Desafiando costumbres de Irak, sirio abre un bar en Bagdad
BAGDAD (AP) — Desde afuera, parece un edificio como tantos del centro de Bagdad, desvencijado por años en desuso, silencioso, con las ventanas cerradas.
A las seis de la tarde, alguien golpea su puerta plateada, que al abrirse revela una escena muy poco frecuente en la capital iraquí.
Guardaespaldas se aseguran de que nadie entra armas. Alguien se cersiora de que el nombre de la persona figure en una lista. A medida que uno sube una escalera, se hace más fuerte el ruido de la música. En el piso de arriba, un barman despliega su habilidad detrás de un mostrador iluminado. Arriba suyo hay estantes con botellas de licor que brillan como joyas junto a un cartel de neón con el nombre del bar.
Piden por el menú, y el barman responde con tono suficiente, “yo soy el menú”. Prepara un cóctel con la confianza de un mago.
El administrador del bar es Alaa, un sirio que lleva apenas un año en Irak y que sabe lo que quiere: Un sitio clandestino que pueda servir de refugio a una clientela selecta que desea evadir la prohibición de consumir alcohol en una sociedad conservadora, mayormente musulmana. Ser barman, sin embargo, es una ocupación peligrosa en Irak, donde los negocios que venden alcohol a menudo están en la mira de organizaciones armadas que no los ven con buenos ojos.
“Este sitio no es para cualquiera”, comenta. “Vivimos con miedo, sobre todo aquí. Pero hay que sobrellevarlo. Es mi trabajo. Tengo que proteger a los trabajadores. Y a mi clientela”.
En las paredes hay carteles de la serie policial británica Peaky Blinders. El programa, sobre una banda de delincuentes de Birmingham, fue la principal inspiración de Alaa. “Se parece mucho a este lugar (Bagdad), lamentablemente”, dice Alaa.
El bar abrió hace pocas semanas. Alaa no pudo haber elegido peor momento. Los ataques con bombas a los negocios que venden alcohol han aumentado en la capital iraquí. El proveedor de Alaa fue una de las víctimas. Tan solo el martes explotaron dos bombas en distintos negocios, causando daños materiales. Hubo cuatro ataques de ese tipo en una semana.
Hay muy pocos sitios autorizados a vender alcohol en Bagdad, que cada tanto se ven obligados a cerrar. Su error, según Alaa, es admitir a cualquiera. Irónicamente, la supervivencia del bar de Alaa depende de que mantenga una clientela reducida y selecta.
La apertura del bar coincide asimismo con una devaluación del dinar del 20%.
“Esto afecta el negocio, pero sigo encontrando clientes”, dice Alaa. “Hay mucha gente con dinero aquí. Legal o ilegal. Eso a mí no me interesa”.
Visiblemente asustado, observa todo lo que sucede en cámaras de vigilancia día y noche. Pidió a la Associated Press que usase solo su primer nombre y no revelase la ubicación del bar por temor a represalias de grupos armados.
Tiene otras reglas: No hace publicidad y depende de las recomendaciones de los clientes a sus amigos; todos los clientes deben anunciarse mediante un mensaje de texto y no pueden hacer demasiada bulla en el local. Alaa conoce a todos sus clientes por sus nombres.
Quienes violan sus reglas o “causan problemas” son incorporados a una creciente lista negra.
Alaa ha pasado por situaciones mucho peores.
Recuerda los aviones que sobrevolaban la Universidad de Damasco, en Siria, mientras él tomaba exámenes en el 2011. En determinado momento su pueblo en el sur de Siria estuvo rodeado de combatientes tanto de la organización Estado Islámico como de la agrupación Jabhat al-Nusra, afiliada a al-Qaida. Acto seguido pasó años en el Líbano, soportando una crisis tras otra.
“Estuve en todas las crisis de la región... Siria, el Líbano, Irak...”, manifestó. Y aprendió una lección: “Gana el dinero antes de gastarlo”.
Siempre trató de rebuscárselas haciendo lo que sabe. Lo suyo, dice, es la noche.
Organizó grandes fiestas los fines de semana en Beirut. Preparó tragos en varios bares de las calles Gemmayze y Mar Mikhael de Beirut. En el 2017 visitó Siria y no pudo regresar al Líbano, cuyas autoridades no le renovaron la residencia, siguiendo una política de la época.
Volvió a su pueblo natal, Sweida, una aldea predominantemente drusa en el sur de Siria, donde trató, sin éxito, de abrir un negocio de venta de autos. Un primo le dijo que en Bagdad se podía ganar dinero. Muchos sirios encontraron trabajo aquí en hoteles y restaurantes.
A fines del 2019 Alaa tuvo que elegir entre instalarse en Bagdad, donde los peligros acechan, o intentar un riesgoso viaje a Europa en busca de asilo. “Jamás aceptaría ser un refugiado y vivir sin dignidad ni libertad”, afirmó.
La apertura del bar fue un golpe de suerte.
Un iraquí estaba a punto de vender un edificio cuando Alaa le ofreció renovarlo, abrir un bar y repartirse las ganancias. El bar está generando 5.000 dólares por semana y se llena los fines de semana. Da la impresión de que es un éxito. La noticia de su apertura se regó como pólvora en las redes sociales, incluidos grupos exclusivos de abogados, médicos e ingenieros, el tipo de clientela que buscaba Alaa.
Alaa dice que sacar adelante el negocio es solo uno de sus objetivos.
“El otro es mantener a mi familia” en Sweida.