El bar de los "Humanistas"
Un día los intelectuales montaron un bar, estos no eran pibes de barrio que por cosas del destino se juntaron como cuando iban a jugar a la pelota y con sus propinitas armaron un negocio. Estos filósofos gerentes del mundo de la gastronomía tenían entre sus lecturas a Foucault, Žižek, Orwell, Huxley y todos esos autores que los estudiantes suelen leer en sus facultades de arte con la intención de "cambiar el mundo".
Antes del fin del mundo escribiremos otros, es el lema silencioso de aquellos estudiantes.
(Siempre me asusta pensar cuál será el mundo que los estudiantes de las facultades de arte escribirán)
Los intelectuales leían poemas de su autoría en el bar, pero jamás permitían que algún indigente pidiera dinero en el salón, jamás permitían que los artistas callejeros cantaran en la vereda del frente, jamás permitían que el control se les fuera de las manos.
Este bar conocía los mecanismos de control, era una sucursal de 1984 de Orwell, las cámaras y los micrófonos controlaban cada uno de los movimientos de los empleados. Siempre había un espacio para ser vigilado, era un pequeño panóptico, donde las 16 horas de jornada de trabajo estaban medidas, para que en ningún momento el camarero hiciera un movimiento extra.
1984 era el mundo donde habitábamos nosotros, el baño era un lugar secreto que podíamos aprovechar, un segundo para fumar una bocanada de marihuana para que volando pudiésemos olvidar lo que allí sucedía, mandar un mensaje, esconder una chela, era un gran punto de fuga.
Si en algún momento el mecanismo del miedo para controlar fallaba, tenían que recurrir al mecanismo del placer (Estrategias para generar control siempre hay), como aquel principio certero todo lo que te genera placer te controla. Era la estrategia usada para hacernos quedar más tiempo, una cerveza gratis, una ginebra, un ron y así el bar se mantenía abierto, hasta que la noche decidiera descansar, cabe acotar que la noche NUNCA quiere descansar.
El bar de los humanistas era el preferido de la prensa, a veces también el de algunos políticos, una fiesta de idealistas, donde ellos se aplaudían, se abrazaban y se quedaban con el cambio. Nosotros no escribíamos poesía, por lo tanto, ningún cliente se memorizaba nuestros nombres.
Allí aprendí que los humanistas te descuentan por llegar tarde.
Allí aprendí que los dueños humanista se quedan con parte de la propina, porque ellos son también pueblo, como nosotros...¿Cómo nosotros?
Allí aprendí que debes callar cuando el de la caja te señala.
Allí descubrí que ya no me gusta la poesía.
Allí aprendí que los humanistas no pagan las horas extra.
Allí aprendí que en las grandes ciudades solo debes mantenerte de pie 16 horas.
La última noche el dueño, me toco el rostro, y en un gesto de "cariño" me dijo, tienes que aprender a ser más duro. La afirmación me golpeó directo al corazón...tengo que ser más duro en el bar de los humanistas.
Supongo que debía irme, pero no hacía falta renunciar, por alguna extraña razón, yo no firmé contrato, en mi primer día de trabajo me hicieron firmar mi renuncia, el mundo de cabeza, supongo que esas cosas pasan en el bar de los humanistas. Muchos años después escribo esta nota, con la inútil esperanza de hacerles saber que todo bar humanista es sospechoso y puede que nos conviertan en sus cómplices.