Beatifican a 4 "mártires de la fe y justicia" en El Salvador
SAN SALVADOR (AP) — La Iglesia católica en El Salvador beatificó el sábado a dos sacerdotes y dos laicos asesinados por “odio a la fe y la justicia”, víctimas de los escuadrones de la muerte que actuaban con total impunidad amparados por los cuerpos de seguridad salvadoreños y los gobiernos entre 1977 y 1980.
En una tarde soleada y con cánticos, cientos de personas vibraron el sábado durante la ceremonia de beatificación de los dos sacerdotes defensores de campesinos y trabajadores, y los dos laicos cuyas muertes impactaron en medio de una cruenta guerra civil de doce años.
Rutilio Grande, un sacerdote jesuita salvadoreño que inspiró a San Óscar Romero, fue víctima de los escuadrones de la muerte junto a sus dos amigos laicos y compatriotas, que lo acompañaban cuando fue atacado. Por su parte, el sacerdote franciscano Cosme Spessotto, originario de Italia, murió a tiros mientras oraba frente al alta de su parroquia. Los cuatro serán elevados a la categoría de beatos y mártires de la fe y la justicia 40 años después de que fueran asesinados.
Grande, de 49 años, fue asesinado el 12 de marzo de 1977 junto a Manuel Solórzano, de 72, y Nelson Rutilio Lemus, de 16, cuando conducía un vehículo en una carretera rural del municipio de Aguilares al norte de la capital. El crimen fue atribuido a la entonces Guardia Nacional, uno de los cuerpos de seguridad más represivos y que fue disuelto años después.
Los cuatro mártires de la fe y la justicia fueron declarados oficialmente beatos en una emotiva ceremonia presidida por el enviado especial del papa Francisco, el cardenal Gregorio Rosa Chávez quien señaló que se debe reconocer la vida de los dos sacerdotes y los dos laicos, escogidos como modelos a seguir.
“Rutilio, Manuel, Nelson y Cosme, dan nombre a todas las víctimas inocentes ofrecidas en el sacrílego altar de los ídolos del poder, del placer y del dinero. La sangre derramada por nuestros mártires asociada a la del sacrificio de Cristo en la cruz es germen de reconciliación y de paz”, dijo Rosa Chávez.
Fieles católicos de todo el país, muchos de ellos provenientes de la zona de Aguilares y San Juan Nonualco, acudieron a la ceremonia, sostenían imágenes de Grande, Spessotto y los dos laicos, y portaban banderas blancas y amarillas del Vaticano.
El papa Francisco aprobó un decreto proclamando a Grande mártir de la fe católica, así como a los dos laicos que fueron asesinados con él. Eso significa que pueden ser beatificados sin tener que atribuir un milagro a su intercesión. Un milagro es necesario para la canonización.
Su asesinato y su ministerio a favor de los pobres ayudaron a inspirar a monseñor Romero, quien entonces era el recién nombrado arzobispo de San Salvador.
Tres años después, Romero fue asesinado a tiros por criticar abiertamente a los militares y trabajar en favor de los oprimidos de El Salvador.
La beatificación constituye el primer paso hacia una posible canonización, aunque muchos en San Salvador ya le acreditan al “padre Tilo” la conversión de monseñor Romero.
Francisco, el primer pontífice latinoamericano y el primer papa jesuita, declaró santo a Romero en 2018.
Durante mucho tiempo, Francisco ha expresado su intensa admiración tanto por Grande como por Romero. En la entrada de su habitación en el Vaticano donde vive hay un trozo de tela con la sangre de Romero y notas de una enseñanza del catecismo que impartía Grande.
La Iglesia católica exigió a las autoridades que esclarecieran el crimen, pero nunca se condujo ninguna investigación, ni se juzgó a los culpables.
El “padre Tilo”, como lo llamaban, realizaba su trabajo pastoral en una de las zonas más pobres del país, donde organizó las comunidades eclesiales de bases en las cuales los terratenientes de la zona veían una amenaza a su poder.
Nelson Rutilio Lemus, que será recordado como el primer adolescente salvadoreño declarado beato, era el mayor de ocho hermanos, estudiaba séptimo grado cuando fue asesinado.
Don Manuel Solórzano era un laico católico de 72 años, residente en Aguilares, muy cercano al “padre Tilo” a quien solía acompañar en sus labores pastorales en esa zona que años más tarde fue escenario de cruentos combates entre el ejército y la guerrilla,
Fray Cosme Spessotto, sacerdote franciscano, nació en Italia el 28 de enero de 1923 en el seno de una familia campesina. Llegó a El Salvador en abril de 1950 y fue abatido a balazos por miembros del ejército salvadoreño en San Juan Nonualco, el 14 de junio de 1980, cuando oraba frente al altar de la parroquia de ese lugar que dirigía desde 1953. Su muerte tuvo lugar en el inicio de la guerra civil que se extendió hasta 1992.
El padre franciscano recibió varias notas anónimas que le dejaban bajo la puerta de su oficina. “Padrecito, se va o lo matamos; “El próximo será usted”, decían alguna de estas amenazas que nunca lograron que abandonara su labor pastoral.
Fray Spessotto dio la vida por los “sanjuanenses”, en varias ocasiones rechazó la toma de la iglesia de San Juan Nonualco, tanto por la guerrilla como por la Fuerza Armada y cuando el ejército capturaba algunos de sus feligreses los iba a buscar al cuartel y les pedía a los militares que se los entregaran, y les reprendía por los bombardeos y ataques a la población.
Su familia en Italia le dijo que abandonará el país, pero se negó: “Mi familia es mi Iglesia”, les dijo. Fray Spessotto escribió en su testamento espiritual “Morir como mártir sería una gracia que no merezco”.
Los cuatro mártires serán reconocidos como beatos de la iglesia, en unidad un jesuita, un franciscano y dos laicos, los cuales se unen a San Romero, sacerdote diocesano.
El arzobispo de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas, destacó la labor espiritual y humanitaria desarrollada por el padre Spessotto. “Cuando la guerra inició tuvo el valor de ir tras el paso de la fuerza armada visitando los hogares donde estos dejaban, muertos, les rezaba el responso y ayudaba a las familias con los gastos del funeral”.
“En defensa de la vida de los inocentes enfrentó a los asesinos, quienes también le mataron a él”, agregó el prelado.
Romero, llamado también “la voz de los sin voz” por abogar por los más pobres e indefensos durante la década de 1970, fue asesinado por un francotirador con un disparo al corazón cuando oficiaba una misa en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer terminal, el 24 de marzo de 1980. Unos días antes había pedido a los militares en una homilía que “en nombre de Dios y de este sufrido pueblo cese la represión”.
El Vaticano divulgó la carta enviada por el papa Francisco, que fue leída por el sacerdote jesuita Rodolfo Cardenal .
“Concedemos que los venerables ciervos de Dios, Rutilio Grande García, sacerdote profeso de la Compañía de Jesús, Manuel Sólorzano y Nelson Rutilio Lemus, laicos, así como Cosme Spessotto, en el siglo sante, sacerdote profeso de la orden de los sacerdotes menores; mártires, heroicos testigos del reino de Dios, reino de justicia, el amor y la paz hasta la efusión de la sangre, de ahora en adelante sean llamados beatos y que sean celebrados cada año en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, respetivamente”, dice la carta apostólica con la que se declaró a los nuevos beatos.
Entre los invitados especiales se encontraba el vicepresidente de El Salvador, Félix Ulloa, el presidente de congreso salvadoreño Ernesto Durán y el alcalde de San Salvador, Mario Durán.
El acto fue trasmitido por los canales de televisión y radio de la Iglesia católica. Las autoridades colocaron pantallas gigantes para los feligreses que se congregaron en un espacio de más de dos kilómetros cuadrados.
Dado que es un Estado laico, en El Salvador no hay cifras de cuántos profesan el catolicismo, pero se estima que la mayoría del país son devotos de esta religión.
De 1977 a 1989, cuerpos de seguridad, escuadrones de la muerte y militares asesinaron a 13 sacerdotes, entre ellos Romero, y seis jesuitas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). También violaron y asesinaron a tres religiosas estadounidenses. Ninguno de estos crímenes está esclarecido y los asesinos materiales e intelectuales siguen impunes.
La guerra que llegó a su fin con la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla en 1992 dejó más de 75.00 muertos y unos 12.000 desaparecidos.