COVID-19 y el fantasma del fascismo en Italia
ROMA (AP) — La violenta explotación que hace un partido de extrema derecha del malestar en torno a las restricciones asociadas con la pandemia del COVID-19 hace que Italia confronte su legado fascista y alimenta el temor de que se repitan incidentes como el de la semana pasada, cuando una turba trató de llegar al Parlamento.
A partir del viernes, toda persona deberá demostrar que recibió al menos una dosis de la vacuna contra el coronavirus para poder entrar a su sitio de trabajo, que se ha recuperado de un contagio hace poco o que se hizo una prueba que dio negativo en los dos días previos. En Italia ya se exige un certificado para entrar a restaurantes, teatros, gimnasios y otros sitios cubiertos. También para tomar autobuses o trenes de larga distancia, y para hacer vuelos nacionales.
Unas 10.000 personas se presentaron en la Piazza del Popolo el sábado pasado para realizar una manifestación de protesta que generó alarmantes episodios de violencia.
Lo que preocupa es la confluencia de la extrema derecha y de la oposición a las órdenes de vacunarse, por más que el porcentaje de personas que no quieren vacunarse es pequeño en un país donde el 80% de los mayores de 12 años están totalmente inmunizados.
Arengados por elementos de extrema derecha, cientos de manifestantes recorrieron la capital italiana y causaron destrozos en la sede de la central sindical de izquierda CGIL. La policía frustró reiterados intentos de llegar a la oficina del primer ministro y a la sede del Parlamento.
Los manifestantes destrozaron computadoras, líneas telefónicas y otros equipos en la sede obrera tras ingresar por la fuerza a través de una ventana. Los sindicatos apoyan un “pase verde”, como se denomina a un certificado que confirma que una persona recibió la vacuna, dio negativo en una prueba de COVID o se recuperó de un contagio, para garantizar la seguridad de los sitios de trabajo.
El líder del CGIL Maurizio Landini de inmediato comparó los incidentes del sábado con los ataques que los partidarios de Benito Mussolini lanzaron contra dirigentes sindicales, ayudando a consolidar la dictadura fascista.
Para muchos, el ataque trajo a la mente las imágenes de la toma del Congreso de Estados Unidos el 6 de enero por partidarios de Donald Trump tras su derrota electoral.
“Lo que vimos en los últimos días fue algo realmente escalofriante”, expresó Ruth Dureghello, presidenta de la Comunidad Judía de Roma.
El primer ministro Mario Draghi declaró a la prensa que su gobierno estaba “reflexionando” acerca de propuestas legislativas presentadas o apoyadas por partidos izquierdistas, populistas y centristas esta semana, en las que se pide al gobierno que proscriba Forza Nuova (Fuerza Nueva), una organización de extrema derecha cuyos líderes alentaron el ataque a la sede sindical.
El lunes, por orden de fiscales romanos, las autoridades cerraron el portal de Forza Nuova por instigar a delinquir.
Horas después del ataque a CGIL, una cantidad de manifestantes contrarios a las vacunas invadieron la sala de emergencias de un hospital donde había sido llevado uno de sus compañeros que se había sentido mal, asustando a los pacientes y causando lesiones a dos enfermeras y a tres policías.
En respuesta a estos incidentes, el sábado habrá dos marchas en Roma: Una de sectores que se oponen al Pase Verde y otra en solidaridad con CGIL y para ofrecer lo que Landini describe como un “antídoto contra la violencia”.
El domingo, por otro lado, se realizará la segunda vuelta de las elecciones para elegir al alcalde de Roma, entre un candidato de centro izquierda y otro de derecha seleccionado por la jefa de un partido con raíces neofascistas de rápido crecimiento.
En los incidentes del sábado fueron detenidas una docena de personas, incluidos uno de los fundadores de Forza Nuova y el líder de la rama romana de esa agrupación. También fueron arrestados uno de los fundadores de una organización de extrema derecha que ya no existe llamada Núcleos Revolucionarios Armados, que aterrorizó a Italia en la década de 1980, y un empresario del sector gastronómico del norte de Italia que desafió las órdenes de confinamiento al inicio de la pandemia, cuando el gobierno cerró los restaurantes por meses.
Dureghello describió el “vandalismo” de Roma como un “fenómeno grave, doloroso, organizado por quienes quieren generar desmanes por un lado y alentar un consenso” apelando a los prejuicios de la sociedad italiana por el otro. La dirigente judía pidió en un tuit una investigación urgente de “los movimientos neofascistas y de la red que los apoya”.
Otro elemento que preocupa a la pequeña comunidad judía de Italia son comentarios antisemitas de un candidato a alcalde de Roma seleccionado por Giorgia Meloni, líder de la organización de extrema derecha Hermanos de Italia, el principal partido de oposición en el Parlamento. Hace poco trascendió que Enrico Michetti escribió en el 2020 que el holocausto judío recibe tanta atención porque los judíos “tienen bancos”. Posteriormente se disculpó por “haber herido los sentimientos” de los judíos.
En la primera ronda de elecciones municipales en Roma este mes, Rachele Mussolini, nieta del dictador, sacó el mayor número de votos para el concejo municipal.
Por años, Meloni se ha negado a condenar el legado de su abuelo, aunque esta semana dijo que la violencia es inaceptable en la política.
Para el profesor retirado de historia italiana Antonio Parisella, Meloni “vive en la ambigüedad, con un pie en el legado fascista”.
En buena parte de la sociedad italiana prevalece la idea de que “Mussolini hizo cosas buenas”, como el “mito” de que los trenes cumplían los horarios y de que erradicó la malaria, según Parisella, quien dirige el Museo de la Liberación de Roma.
“La hostilidad hacia el pase (verde), la aversión a la vacuna”, son algo que “la derecha postfascista sabe bien cómo explotar”, opinó Donatellal Di Cesare, profesora de filosofía de una universidad de Roma, en un artículo de primera plana del diario La Stampa.
El fiscal antiterrorista de Milán Alberto Nobili declaró esta semana a Radio 24 que “grupos anarquistas y de extrema izquierda” también tratan de explotar el malestar de la gente.
En otros países de Europa, desde Eslovenia hasta Grecia, algunas organizaciones de extrema derecha han unido fuerzas con el movimiento antivacunas.
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Colleen Barry colaboró en este despacho desde Milán y Sylvie Corbet lo hizo desde París.