Insurrección marca momento de reflexión para republicanos
La insurrección del miércoles en el Capitolio de Estados Unidos fue sorprendente y predecible a la vez, el resultado de un Partido Republicano que ha permitido repetidamente el comportamiento destructivo del presidente Donald Trump.
Cuando Trump era candidato a la Casa Blanca en 2016, los funcionarios republicanos ignoraron su llamado a sus seguidores para “dejar fuera de combate” a los manifestantes. Menos de un año después de asumir el cargo, los líderes de la formación alegaron que sus palabras fueron sacadas de contexto cuando dijo que había “gente muy buena” en ambos bandos de una letal manifestación de supremacistas blancos.
Y el verano pasado, la mayor parte del liderazgo republicano miró hacia otro lado cuando Trump hizo desalojar a cientos de personas que participaban en una protesta pacífica cerca de la Casa Blanca para poder posar con una Biblia frente a una iglesia.
Pero el violento asalto al Capitolio ofrece un nuevo, y quizás definitivo, momento de reflexión para el Partido Republicano. Las excusas habituales de la formación para Trump —no es un político al uso y no está interesado en ceñirse a las sutilezas de Washington— no valieron de nada frente a las imágenes de una multitud ocupando los espacios más sagrados de la democracia estadounidense.
El partido, que en los últimos cuatro años se ha definido por su lealtad a Trump, comenzó a recalibrarse tras el caos del miércoles.
Uno de los aliados más cercanos al presidente en el Congreso, el senador de Carolina del Sur, Lindsey Graham, declaró: “Ya basta”.
Otra republicana de Carolina del Sur, la diputada Nancy Mace, afirmó que los logros de Trump durante su mandato “se borraron hoy”.
Al menos tres altos funcionarios renunciaron y podrían darse más a salidas medida que se asimile el alcance de los acontecimientos.
El exjefe de despacho interino de Trump, Mick Mulvaney, ahora enviado especial a Irlanda del Norte, anunció su salida el jueves. “No puedo hacerlo. No puedo quedarme”, dijo Mulvaney al canal CNBC. “Aquellos que eligen quedarse, y he hablado con algunos de ellos, eligen quedarse porque les preocupa que el presidente pueda poner a alguien peor”.
Stephanie Grisham, jefa de despacho de la primera dama Melania Trump y exsecretaria de prensa de la Casa Blanca, presentó su renuncia. El asesor adjunto de seguridad nacional Matt Pottinger, el secretario social de la Casa Blanca Rickie Niceta y la subsecretaria de prensa Sarah Matthews también renunciaron, según funcionarios.
Pero para avanzar, el partido tendrá que afrontar la realidad de que Trump perdió los comicios frente al presidente electo Joe Biden por más de 7 millones de votos y por un margen de 306 a 232 en el Colegio Electoral, un resultado certificado por el Congreso la madrugada del jueves, cuando terminó aceptando todas las boletas electorales.
El propio Trump reconoció que su mandato estaba llegando a su fin, aunque no su derrota en las urnas.
“Aunque estoy en total desacuerdo con el resultado de las elecciones, y los hechos me avalan, sin embargo, habrá una transición ordenada el 20 de enero”, dijo el mandatario en un comunicado publicado en Twitter minutos después de que el Congreso certificó el triunfo de Biden.
“Siempre he dicho que continuaríamos nuestra lucha para asegurar que solo se contaran los votos legales. Aunque esto representa el final del mejor primer mandato en la historia presidencial, es solo el principio de nuestra lucha para Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo”, agregó.
El expresidente republicano George W. Bush describió a la violenta multitud como “una visión enfermiza y desoladora”. No se dirigió directamente a Trump ni a sus aliados, pero su alusión fue clara cuando dijo que el asedio “fue cometido por personas cuyas pasiones han sido encendidas por falsedades y falsas esperanzas”.
La representante por Wyoming, Liz Cheney, una de las principales voces republicanas en la Cámara de Representantes e hija del vicepresidente de Bush, fue mucho más contundente en una entrevista con Fox News.
“No hay duda en que el presidente armó la turba. El presidente incitó a la turba”, dijo.
Aunque sus críticas fueron duras, Bush y Cheney formaban ya parte de un pequeño grupo de responsables republicanos dispuestos a condenar en alguna ocasión los comportamientos más escandalosos del presidente. La inmensa mayoría de los miembros del partido han sido mucho más reservados, ansiosos por mantener a la ardiente base electoral de Trump de su lado.
Sin embargo, el control de Trump sobre su partido pareció debilitarse algo cuando los miembros del Congreso regresaron al Capitolio el miércoles en la noche, tras varias horas escondidos en localizaciones seguras luego de ser evacuados del hemiciclo. Antes de su precipitada salida de la cámara, un puñado de senadores y más de 100 representantes republicanos tenían previsto oponerse a la votación para certificar la victoria presidencial de Joe Biden.
Era una iniciativa encabezada por los senadores Ted Cruz de Texas y Josh Hawley de Missouri, ambos con ambiciones presidenciales propias para 2024, pese a la objeción del líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, quien advirtió que la democracia estadounidense “entraría en una espiral letal” si el Congreso rechazaba los resultados de las elecciones estatales.
Cuando se reanudó el debate, sin embargo, gran parte de la energía detrás de esos esfuerzos se había esfumado. Varios republicanos retiraron sus objeciones. Hawley y Cruz no lo hicieron, pero bajaron el tono de sus argumentos.
Hawley condenó los actos violentos de la jornada pero pidió una investigación sobre “irregularidades y fraude”. Antes en el día, el diario de su ciudad natal, The Kansas City Star, publicó un editorial afirmando que Hawley “tiene las manos ensangrentadas” por dar cabida a las falsas acusaciones de Trump.
Otros republicanos estaban claramente más preocupados por los acontecimientos de la jornada y por lo ocurrido antes.
“Queridos MAGA, soy una de ustedes”, tuiteó la exasistente de la Casa Blanca, Alyssa Farah, refiriéndose a los partidarios del movimiento Devolver la Grandeza a Estados Unidos, impulsado por Trump. “Pero tienen que escucharme: la elección NO fue robada. Perdimos”.
Pese a las evidentes grietas en el control de Trump sobre el Partido Republicano, las críticas más duras salieron de sus detractores habituales.
Su exsecretario de Defensa, James Mattis, quien el año pasado calificó al mandatario de amenaza para la Constitución, dijo que el asalto al Capitolio fue “un esfuerzo por subyugar la democracia estadounidense” y que estuvo “fomentado por el señor Trump”.
“Su uso de la presidencia para destruir la confianza en nuestras elecciones y para envenenar a nuestros conciudadanos ha sido permitido por pseudolíderes políticos cuyos nombres vivirán en la infamia como perfiles en la cobardía”, afirmó Mattis.
Anthony Scaramucci, exdirector de Comunicaciones de la Casa Blanca con Trump y que suele tener palabras duras para el que fuera su jefe, dirigió sus críticas más fuertes el miércoles a los miembros del partido republicano que toleran su comportamiento.
“Los funcionarios electos republicanos que siguen respaldando a Trump tienen que ser juzgados junto a él por traición”, tuiteó.
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La periodista de The Associated Press Meg Kinnard en Carolina del Sur contribuyó a este despacho.