Brasil: Movimiento de derecha sigue sin Bolsonaro
RÍO DE JANEIRO (AP) — El expresidente brasileño Jair Bolsonaro, derrotado en su intento de ganar la reelección, se encontraba en Florida este mes cuando sus partidarios intentaron en vano derrocar a la joven democracia. Fue una señal de que muchos en la nación más grade de Latinoamérica creen de manera tan apasionada en su movimiento que este puede continuar sin él.
Aunque Bolsonaro parece estar desorientado momentáneamente, la tendencia perdurará. Eso dicen los académicos que estudian el movimiento y sus participantes, desde los extremistas de ultraderecha que asaltaron la capital hasta los conservadores sociales más convencionales. Muchos sentían que el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva significaba un peligro tal para el país, que los militares debían intervenir para impedirle asumir.
Daniel Bressan, de 35 años, viajó casi 500 kilómetros desde el interior del estado de Paraná para sumarse a los manifestantes en Brasilia. Lo arrestaron el 9 de enero, a la mañana siguiente de que él junto con miles de personas invadieron el Congreso, la Corte Suprema y el palacio presidencial.
“Bolsonaro devolvió a la gente el espíritu de patriotismo y los valores familiares y ahora debemos unirnos para seguir luchando”, dijo Bressan, quien niega haber provocado daños en los edificios. “De Bolsonaro mismo no esperamos nada”, agregó, hablando por teléfono el 10 de enero desde un centro de detención temporario de la policía.
En la campana electoral de 2018, Bolsonaro supo aprovechar la indignación provocada por una amplia investigación de la corrupción de figuras públicas. Después de siete períodos en el legislativo, se presentó como un independiente ante sectores de la sociedad que se consideraban marginados injustamente.
Algunos compartían su nostalgia por la dictadura militar. Bolsonaro, un capitán retirado del ejército, ha apoyado la tortura y ha dicho que el régimen debería haber matado a más comunistas. A otros partidarios acérrimos los atraía su exaltación de los valores conservadores, su promoción del cristianismo a pleno pulmón y su campaña para armar a la población en general. Bolsonaro se convirtió en el “adhesivo simbólico” que unía a todos estos grupos, según la antropóloga Isabela Kalil, coordinadora del Observatorio de la Extrema Derecha.
“Se trata de cómo los partidarios movilizan la imagen de Bolsonaro más que de sus acciones”, añadió Kalil. “Esas imágenes son independientes de la figura de Bolsonaro. Él las controla parcialmente, no totalmente”.
El extremismo se profundizó en los campamentos que crecieron como hongos frente a instalaciones militares de todo el país tras la derrota de Bolsonaro, donde los partidarios acérrimos exigían la intervención del ejército para revocar el resultado electoral más estrecho desde el regreso de la democracia hace 30 años. Bolsonaro había caracterizado a Lula como un ladrón que hundiría al país en el comunismo.
Bolsonaro ha estado virtualmente invisible desde la elección, para sorpresa de muchos que esperaban un alarde de justa indignación después de cuestionar durante meses las máquinas electrónicas de votación. Aunque no reconoció su derrota y pidió la anulación de millones de votos, se abstuvo de proclamar que hubo fraude.
Dos días antes de la juramentación de Lula, Bolsonaro viajó a Florida. Una semana después de la juramentación y sin que hubiera una señal aparente de Bolsonaro o las fuerzas armadas, la turba entró en acción. Rompió ventanas, destruyó obras de arte, abrió extinguidores y mangueras contra incendios. En una mesa de madera en el Tribunal Supremo, alguien talló la frase “supremo es el pueblo”.
Bolsonaro se limitó a declarar que la destrucción de propiedad pública era un exceso, para decepción de muchos de sus seguidores.
“Al tratar de tomar distancia de los sucesos, pierde su vínculo con la base que coordinó estos ataques”, explicó Guilherme Casarões, especialista en Ciencias Políticas de la universidad e instituto de investigaciones Fundación Getulio Vargas. “El ataque en Brasilia fue un disparo al propio pie y debilita el bolsonarismo como movimiento personalista y extremista, sus dos características fundamentales”.
El partido de Bolsonaro quería que él fuera un líder de la oposición, pero aún no está claro cuándo regresará de Florida. En Brasil lo esperan varias investigaciones que podrían inhabilitarlo para aspirar a la función pública.
Sus aliados de extrema derecha que resultaron elegidos tienen la oportunidad de reclamar su manto político y defienden enérgicamente a los revoltosos. Paulo Baía, sociólogo de la Universidad Federal de Río de Janeiro, opina que “el término ‘bolsonarismo’ desaparecerá en los próximos meses”, pero el movimiento continuará, diluido entre varios actores.
A diferencia de Bolsonaro, el presidente estadounidense Donald Trump estuvo presente el 6 de enero poco antes del asalto al Capitolio y animó a sus seguidores a que fueran a la sede del legislativo. A la fecha sigue defendiéndolos y trató de hacer de las mentiras que alimentaron el ataque el tema central de las elecciones de noviembre. El Partido Republicano logró mucho menos de lo que esperaba, volviendo la posición de Trump más precaria que en cualquier otro momento desde 2016.
Thomas Carothers, codirector del programa de democracia, conflicto y gobernanza del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, dijo que las insurrecciones en Estados Unidos y Brasil no tienen verdaderos precedentes en otras partes y es difícil pronosticar qué sucederá, pero podrían haber sido las cumbres del poder político de los populistas que las inspiraron.
Los extremistas siguen activos en las redes sociales, donde se lavan las manos de la destrucción, atribuyéndola a supuestos infiltrados de izquierda.
Siguen llamando a permanecer movilizados para que los militares puedan actuar, anunciando huelgas generales y el cierre de refinerías y gasolineras para paralizar el país, dice Marie Santini, coordinadora de NetLab, un grupo en la Universidad Federal de Río de Janeiro que monitorea las redes sociales. Hasta ahora, las agresiones en el mundo real han sido escasas. Hubo ataques a torres de trasmisión, varias de las cuales fueron derribadas, según el regulador de energía.
Tres días después del asalto en Brasilia, se convocó a una “megaprotesta para retomar el poder”. Fracasó totalmente: en la playa de Copacabana, había más policías y periodistas que manifestantes. En el mismo lugar, semanas antes de las elecciones, con sobrevuelos, paracaidistas y buques de guerra, Bolsonaro pronunció un discurso ante una multitud jubilosa.