La reina Isabel II, una monarca regida por el deber
LONDRES (AP) — El día que cumplió 21 años, en 1947, la princesa Isabel hizo una promesa a Gran Bretaña y la Mancomunidad de Naciones: “Toda mi vida, ya sea larga o corta, estaré dedicada a su servicio”.
En su muy larga vida, la reina Isabel II cumplió esa promesa.
En su reinado vio pasar 15 primeros ministros, de Winston Churchill a Liz Truss. Vivió las privaciones de Gran Bretaña en la posguerra, el descontento de los sindicatos y el Brexit. También pasó por los desastrosos divorcios, momentos penosos y escándalos de su familia. Pero ella resistió a todo, era una roca y ancla en este mundo cambiante.
La monarca con el reinado más largo de Gran Bretaña murió el jueves a los 96 años en el Castillo de Balmoral, su adorada residencia de verano en Escocia, tras haberse mantenido firme al tiempo que modernizaba la institución real en siete décadas de enorme cambio social.
Truss dijo que el país estaba “devastado” y calificó a Isabel como “la roca sobre la que se construyó la Gran Bretaña moderna”.
Su muerte pone fin a una era, la isabelina moderna. Su hijo Carlos, de 73 años, se convirtió inmediatamente en rey tras la muerte de Isabel. Será conocido como rey Carlos III, aunque su coronación podría tardar meses en ocurrir.
A través de innumerables eventos públicos en sus siete décadas como monarca, Isabel posiblemente conoció a más gente que cualquier otra persona en la historia. Su imagen en sellos postales, billetes y monedas, era una de las más reproducidas en el mundo.
Pero su vida íntima y opiniones eran casi un enigma. La gente veía sólo destellos de su personalidad, su alegría al ver carreras de caballos en el Royal Ascot, y el placer de la compañía de sus adorados perros corgi galés.
A pesar de esto, Isabel tenía un vínculo intuitivo con sus súbditos que parecía fortalecerse con el tiempo, manteniendo un sentido de perspectiva que le servía en la mayoría de los casos, dijo el historiador real Robert Lacey.
“Mucho de eso viene de su modestia, el hecho de que es muy consciente de que ella no es importante, de que ella está ahí para hacer un trabajo, que lo que importa es la institución”, dijo.
El impacto de su pérdida será enorme e impredecible, para la nación y para la monarquía, una institución cuya relevancia en el siglo XXI ha sido cuestionada a menudo.
Los líderes mundiales rindieron homenaje a la reina y su reinado. El presidente estadounidense Joe Biden la calificó como una “estadista de una dignidad y constancia sin igual”.
La reina sentía fuertemente la carga de su papel como monarca, aunque no nació para hacerlo.
Isabel Alejandra María Windsor nació en Londres el 21 de abril de 1926, era la primogénita del duque y la duquesa de York. Por nacimiento no estaba destinada a la corona, ya que el hermano mayor de su padre, el príncipe Eduardo, heredaría el trono y se suponía que sus hijos lo sucederían.
Pero en 1936, cuando Isabel tenía 10 años, Eduardo VIII abdicó al trono para casarse con la estadounidense dos veces divorciada Wallis Simpson, y el padre de Isabel fue coronado rey Jorge VI.
Su hermana menor, la princesa Margarita, recordaba preguntarle a su hermana si esto significaba que algún día sería reina. “Sí, supongo que sí”, dijo Margarita recordando a su hermana. “No lo volvió a mencionar”.
Al igual que muchos de su generación la vida de Isabel quedó marcada por la Segunda Guerra Mundial.
Isabel comenzaba la adolescencia cuando Gran Bretaña entró en guerra con Alemania en 1939. Aunque el rey y la reina vivieron en el Palacio de Buckingham durante el bombardeo del Blitz y recorrían los barrios atacados, Isabel y Margarita pasaron la mayor parte de la guerra en el Castillo de Windsor, al oeste de la capital, e incluso ahí las princesas estuvieron muchas noches en un refugio subterráneo mientras caían 300 bombas en un parque adyacente.
En su primer discurso transmitido públicamente en 1940, cuando tenía 14 años, envió un mensaje a los niños evacuados al campo o a otros países durante la guerra.
“Nosotros los niños en casa estamos llenos de alegría y valentía”, dijo con una mezcla de estoicismo y esperanza que haría eco a lo largo de su reinado. “Estamos tratando de hacer todo lo posible para ayudar a nuestros gallardos soldados, marineros y oficiales de las fuerzas aéreas. Y también tratamos de soportar nuestra propia carga de peligro y tristeza de la guerra. Sabemos, cada uno de nosotros, que al final todos estaremos bien”.
En 1945, luego de rogar durante meses a sus padres que le permitieran participar en actividades de apoyo a la guerra, la heredera del trono pasó a ser la suboficial segunda Isabel Alejandra María Windsor en el Servicio Territorial Auxiliar. Isabel aprendió con entusiasmo a conducir y dar mantenimiento a vehículos pesados.
La noche que la guerra terminó en Europa, el 8 de mayo de 1945, Isabel y Margarita lograron mezclarse, sin ser reconocidas, con la multitud que celebraba en Londres “llevadas por una ola de felicidad y alivio”, dijo a la BBC décadas después, al describir “una de las noches más memorables de mi vida”.
Dos años después, en noviembre de 1947, se casó en la Abadía de Westminster con el oficial de la armada real Felipe Mountbatten, príncipe de Grecia y Dinamarca, a quien había conocido en 1939 cuando ella tenía 13 años y él 18. En la posguerra Gran Bretaña enfrentaba austeridad y racionamientos, de modo que la decoración en las calles fue limitada y no se declaró un día de asueto público. Pero a la novia se le permitieron 100 cupones extra de raciones para su ajuar.
Su matrimonio duró más de 73 años, hasta la muerte de Felipe a los 99 años en 2021.
El primero de sus cuatro hijos, el príncipe Carlos, nació el 14 de noviembre de 1948. A él le siguieron la princesa Ana el 15 de agosto de 1950, el príncipe Andrés el 19 de febrero de 1960 y el príncipe Eduardo el 10 de marzo de 1964. Además de sus hijos a la reina le sobreviven ocho nietos y 12 bisnietos.
Isabel y Felipe vivieron durante un tiempo en Malta, donde Felipe prestaba servicio en la armada, e Isabel disfrutaba de una vida casi normal como esposa de un oficial.
Pero en febrero de 1952, Jorge VI murió a los 56 años mientras dormía, tras años de enfermedad. Isabel, quien se encontraba de visita oficial en Kenia, se enteró entonces que sería la nueva monarca.
“De alguna manera no tenía un aprendizaje”, reflexionó Isabel durante un documental de la BBC de 1992 que abrió una rara ventana hacia sus emociones. “Mi padre murió muy joven, así que todo fue una manera muy repentina de asumir y hacer el mejor trabajo posible”.
Su coronación se realizó más de un año después y fue un gran espectáculo en la Abadía de Westminster visto por millones a través del medio relativamente nuevo de la televisión.
La primera reacción del primer ministro Winston Churchill a la muerte del rey fue reclamar que la nueva reina era “sólo una niña”, pero Isabel se lo ganó a los pocos días y eventualmente él se volvió uno de sus más fervientes admiradores.
“Todos los cineastas del mundo, si hubieran rastreado en el globo entero, no habrían podrido a encontrar a nadie más adecuado para el papel”, dijo el biógrafo de Churchill, Lord Moran, recordando las palabras del primer ministro sobre la joven monarca.
En la monarquía constitucional de Gran Bretaña la reina es la jefa de Estado, pero tiene poco poder directo; en sus actos oficiales cumple lo que le ordena el gobierno. Pero no careció de influencia. Alguna vez comentó, según reportes, que no había nada que pudiese hacer para bloquear la designación de un obispo, “pero siempre puedo decir que me gustaría tener más información, ese es un indicador que el primer ministro no pasará por alto”.
La magnitud de la influencia política de la monarca llevaba a ocasionales conjeturas, pero no a muchas críticas. Los puntos de vista de Carlos, quien ha expresado opiniones fuertes sobre todo tipo de temas desde arquitectura al medioambiente, podrían ser más conflictivos.
Isabel tenía la obligación de reunirse semanalmente con el primer ministro, y generalmente los ministros la encontraban bien informada, curiosa y actualizada. La única posible excepción fue Margaret Thatcher, de quien se decía que tenía una relación fría, incluso gélida, con la reina, aunque ninguna de las dos hizo comentarios al respecto.
Las opiniones de la reina en esas reuniones privadas fueron objeto de grandes conjeturas y un terreno fértil para dramaturgos como Peter Morgan, autor de la obra “The Audience” y de la popular serie “The Crown”. Esas versiones semificticias eran producto de una era en que disminuía la deferencia hacia la familia real, cuyos miembros se volvían celebridades y sus problemas eran la comidilla de la prensa de la farándula.
Y hubo bastantes problemas dentro de la familia, una institución conocida como “La firma”. En los primeros años de Isabel en el trono, la princesa Margarita provocó una controversia nacional por su romance con un nombre divorciado.
En 1992, el año que la reina calificó como “annus horribilis” o “año terrible”, su hija la princesa Ana se divorció, el príncipe Carlos y la princesa Diana se separaron y también lo hizo el príncipe Andrés de su esposa Sarah. Ese mismo año el Castillo de Windsor, una residencia que le gustaba a la reina mucho más que el Palacio de Buckingham, sufrió daños graves en un incendio.
A la separación pública de Carlos y Diana —“en nuestro matrimonio éramos tres”, dijo Diana sobre la relación de su esposo con Camilla Parker-Bowles— siguió el shock de la muerte de Diana en un accidente automovilístico en París en 1997. Por una vez, la reina pareció estar fuera de sintonía con su pueblo. En medio de un luto sin precedentes, la incapacidad de Isabel para dar una muestra pública de dolor fue considerada insensible por muchos. Tras varios días, finalmente dio un discurso a la nación transmitido por televisión.
La mella en su popularidad fue breve. Para esas alturas era considerada una especie de abuela nacional, con una mirada penetrante, una sonrisa dulce y un repertorio inagotable de trajes de colores brillantes con sombreros a juego.
Llevó a la monarquía de una época en blanco y negro a la era digital, pero era una modernizadora cauta: terminó con las presentaciones de debutantes en sociedad en la corte y en cambio instituyó fiestas de jardín con una muestra variada de sus súbditos, sus hijos fueron a la escuela en vez de ser educados de forma privada como ella y fue la primera monarca en dar el discurso anual de Navidad por televisión, y la primera en enviar un correo electrónico y publicar un tuit.
Las presiones financieras llevaron a una reducción de personal, recortes en reparaciones y mantenimiento en algunos de sus palacios y a que se retirara de servicio al yate real. En la década de 1990 accedió voluntaria y prudentemente a pagar impuestos y su dignidad sobrevivió la necesidad de complementar sus ingresos con las ventas de una tienda de recuerdos en el Palacio de Buckingham.
A pesar de ser una de las personas más ricas del mundo, Isabel tenía la fama llevar una vida frugal y seguir al sentido común. Era una monarca conocida por apagar luces en habitaciones vacías y una mujer de campo que no tenía miedo de descabezar faisanes.
Un reportero de un diario que fue a trabajar como lacayo en forma encubierta en el palacio confirmó la imagen de esa Isabel con los pies en la tierra, capturando fotografías de recipientes de plástico en la mesa del desayuno real y de un pato de plástico en una bañera.
“Los perros y caballos, la cortesía, la bondad y el servicio a la comunidad cuentan con ella”, escribió el biógrafo Giles Brandreth.
La sangre fría de Isabel no se alteró cuando un joven le apuntó con una pistola y disparó seis salvas mientras ella montaba un caballo en 1981, ni cuando descubrió a un intruso perturbado sentado en su cama en el Palacio de Buckingham en 1982.
La imagen de la reina como un ejemplo de la decencia británica fue satirizada por la revista Private Eye, que la llamó Brenda. Aquellos que se oponían a la monarquía la llamaban “Señora Windsor”. Pero la causa republicana tuvo poco impulso mientras ella estuvo viva.
En su Jubileo de Oro en 2002, dijo que el país debería “volver la vista con orgullo mesurado sobre la historia de los últimos 50 años”.
“Han sido 50 años bastante memorables bajo cualquier criterio”, dijo durante un discurso. “Ha habido buenos y malos momentos, pero cualquiera que pueda recordar cómo eran las cosas después de esos seis largos años de guerra, aprecia los enormes cambios que se han logrado desde entonces”.
Una presencia reconfortante en casa, era también un emblema de Gran Bretaña en el extranjero, una forma de poder suave que gozaba de respeto, cualesquiera que fuesen los caprichos de los líderes políticos del país en el escenario mundial. Cuando apareció en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 junto a James Bond, el gesto pareció totalmente apropiado. Gracias a la magia del cine parecía que la reina había llegado en paracaídas al Estadio Olímpico.
A pesar de las complejas y a menudo frágiles relaciones de Gran Bretaña con sus antiguas colonias, Isabel era ampliamente respetada y se mantuvo como jefa de Estado de más de una decena de países, de Canadá a Tuvalu. Encabezó la Mancomunidad de Naciones de 54 integrantes construida alrededor de Gran Bretaña y sus antiguas colonias.
En 2015 superó el reinado de su tatarabuela la reina Victoria, quien estuvo en el trono por 63 años, siete meses y dos días, para convertirse en la monarca con el reinado más largo de la historia de Gran Bretaña.
Siguió trabajando hasta entrada en su 10ma década de edad, aunque el príncipe Carlos y el hijo mayor de éste, el príncipe Guillermo, se hicieron cargo de algunas de las visitas, inauguraciones e investiduras que forman parte de los deberes reales. La pérdida de Felipe a comienzos de 2021 fue un duro golpe para la reina, quien tristemente se sentó sola en su funeral en la Capilla del Castillo de Windsor por las medidas sanitarias de la pandemia de coronavirus.
Los problemas de la familia no cesaron. Su hijo el príncipe Andrés se vio involucrado en la sórdida historia del abusador sexual y empresario estadounidense Jeffrey Epstein, del que había sido amigo. Andrés negó las acusaciones de que tuvo relaciones sexuales con una mujer que afirmaba haber sido traficada por Epstein.
El nieto de la reina, el príncipe Enrique, se alejó de Gran Bretaña y de sus deberes reales después de casarse en 2018 con la actriz estadounidense Meghan Markle. Enrique afirmó en una entrevista que alguien en la familia, aunque no la reina, había sido poco amable con su esposa.
Isabel gozó de una excelente salud hasta entrada en sus años 90, aunque se le pudo ver usando un bastón durante una aparición tras la muerte de Felipe. En octubre de 2021 pasó una noche en un hospital de Londres para que le realizaran exámenes tras cancelar un viaje a Irlanda del Norte. El palacio dijo después que la reina estaba experimentando “problemas de movilidad episódicos”.
La reina mantuvo reuniones virtuales con diplomáticos y políticos desde el Castillo de Windsor, pero sus apariciones públicas se hicieron más escasas, aunque tuvo varios eventos públicos cuando Gran Bretaña celebró su Jubileo de Platino, por sus 70 años en el trono, en la primavera de 2022.
Pragmática hasta el final, comenzó a preparar al país para la transición por venir. Dejó en claro que quería que la esposa de Carlos, Camila, fuera conocida como “reina consorte” cuando su hijo se convierta en rey. Esto despejó las dudas sobre el futuro papel de la mujer que algunos culpaban por la ruptura del matrimonio de Carlos con la princesa Diana en la década de 1990.
En mayo de 2022 pidió a Carlos que la supliera para leer el discurso de la reina en la apertura del Parlamento, uno de los deberes constitucionales más importantes de la monarca.
Pero siguió firmemente en control de la monarquía y en el centro de la vida nacional cuando Gran Bretaña celebró su Jubileo de Platino con fiestas y desfiles. Apenas 48 horas antes de su muerte, presidió una ceremonia en el Castillo de Balmoral para designar a Truss como la 15ª primera ministra en función durante su reinado.
Siete décadas después de la Segunda Guerra Mundial, Isabel estaba de nuevo en el centro del estado de ánimo nacional en medio de la incertidumbre y la pérdida por el COVID-19, una enfermedad que ella misma padeció en febrero de este año.
En abril de 2020, con el país en cierre y el primer ministro Boris Johnson hospitalizado con el virus, envió un raro mensaje por video, instando al pueblo a mantenerse unido.
Invocó el espíritu de la Segunda Guerra Mundial, ese momento crucial de su vida y de la nación, al parafrasear la letra de la popular canción de la época de la guerra “We’ll Meet Again” de Vera Lynn.
“Debemos reconfortarnos en el hecho de que a pesar de que podría haber más cosas que tengamos que soportar, llegarán mejores días. Estaremos nuevamente con nuestros amigos. Estaremos nuevamente con nuestras familias. Nos encontraremos de nuevo”, dijo.
En la Plaza de la Reina en el barrio de Bloomsbury de Londres hay una urna develada para conmemorar el Jubileo de Plata de Isabel. En el suelo hay palabras del poeta Philip Larkin, escritas para ese evento en 1977 y que se mantenían ciertas décadas después.
“In times when nothing stood/But worsened or grew strange,/There was one constant good/She did not change” (“En tiempos en los que nada permanecía/sino que empeoraba o se volvía más extraño/hubo un bien constante/ella no cambió”).
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Los fallecidos periodistas de The Associated Press Gregory Katz y Robert Barr contribuyeron a este despacho.