El heroísmo de los pilotos de helicópteros ucranianos
KIEV, Ucrania (AP) — Como acostumbraba a hacer antes de cada vuelo, el veterano piloto del ejército ucraniano posó su mano sobre el fuselaje de su helicóptero Mi-8 y acarició su forro de cuero para que le diese suerte a él y a su tripulación.
La iban a necesitar. Se dirigían a una planta siderúrgica asediada por los rusos en la ciudad de Mariúpol. Era una verdadera trampa mortal. Varios helicópteros no regresaron.
Pero era una misión vital, casi desesperada. Las fuerzas ucranianas estaban sitiadas, casi no les quedaban abastecimientos y se acumulaban los muertos y los heridos. Su heroica batalla pasó a ser un símbolo de la resistencia ucraniana a la invasión rusa. No podían permitir que muriesen.
El piloto de 51 años, identificado solo por su primer nombre, Oleksandr, fue una sola vez a Mariúpol y dijo que había sido la misión más difícil en sus 30 años como piloto. Corrió el riesgo, relató, porque no quería que los soldados de la planta Azovstal se sintiesen abandonados.
En un búnker subterráneo de la planta, convertido en hospital, comenzó a correrse la voz de que se podría producir un milagro. Entre las personas a las que se les dijo que podrían ser evacuadas figuró un sargento herido por fuego de mortero, que le destrozó la pierna izquierda, la cual fue amputada de la rodilla para abajo.
Era conocido como “Búfalo”. Había soportado muchas odiseas, pero le quedaba un desafío por delante: Salir de Azovstal.
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Los pilotos ucranianos han realizado desde hace tres meses una serie de osadas misiones en helicóptero, volando a altas velocidades a ras de tierra, para apoyar a los combatientes de Azovstal. Se la considera una de las gestas más heroicas de la resistencia ucraniana. Algunas terminaron mal. Y con el correr del tiempo las misiones se hicieron más peligrosas porque las defensas antiaéreas rusas estaban prevenidas.
Todavía no se conocen muchos detalles acerca de las siete misiones de reabastecimiento y rescate. Pero entrevistas exclusivas con sobrevivientes, pilotos y un oficial de los servicios de inteligencia que voló en la primera misión, la AP pudo reconstruir lo que sucedió en uno de los últimos vuelos.
El presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy comenzó a hablar de estas misiones después de que los 2.500 soldados que resistían en Azovstal empezaron a rendirse.
La tenacidad de los soldados ucranianos frustraba el objetivo de Moscú de capturar rápidamente Mariúpol e impedía que las unidades rusas empeñadas en esa campaña pudiesen ser enviadas a otros sitios. Zelenskyy declaró al canal local ICTV que los pilotos burlaron las “poderosas” defensas antiaéreas rusas, ingresaron a territorio enemigo y llevaron alimentos, agua, medicinas y armas para que los soldados ucranianos pudiesen seguir peleando. También evacuaron a los heridos.
El oficial del servicio de inteligencia dijo que un helicóptero fue derribado y otros dos jamás regresaron. Indicó que se vistió de civil para esa misión, pensando que se podría hacer pasar por civil en caso de que el helicóptero fuese abatido y él sobreviviese. “Sabíamos que era una misión de la que tal vez no pudiésemos regresar”.
“Son gente muy heroica, que sabía lo difícil que era (la misión), algo casi imposible”, dijo Zelenskyy. “Perdimos muchos pilotos”.
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Búfalo, de 20 años, perseguía un tanque ruso, con un misil antitanques en su hombro, cuando fue alcanzado por fuego de mortero que le destrozó la pierna y le produjo lesiones en la espalda. Fue a parar junto a un auto que se había incendiado y logró arrastrarse hasta un edificio. “Decidí esconderme en el sótano y esperar la muerte allí”.
Pero sus amigos lo sacaron y lo llevaron a la planta siderúrgica Ilyich, que cayó a mediados de abril, cuando los rusos afianzaban su control sobre Mariúpol y su estratégico puerto sobre el Mar de Azov. Pasaron tres días antes de que los médicos pudiesen amputarle la pierna en el sótano de un refugio antibombas. Se considera afortunado. Los médicos todavía tenían anestesia cuando le llegó su turno de ser operado.
Al despertarse, una enfermera le dijo que lamentaba mucho que hubiese perdido la pierna.
“¿Me devolverán el dinero por las diez sesiones de tatuajes?”, respondió él, tratando de aliviar la tensión. “Tenía muchos tatuajes en esa pierna”.
Búfalo habló a condición de no ser identificado, porque no quería que se pensase que buscaba publicidad mientras otros todavía siguen peleando en Azovstal, un complejo casi inexpugnable de unos 11 kilómetros cuadrados (más de cuatro millas cuadradas), con un laberinto de 24 kilómetros (15 millas) de túneles y búnkers subterráneos.
La situación, no obstante, esa desesperante.
“Había constantes bombardeos”, dijo Vladislav Zahorodnii, un soldado de 22 años que había sufrido heridas en la pelvis durante combates callejeros en Mariúpol.
Fue evacuado y se encontró con Búfalo. Ya se conocían. Los dos son de la misma ciudad del norte, Cherníhiv, muy golpeada por el fuego ruso.
Zahorodnii vio que su amigo había perdido una pierna y le preguntó cómo se sentía.
“Todo está bien”, respondió Búfalo. “Pronto nos iremos de parranda”.
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Zahorodnii fue evacuado en helicóptero el 31 de marzo, tras tres intentos fallidos.
Era la primera vez que volaba en helicóptero. Los rusos le dispararon e inutilizaron un motor. Pero el otro siguió funcionando y les permitió completar un vuelo de 80 minutos hasta Dnipro, en el centro de Ucrania.
A Búfalo le llegó su turno la semana siguiente. Tenía algunas dudas. Por un lado, le complacía el que su ración de comida y agua iría a otros que estaban en condiciones de seguir peleando. Pero por el otro, “me sentía mal”, explicó. “Yo me iba y ellos se quedaban”.
Casi pierde su vuelo. Los soldados lo montaron en una camilla y lo subieron a un camión que lo llevó hasta el sitio donde aterrizaría el helicóptero.
Primero descargaron los pertrechos que llevaban y luego subieron a los heridos. Pero no a Búfalo.
Había quedado en un rincón, en el fondo del camión, y se habían olvidado de él. No podía gritar porque había sufrido otras heridas, incluida una en la garganta y casi no podía alzar la voz.
“Pensé, ‘hoy no es mi día’”, relató. “De repente, alguien gritó, ‘¡se olvidaron del soldado en el camión!’”.
El helicóptero estaba lleno y el viaje se le hizo inacabable.
“Tuve mucho miedo”, comentó Oleksandr. “Hay explosiones por todos lados y la próxima puede ser en tu helicóptero”.
Recuerda que un estallido cercano hizo que el helicóptero se sacudiese, pero pudo seguir su vuelo.
“Volábamos muy bajo, debajo de los árboles”, recordó.
“Todos aplaudieron” y agradecieron cuando el helicóptero aterrizó, dijo Búfalo.
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Sophiko Megrelidze (desde Tbilisi, Georgia) y Oleksandr Stashevskyi (Kiev) colaboraron en este despacho.