Otro Marcos presidente: Conmoción en la diáspora filipina
BOSTON (AP) — Nunca conocí a mi tío Emmanuel Yap. Pero “Manny” siempre figuró prominentemente en las historias familiares.
Un hombre con un gran potencial que falleció temprano. Un recordatorio de que hay que hacer lo que corresponde, sin importar el costo.
Prometedora figura de una oposición al presidente de las Filipinas Ferdinand Marcos encabezada por la juventud, Manny Yap fue a un almuerzo familiar en un restaurante chino de su ciudad, Quezón.
Era el día de San Valentín de 1976. Imperaba la ley marcial. Marcos había empezado a manejarse como un dictador.
Después de comer, Manny, estudiante de posgrado de 23 años, fue a reunirse con un amigo.
Días después, un interlocutor anónimo llamó por teléfono para informarle a la familia que Manny había sido detenido por los militares.
Nunca se volvió a saber de él.
Esos recuerdos fluyen de nuevo ahora que el hijo de la persona que mi familia responsabiliza por su muerte décadas atrás será presidente.
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“Estábamos del lado bueno, honorable”, me dijo mi madre Janette Marcelo en una reciente conversación telefónica. “Debes saberlo”, agregó, conmovida.
Casi medio siglo después, recuerda perfectamente la angustia de sus padres por la desaparición de su hijo.
Su madre trató desesperadamente de pasarles mensajes a las monjas y los curas que tenían acceso a la prisión donde se creía estaba su tío. Su padre estaba pendiente de cada autobús que entraba y salía del penal, en la esperanza de ver aunque sea de pasada a su hijo mayor.
El cadáver de Manny nunca fue recuperado. Es hoy uno de las más de 2.300 personas muertas o desaparecidas durante el gobierno de Marcos.
Mi madre se emociona al contar una historia que mis hermanas y yo hemos escuchado múltiples veces.
“Tuvieron un tío que creía firmemente en algo y estaba dispuesto a morir por ello”, expresó.
La semana que viene asumirá el gobierno Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr. tras una victoria electoral aplastante y con él regresará al poder la familia de Marcos, que gobernó más de dos décadas hasta que fue depuesto en un alzamiento mayormente pacífico en 1986.
La ocasión le obliga a mi familia a revivir el doloroso pasado y reconfirmar valores que nos inculcaron. A la luz de todo lo que está sucediendo hoy, me pregunto qué piensan el resto de los filipinos.
Y decidí preguntarles.
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En mis conversaciones con filipinos de todo el país, descubrí sentimientos encontrados, desde la furia que siente mi madre hasta el beneplácito de muchos que piensan que se avecina un futuro mejor.
El margen de la victoria del hijo de Marcos entre los 4 millones de filipinos que viven en Estados Unidos (es la comunidad filipina más grande que hay fuera de las Filipinas) fue mucho más estrecho que en las Filipinas. Obtuvo el 47% de los más de 75.000 votos emitidos en este país, contra el 43% de su principal rival, la vicepresidenta saliente María Leonor Robredo.
Una de las primeras personas con las que hablé fue Rochelle Solanoy, una empleada pública de 53 años de Juneau, Alaska. Dijo que votó por el hijo de Marcos porque cree que con él pueden volver los “años dorados”, en que las Filipinas prosperaba y la familia Marcos era la envidia del mundo, según Solanoy.
Solanoy, quien se fue de las Filipinas en 1981, cuenta que en su juventud participó en manifestaciones contra la dictadura de Marcos, pero que ahora siente que fue engañada.
“Cuando fue depuesto Marcos, todo se deterioró y empezó la corrupción”, sostuvo por teléfono. “Ahora me entero de cosas que no supe de joven. Nos engañaron todo el tiempo”, insistió.
En Sacramento (California), Susan Tagle, de 62 años, dijo que las elecciones la hicieron replantearse todo lo que vivió como militante universitaria que estuvo presa varios meses bajo el gobierno de Marcos, quien falleció en el exilio en 1989. Su viuda Imelda, cuya colección de zapatos pasó a ser un símbolo de los excesos de la familia Marcos, sirvió varios años en el Congreso y sus hijos han sido senadores y gobernadores.
“El objetivo era deponer al dictador”, manfiestó Tagle, quien votó por Roberdo. “Luego seguimos con nuestras vidas. Volvimos a estudiar, tuvimos familias, iniciamos carreras. Pensamos que lo peor había pasado”.
Constantino Alinsug, concejal de una localidad de New England, dice que está dispuesto a darle una oportunidad al hijo de Marcos, aunque con muchas reservas.
Alinsug, de 50 años, participó en protestas contra Marcos padre de joven. Pero es firme partidario del presidente saliente, Rodrigo Duterte, cuya sangrienta represión del tráfico de drogas generó denuncias de abusos a los derechos humanos. Una hija de Duterte, Sara, será vicepresidenta del gobierno de Marcos.
“Quiero darle una oportunidad, aunque, honestamente, no sé qué se trae en manos”, comentó Alinsug, quien no votó porque tiene la doble nacionalidad. “No participó en debates. No hizo campaña. Solo dejó que su maquinaria y su dinero hiciesen el trabajo”.
Brendan Flores, presidente de la Federación Nacional de Asociaciones de Filipino-Estadounidenses, expresa las mismas reservas.
“Sé muy bien lo que dicen los libros de historia. Tiene una enorme carga, no hay dudas”, dijo Flores, de 37 años y residente en Sarasota (Florida). “La gran diferencia esta vez es que el mundo lo está observando. No nos vamos a quedar cruzados de brazos si toma el camino equivocado”.
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Ojalá mi madre tuviese la misma esperanza.
Para ella, hubo una revisión histórica y los malos del pasado son los salvadores del presente.
Tras el derrocamiento de Marcos, mi abuelo, Pedro Yap, integró una comisión encargada de recuperar los bienes mal habidos de la familia Marcos. Sirvió en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y finalmente en la Corte Suprema de las Filipinas, que llegó a presidir durante un breve período, hasta que se jubiló.
Le pregunté a mi madre si el regreso de los Marcos al poder quiere decir que el trabajo de mi abuelo y la muerte de mi tío Manny fueron en vano. Responde sin pensarlo mucho.
“Solo te puedo decir que éramos gente buena que lo intentó, y que seguimos siendo gente buena y seguiremos intentándolo”, manifestó. “Pero es inútil. Nunca van a cambiar las cosas”.
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Philip Marcelo es corresponsal de la AP en Boston. Está en twitter.com/philmarcelo