Los rusos se fueron, las penurias siguen en pueblo ucraniano
KALYNIVSKE, Ucrania (AP) — Cuando cae la noche en el poblado de Tatiana Trofimenko en el sur de Ucrania, ella pone aceite de girasol que le dieron unos cooperantes en una jarra y le pone una tapa con mecha. Con una cerilla se enciende el farol improvisado.
“Esta es nuestra electricidad”, dice Trofimenko, de 68 años.
Han pasado 11 semanas desde que las fuerzas ucranianas arrebataron su poblado, Kalynivske, en la provincia de Jersón, a los ocupantes rusos. Pero la liberación no ha reducido las dificultades para los vecinos, tanto los que vuelven a casa como los que nunca se fueron. En el apogeo del invierno, esta zona remota no muy lejos del frente no tiene agua corriente ni electricidad. El sonido de la guerra nunca está muy lejos.
Las fuerzas rusas se retiraron del lado occidental del Río Dniéper que divide la provincia, pero aún controlan la ribera oriental. Un aluvión casi constante de proyectiles que sigue tronando a unos pocos kilómetros y el peligro de las minas que quedaron atrás hacen que muchos ucranianos tengan miedo de alejarse, convierten la normalidad en un sueño escurridizo y empañan la estratégica victoria militar.
Aun así, los vecinos han ido volviendo poco a poco a Kalynivske y prefieren vivir sin suministros básicos, depender de la ayuda humanitaria y bajo la amenaza constante del bombardeo que seguir como desplazados en otra parte del país. Quedarse es un acto de desafío ante los incansables ataques rusos que pretenden hacer la zona inhabitable, afirman.
“Este territorio está liberado. Lo siento”, dijo Trofimenko. “Antes no había gente en las calles. Estaban vacías. Algunas personas evacuaron, algunas se escondían en sus casas”.
“Ahora, cuando sales a la calle, ves gente feliz caminando”, dijo.
The Associated Press siguió a una caravana humanitaria de Naciones Unidas hasta el poblado el sábado, cuando se llevaron mantas, lámparas solares, bidones de combustible, ropa de cama y ropa cálida al almacén local de un centro de distribución.
Las fuerzas rusas capturaron la provincia de Jersón en los primeros días de la guerra. La mayoría de los casi 1.000 habitantes de Kalynivske se quedó en sus casas durante la ocupación. La mayoría no tenía la salud o la fortaleza para marcharse, otros no tenían los medios para escapar.
Gennadiy Shaposhnikov está tumbado en el sofá en una habitación oscura, con platos apilados a su lado.
El hombre, de 83 años, tiene un cáncer tan avanzado que el dolor le hace difícil hablar. Cuando un mortero destruyó la parte trasera de su casa, los vecinos acudieron a su rescate y la repararon con lonas. Aún vienen cada día, para asegurarse de que está alimentado y atendido.
“Visiten de nuevo, pronto”, es todo lo que consigue decirles.
Oleksandra Hryhoryna, de 75 años, se mudó con una vecina cuando los misiles destruyeron su pequeña casa cerca del centro urbano. Su frágil figura pasa sobre los casquillos y la metralla que cubren su jardín delantero. Sube con dificultad por el montón de ladrillos, lo que queda de las escaleras, hasta la puerta principal.
La mujer empujó su bicicleta hasta el centro de distribución y se marchó con una bolsa llena de comida enlatada, su principal fuente de sustento estos días.
Pero el principal problema es la falta de electricidad, explicó Hryhoryna. “Utilizamos faroles caseros con aceite y sobrevivimos así”.
La calle principal que lleva a su casa está salpicada de restos de la guerra, como un inquietante museo de lo que fue y todos esperan nunca regrese. Tanques rusos destruidos se oxidan en los campos. Los cilindros de los misiles antitanques brillan entre los pastos. En ocasiones se ve la munición de bombas racimo asomando entre la tierra.
Carteles rojos con una calavera advierten a los peatones que no se acerquen demasiado.
En su rápida retirada, los rusos dejaron atrás cajas de munición vacías, trincheras y carpas cubiertas de lona. También una chaqueta, y a unos kilómetros se ve ropa interior masculina colgada de las ramas desnudas. Y como los rusos siguen lanzando ataques para recuperar el terreno perdido en Jersón, en ocasiones a los aterrados habitantes les cuesta sentir que las fuerzas ocupantes de verdad se marcharon.
“Estoy muy asustada”, dijo Trofimenko. “En ocasiones incluso grito. Estoy muy, muy asustada. Y temo que nos caigan proyectiles otra vez, y que (los combates) empiecen de nuevo. Esto es lo más terrible que existe”.
Las privaciones en el poblado se extienden a todo Jersón, desde la capital provincial del mismo nombre a la constelación de pueblos repartidos entre terrenos de cultivo. Las tropas ucranianas recuperaron el territorio al oeste del Río Dniéper en noviembre tras una gran contraofensiva que llevó a una retirada de tropas rusas, descrita como una de las mayores victorias ucranianas en los 11 meses de guerra.
Naciones Unidas ha redoblado sus asistencia, con ayudas en efectivo para 133.000 personas y comida para 150.000. Mucha gente en Kalynivske dijo que la ayuda alimentaria era el único motivo por el que tenían algo que comer.
“Uno de los mayores desafíos es que la gente que está ahí es la más vulnerable. Son principalmente los ancianos, muchos de los cuales tienen alguna clase de discapacidad, personas que no pudieron abandonar la zona y dependen de organizaciones de ayuda y autoridades locales que trabajan sin parar”, dijo Saviano Abreu, vocero de la Oficina de Naciones Unidas de Coordinación de Asuntos Humanitarios.
Los ataques son constantes.
El Ministerio ucraniano de Defensa reporta incidentes casi diarios de cohetes, artillería y morteros lanzados contra la ciudad de Jersón y las poblaciones de la zona. La mayoría cae más cerca de las riberas cercanas al frente, pero eso no hace que los que viven más alejados se sientan más seguros. Un misil cayó el viernes en Kochubeivka, un pueblo al norte de Kalynivske, donde mató a una persona.
“Jersón logró reanudar la mayoría de los servicios esenciales, pero el problema es que las hostilidades siguen convirtiendo en un desafío garantizar que se mantienen”, dijo Abreu. “Desde diciembre ha ido cada vez peor. El número de ataques y hostilidades no hace más que crecer”.
Sin electricidad, no hay modo de bombear agua potable en las cañerías. Muchos hacen fila para recoger agua de pozos, pero los vecinos se quejan de que hace falta mucha para las necesidades diarias.
Muchos buscan leña cerca del pueblo para mantenerse calientes. Esto tampoco está exento de peligros.
“Antes podíamos coger madera del bosque con facilidad, pero ahora hay minas por todas partes”, dijo Oleksandr Zheihin, de 47 años.
Todo el mundo en Kalynivske conoce la historia de Nina Zvarech. La mujer salió a por leña al bosque y murió cuando pisó una mina.
Su cuerpo estuvo allí un mes, porque su familia tenía demasiado miedo para ir a buscarla.