido casi todos y la sensación de estar en un bosque silencioso...”, recordó Strier. “Habíamos tenido mucho éxito y todo podía desaparecer en unos meses. La fragilidad de los muriquis me hizo darme cuenta de que era muy importante no bajar la guardia. Me comprometí aún más. Aún no hemos acabado”.