Niñas de hasta 10 años en fábricas de tortillas en Guatemala
CIUDAD DE GUATEMALA (AP) — Para millones de familias guatemaltecas, las tortillas hechas a mano son una parte indispensable de toda comida, pero muchas de esas tortillas pasan por las manos de niñas y mujeres jóvenes de familias pobres, que trabajan turnos larguísimos los siete días de la semana.
Casi ninguna cobra el sueldo mínimo y algunas no perciben nada. Generalmente no les queda tiempo para estudiar y enfrentan la discriminación que padecen las mujeres indígenas en las zonas rurales, por lo que las tortillas son un callejón sin salida para ellas.
Esas son algunas de las conclusiones de la Fundación Panamericana de Desarrollo, un brazo de la Organización de Estados Americanos, que analizó las condiciones en 292 fábricas de tortillas en la Ciudad de Guatemala.
Las condiciones de estos emblemáticos negocios son un microcosmos de las penurias que enfrentan muchos en Guatemala, un país donde el 75% de la población de las zonas rurales vive en la pobreza, casi un millón de niños o adolescentes trabajan y numerosos indígenas se van a las ciudades en busca de empleo para ayudar a sus familias.
El informe indica que hay personas de 20 años o menos —algunas de hasta 10 años— trabajando en 160 fábricas de tortillas. Dice que lo comprobó en entrevistas con 92 de esas jóvenes y niñas.
La mayoría se identificaron como indígenas mayas y 52 dijeron que eran menores de 18 años, aunque el informe destacó que algunas parecían ser más jóvenes que lo que dijeron.
Trabajan muchas horas, por sueldos bajos y en malas condiciones, en fábricas de tortillas que resultan “devastadoras” para las jóvenes. Aproximadamente el 60% dijeron que trabajaban los siete días de la semana. Un porcentaje similar dijo que trabajaban más de 11 horas diarias junto a una plancha muy caliente, con frecuencia en fábricas pequeñas en las que también duermen. Sus camas están escondidas detrás de sábanas que cuelgan del techo.
Ninguna dijo cobrar el sueldo mínimo de Guatemala, que es de 360 dólares al mes. Algunas indicaron que perciben apenas 65 dólares mensuales y no faltaron las que afirmaron no cobrar nada, generalmente porque trabajan para sus familias.
Sandra Alvarado trabaja en la fábrica de parientes junto con su hija María Elene. Alvardo dijo que María Elena tiene 18 años, lo que implica que trabaja legalmente. La muchacha, sin embargo, parecía mucho más joven. Las dos duermen en la fábrica, algo común con los trabajadores que llegaron del interior.
“Ganamos 40 quetzales diarios cada una (unos 8 dólares entre las dos). Es buen dinero”, sostuvo Alvarado. Trabajan de las cinco de la mañana a las ocho de la noche. “Trabajamos aquí porque no hay otro trabajo. Así es la vida”.
María Elena declaró que no le interesa estudiar y que prefiere trabajar para ayudar a su familia.
Florinda de la Cruz, una joven de 20 años de Quiche, al norte del país, también expresó que, a pesar del calor, prefiere la fábrica de tortillas a otras ocupaciones como la limpieza de casas. “En las casas no nos dejan descansar”, afirmó. “Siempre estás trabajando. Aquí me duelen las manos, pero esto es mejor”
El predominio de las mujeres en estas fábricas es parte de una división de género que comienza a temprana edad. Los varones van a trabajar en el campo y las mujeres ayudan en la casa, donde generalmente tienen que preparar tortillas.
Toma aproximadamente un minuto convertir una bola de masa de harina de maíz en una tortilla redonda, plana. Luego se la cocina en una especie de plancha llamada comal. Si bien hay fábricas que producen tortillas a nivel industrial, la mayoría de los guatemaltecos prefieren las frescas, hechas en casa.
La versión guatemalteca de la tortilla es más gruesa que la de México y las dos son generalmente más sabrosas que las variedades industriales que venden los supermercados de Estados Unidos. Las tortillas caseras hechas con maíz de la zona son más caras en los mercados callejeros mexicanos. Por ello son mucho más comunes las de fábricas pequeñas de barrio, que venden tortillas frescas hechas con máquinas tortilladoras, que no se ha popularizado en Guatemala.
Los sueldos bajos son vitales para poder vender las tortillas a precios accesibles. Se cobra el equivalente a unos 13 centavos de dólar por cuatro y cualquier ajuste de precios podría generar convulsión social.
Si bien cada vez más mujeres reciben una educación formal en Guatemala, la pobreza y la necesidad de ayudar a las familias impiden a muchas niñas, generalmente indígenas, ir a la escuela. Y las mujeres siguen careciendo del apoyo necesario para continuar su educación.
“Ser niña o mujer es un camino sembrado de muchísimas dificultades y con la pandemia eso se profundizó”, explicó Ana Silvia Monzón, una socióloga que estudia las mujeres y los problemas de género en la Universidad San Carlos de la Ciudad de Guatemala.
Solo una cuarta parte de las 92 jóvenes entrevistadas dijeron que trabajaban y estudiaban, aunque la mayoría afirmó que esperaban reanudar sus estudios en algún momento.
Nancy Noj, una indígena de 18 años, trabaja en una fábrica de tortillas de la capital y le falta un año para terminar la secundaria, con un diploma de perito contador. Le gustaría estudiar finanzas en la universidad. Por ahora, trata de conectarse a las clases fuera de las horas pico en el trabajo.
Miembro de la etnia kakchiquel, Noj dijo que lleva un año trabajando en una fábrica propiedad de una tía.
“No lo veo como un trabajo, sino como una ayuda a mi tía”, manifestó.
De todos modos, se quejó de que le duelen las piernas por permanecer parada tanto tiempo. Esa es una de las numerosas dolencias que detectó el estudio. Otras son dolores de cabeza, quemaduras, ardor en los ojos y dolores en la espalda. Algunas fábricas usan leños para el fuego, que pueden agravar problemas respiratorios.
El estudio, financiado por la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados Unidos, recomendó mejorar el acceso de las muchachas a la información, para que puedan identificar violaciones a sus derechos y saber adónde buscar ayuda. También pidió más programas educativos y recreativos para las jóvenes, una mejor coordinación entre los organismos responsables de la protección del menor y equipos especializados para detectar violaciones en los sitios de trabajo.
“Necesitamos seguir demandándole al estado porque es el que debe garantizar la protección del as niñas”, dijo Monzón. “La sociedad también debe dejar de ver para otro lado sobre esta situación”.