Sendas de Oku por Matsuo Bashō
«Aclaro: son los lectores, somos nosotros - atareados, excitados, descoyuntados- los que ganamos con su lectura; su poesía es un verdadero calmante, aunque la suya sea una calma que no se parece ni al letargo de la droga ni a la modorra de la digestión. Calma, alerta y que nos aligera: Oku no Hosomichi es un diario de viaje que es así mismo una lección de desprendimiento.»
Tradicionalmente en las historias de fantasía o que se acercan un poco a la realidad histórica un aventurero no tiene familia, esta fue cruelmente asesinada, de joven lo torturaron y de los vagos recuerdos que le quedan intenta sobrevivir solo con los buenos porque hacer lo correcto es lo único que lo motiva para salvar la tierra en la que habita. Usualmente es inteligente, hábil en la batalla, tiene una destreza con la espada y desarrolla bien las estrategias de batalla. Está cargado de una bruma misteriosa y esto hace que no todos quieran acercarse a él, pero ese no será un problema porque tendrá a unos pocos con los que podrá confiar para recorrer el camino que le hace falta y así cumplir su destino.
Al final de la batalla, los trovadores cantarán su historia y de boca en boca se convertirá en un mito.
«Mientras veía el camino que acaso iba a separarnos para siempre en esta existencia irreal, lloré lágrimas de adiós. »
La verdad es que muchos usaban en lugar de una espada un pincel, un sombrero de bambú remplazaba la capucha, a veces sus bolsillos no cargaban con nada de dinero para no llamar la atención o lo ocultaban muy bien entre las fajas de ropa, pedían posada y no siempre estaban en busca de la damisela en peligro.
Cuando comparamos a un viajero de los libros de fantasía generalmente suelen ser muy distintos con los que existían de antaño, más cuando se está acostumbrado a la imagen de ser un viajero fortachón, altivo, lleno de venganza y dispuesto a soltar puñetazos a diestra y siniestra.
Yo misma no me había dado cuenta de esto cuando terminé de leer Sendas de Oku. ¿Qué sucedería si un día sales de casa y decides recorrer las tierras que no has visto? No llevas nada contigo, nada valioso, nada que te puedan robar y simplemente caminas bajo un cielo azul repleto de nubes blancas.
El sentimiento en el corazón de sentirse abrumado por lo que ves en el viaje es lo más valioso con lo que puedes cargar y cuando las ideas toman forma, el instante de alguna manera queda plasmado.
Hace mucho tiempo no existían las redes sociales, las tonterías del ser humano no llegaban al otro extremo del mundo en una noche, las relaciones y el aprendizaje tenían un valor cargado en el alma, los pensamientos se cultivaban y en el arte de la escritura terminaban.
Hace mucho tiempo, nuestro mundo era otro y occidente estaba encantado con la diferencia cultural con el lejano oriente.
«Para viajar debería bastarnos sólo con nuestro cuerpo; pero las noches reclaman un abrigo; la lluvia, una capa; el baño, un traje limpio; el pensamiento, tinta y pinceles. Y los regalos que no se pueden rehusar... »
En 1968 Matsuo Bashō decide recorrer un Japón feudal visitando todos los lugares que los poetas que él admiraba de su época habían descrito en sus manuscritos y mientras descansaba bajo la sombra de algún árbol escribía Sendas de Oku (Oku no Hosomichi). Incluso después de haber pasado por una serie de ediciones justo antes de ser publicada la versión final, la simpleza y veracidad de sus versos se siente en todo el texto al transmitir la esencia pura de lo que va observando y sintiendo en toda la travesía.
Para lo que muchos podría ser un viaje aburrido en el asiento de atrás para otros era un viaje lleno de aprendizaje y conocimiento.
El poeta japonés, Matsuo Bashō, sabía de eso al vagar por un mundo totalmente desconocido para nosotros; bajo los cielos meditó y se llenó como persona, atrapado en unas tierras misteriosas, bastas y llenas de una belleza inimaginable.
«El arte japonés en sus momentos más tensos y transparente, nos revela esos instantes - porque son solo un instante - de equilibrio entre la vida y la muerte. Vivacidad: mortalidad.»
La espiritualidad de sus pensamientos invita a uno a estar en sus pies y a tratar de entender qué es lo que hay detrás de sus páginas. Quería que sintiéramos lo que él vivió en los kilómetros que recorrió a pie cuando tenía cuarenta y cinco años de edad. Un viaje que, como se explica en la versión traducida por Octavio Paz y el diplomático Eikichi Hayashiya, duró dos años, aunque en el diario solamente se plasman seis meses.
Pero, como el viajero que fue se convirtió en un eco de la vida, sin querer incitó no solo a sus discípulos sino a todos aquellos a seguir su viaje por el mundo y a apreciar los instantes de la vida.
«Así, la meditación no es otra cosa que la gradual destrucción del yo y de las ilusiones que engendra; ella nos despierta del sueño o mentira que somos y vivimos. Este despertar es la iluminación. »
Este clásico es un libro que todo el mundo debería intentar leer para entender la poesía japonesa, el panorama de un Japón antiguo, el cultivo de su espiritualidad a través de su religión y la manera tan distinta de pensar de ese entonces con nuestro actual presente.
Si te sorprendes por la abismal distancia de tiempo y cultura entre los dos mundos quiere decir que vas por un buen camino.
Sinopsis
Este diario de viaje (cuaderno de bocetos, impresiones y apuntes) es ejemplo perfecto del haibun, género en boga en la época de Bashô (1644-1694), en el que un texto en prosa rodea, como si fuesen islotes, a un grupo de haiku. Poemas y pasajes en prosa, escribió Octavio Paz, se completan y recíprocamente se iluminan. En este breve cuaderno hecho de veloces dibujos verbales y súbitas alusiones -signos de inteligencia que el autor cambia con el lector- la poesía se mezcla a la reflexión, el humor a la melancolía, la anécdota a la contemplación.