Dos ciudades de inmigrantes, dos respuestas al COVID
CENTRAL FALLS, Rhode Island, EE.UU. (AP) — Mario Valdez, su esposa y su hija de 18 años completaron su vacunación contra el COVID-19 este mes como parte de un esfuerzo especial por inocular a todos los residentes de Central Falls, una comunidad del estado de Rhode Island con una gran concentración de hispanos, muy golpeada por la pandemia.
“Estoy muy contento”, comentó este conductor de un autobús escolar de 62 años tras recibir la segunda dosis. “Mucha gente tiene el COVID. Mejor asegurarse”.
A escasos 80 kilómetros (50 millas), en Massachusetts, se encuentra Chelsea, que fue otro epicentro del virus. Igual que Central Falls, es una pequeña comunidad con un pasado industrial habitada mayormente por hispanos. Los residentes de ambas ciudades viven en general amontonados en casas de tres pisos y departamentos, y trabajan en las capitales estatales, Providence y Boston.
Las fortunas de ambas, no obstante, no pueden ser más distintas durante la campaña de vacunaciones contra el COVID-19.
Mannix Resto, estudiante de secundaria de 15 años de Chelsea, cree que la lentitud con que la gente es vacunada demorará el retorno a las clases en persona. Cuenta que nadie en su familia ha sido vacunado hasta ahora en un estado que da prioridad a los trabajadores de la primera línea de lucha contra el virus, los ancianos y las personas con problemas de salud.
“Quiero saber cuánto más va a durar esto”, dijo Resto este mes mientras caminaba con un amigo por Broadway, la calle principal de Chelsea. “Ya lleva un año. No podemos seguir viviendo así”.
Rhode Island empezó a vacunar a los ancianos en Central Falls a fines de diciembre y gradualmente fue expandiendo las vacunaciones a toda persona de al menos 18 años que vive o trabaja en la ciudad.
Casi un tercio de los adultos de esta ciudad recibieron al menos una dosis de la vacuna y un 16% las dos, según cifras oficiales. Las autoridades sanitarias municipales dicen que esta ciudad de 20.000 habitantes registró una marcada baja en los contagios del COVID-19 como consecuencia de las vacunas.
En Massachusetts, mientras tanto, expertos en salud pública, organizaciones defensoras de los derechos civiles y activistas a favor de la causa de los inmigrantes se quejan desde hace meses de que el estado no hace lo necesario para que los afroestadounidenses y los hispanos son inoculados.
Los residentes blancos han recibido hasta ahora el 66% de las dosis aplicadas en el estado, en tanto que los afroestadounidenses un 5% y los hispanos un 4%, según estadísticas oficiales. Las tasas de mortalidad de las comunidades hispana y negra son tres veces la de los blancos en algunas mediciones y Chelsea sigue siendo una de las comunidades más golpeadas por el virus, con una tasa de contagios más alta que la del estado.
“Es frustrante”, dijo Gladys Vega, directora ejecutiva de La Colaborativa, agrupación sin fines de lucro de Chelsea que es parte de una coalición estatal de organizaciones que piden más igualdad en la vacunación. “Chelsea demostró una y otra vez que apoya la economía (estatal). Pero no somos tomados en cuenta desde hace décadas”.
Numerosos expertos dicen que mientras no se combata el virus en las comunidades más afectadas, el COVID-19 seguirá expandiéndose.
“Si la pandemia es un incendio, las vacunas son el agua”, afirmó la doctora Bernadette Boden-Albala, decana del programa de salud pública de la Universidad de California de Irvine. “Hay que llevar agua a los lugares donde hay más fuego, de lo contrario jamás lo controlarás”.
Es de notar que tanto Rhode Island como Massachusetts han sido criticadas por la lentitud de las vacunaciones. Y la campaña de vacunaciones también tuvo problemas en Central Falls.
La alcaldesa María Rivera, quien asumió el cargo en enero, dice que el estado no dio recursos ni personal para las vacunaciones en Central Falls, cuya municipalidad se declaró en bancarrota tras la recesión del 2008 y estuvo cinco años intervenida por el estado.
El principal centro de vacunaciones de la ciudad, que funciona los sábados en el gimnasio de una escuela secundaria, es operado casi en su totalidad por voluntarios.
Rivera dijo que los voluntarios van de puerta en puerta inscribiendo a personas que no quieren o no pueden apuntarse para ser vacunadas a través de la internet o por teléfono. También deben explicar a las personas que no tienen permiso de residencia en el país que no serán perseguidas por la policía del servicio de inmigración por ir a vacunarse, dijo la funcionaria.
“Queremos que se presenten”, indicó. “No vamos a rechazar a nadie”.
Según información presentada por la oficina de Rivera esta semana, casi el 40% de las dosis fueron para hispanos y el 27% para blancos en los tres principales centros de vacunación de la ciudad. Un 23% de los vacunados no dieron su raza u origen étnico, y no hay información demográfica disponible en otros centros de vacunación.
En Chelsea, la organización de Vega se asoció con un centro de salud comunitario para lanzar un centro de vacunación en su oficina de la calle Broadway. El único centro grande de vacunaciones abierto por el estado en comunidades minoritarias se encuentra a 16 kilómetros (10 millas) de Chelsea, en el barrio Black Roxbury de Boston, según Vega y otros activistas.
Y, a diferencia de lo que ocurre en Central Falls, en Chelsea rigen los criterios de vacunación del estado, que la semana pasada incorporó a las personas de al menos 65 años o que tienen al menos dos problemas de salud serios.
La clínica vacunó a más de 900 personas desde que abrió el 4 de febrero, pero se espera que esas cifras suban ahora que más gente puede vacunarse, de acuerdo con el Centro de Salud Vecinal de East Boston, que opera la clínica.
David Evans se sorprendió este mes cuando se presentó para recibir la primera vacuna y vio que no había casi nadie. “Todo funcionó bien”, dijo el anciano de 82 años. “Estaba preparado para una odisea tras escuchar que había sitios donde no se podía conseguir turno o que no tenían vacunas”.
La apertura de la clínica fue recibida con bastante indiferencia, lo que hace pensar que las autoridades tienen mucho trabajo por delante y deberán esforzarse para convencer a los escépticos.
“Si el gobierno me dice que debo vacunarme, lo haré. Pero por ahora no quiero hacerlo”, declaró César Osorio, un obrero de la construcción de 30 años. “Los hispanos tenemos nuestras propias medicinas. No necesitamos vacunas”.