Donald Trump, ¿un modelo presidencial a seguir o repudiar?
WASHINGTON (AP) — Donald Trump, el más improbable de los presidentes, alteró radicalmente el despacho presidencial. Acabó con normas y tradiciones centenarias y dominó la escena como nadie lo había hecho.
Gobernando a base de caprichos y de tuits, agravó las divisiones raciales y culturales y socavó la fe en las instituciones. Su legado: Cuatro años tumultuosos durante los cuales fue sometido a un juicio político, manejó deficientemente la peor pandemia en un siglo y se negó a aceptar su derrota en las urnas.
Ignoró todas las convenciones acerca de cómo debe manejarse un presidente, dijo lo que quiso e hizo lo que quiso, para deleite de sus partidarios y pesar de sus oponentes —y también aliados de vez en cuando—, tanto dentro como fuera del país.
Resta por verse hasta qué punto el modelo presidencial que impuso sobrevive. La elección de su sucesor, Joe Biden, es vista como un repudio a Trump. El candidato demócrata se ofreció como un antídoto al caos y el desasosiego de los últimos cuatro años, y prometió restaurar la dignidad del Despacho Oval.
“Durante cuatro años, a cada oportunidad que tuvo trató de aumentar los poderes presidenciales más allá de los límites establecidos por la ley”, expresó el historiador presidencial Michael Beschloss. “Alteró la presidencia de varias maneras, aunque muchos de esos cambios pueden ser revertidos casi de la noche a la mañana por un presidente que quiere dejar en claro que se viene un cambio”.
El legado más grande de Trump puede ser su uso de los poderes de la presidencia para cambiar el parecer de la gente acerca de las instituciones del gobierno.
Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump la emprendió contra la burocracia federal, desconfiando de funcionarios de carrera que consideró parte de un “Deep State” (un estado dentro del estado) y generando a su vez la desconfianza de parte de la opinión pública en los funcionarios públicos y en las instituciones. Convencido de que una investigación de la interferencia de Rusia en las elecciones era una cruzada en su contra, la emprendió contra los servicios de inteligencia y el Departamento de Justicia, despotricando públicamente contra numerosas figuras, y finalmente lanzó una feroz campaña contra la persona que encabezaba la investigación, el fiscal especial Robert Mueller.
Su lista de blancos es numerosa e incluye a la Corte Suprema, por no ser lo suficientemente leal, y al servicio postal, por su manejo del voto por correo. Cuestionó incluso la integridad de las elecciones con denuncias de fraude infundadas.
“En el pasado, los presidentes que perdían siempre estuvieron dispuestos a entregar el poder a su sucesor. A aceptar el resultado de la votación”, señaló Richard Waterman, quien estudia la presidencia desde la Universidad de Kentucky. “Lo que vemos ahora es realmente un ataque a las instituciones de la democracia”.
Varias encuestas indican que mucha gente, y la mayoría de los republicanos, cree que la elección de Biden es ilegítima, lo que afectará su credibilidad al asumir en medio de una crisis y generará suspicacias en las elecciones futuras.
“Eso es un cáncer”, dijo Waterman. “No sé si se puede extirpar el cáncer de la presidencia sin afectar el despacho presidencial. Creo que ha causado enorme daño en las últimas semanas”.
Comprometer la transferencia del poder no fue el primer mazazo que dio Trump a las tradiciones presidenciales.
No dio a conocer sus declaraciones de rentas ni tomó la distancia debida de sus negocios. Usó los recursos del gobierno con un criterio partidista y socavó a sus propios científicos. Cuestionó con tuits llenos de ofuscación a miembros de su partido y usó las propiedades del gobierno con fines políticos, empleando la Casa Blanca como fondo al postularse a la reelección.
Apeló a la Guardia Nacional para reprimir manifestantes pacíficos solo para sacarse una foto frente a la Casa Blanca.
En el ámbito internacional, dio la espalda a alianzas hasta ahora intocables como la de la OTAN y entorpeció las relaciones bilaterales con una cantidad de aliados. Su política exterior de anteponer los intereses de Estados Unidos a los de los demás, “America First”, se basó más bien en nociones preconcebidas que en los hechos. Retiró unilateralmente soldados de Afganistán, Somalia, Irak y Siria, generando siempre condenas de ambos partidos por socavar los objetivos de esos despliegues.
Se salió de acuerdos multinacionales para proteger el medio ambiente, en una medida que según muchos científicos puede haber acelerado el cambio climático. Se marginó de acuerdos que contenían las ambiciones nucleares de Irán.
Y su presidencia puede ser recordada por alterar, tal vez para siempre, la naturaleza de las relaciones con China, lo que podría afectar las esperanzas de que China pase a ser una potencia mundial pacífica y sentando las bases para una nueva generación de rivalidad económica y estratégica.
Es posible que pasen décadas antes de que se vean las consecuencias de la gestión de Trump. Pero ya hay algunas pistas.
Para empezar, nombró tres jueces de la Corte Suprema y más de 220 jueces federales, dándole al sistema judicial una tendencia conservadora que durará bastante tiempo. Eliminó regulaciones y dirigió una economía que floreció hasta que llegó la pandemia del coronavirus. La participación electoral aumentó a niveles sin precedente, con más votos en contra que a favor. Su partido le dio un apoyo incondicional, pero él hizo a un lado a todo aquel que no le gustó.
“El presidente Trump devolvió el poder al pueblo, no a la elite de Washington, y preservó nuestra historia y nuestras instituciones, mientras otros trataban de destruirlas”, sostuvo el portavoz de la Casa Blanca Judd Deere.
Por momentos, Trump pareció un espectador de su propia presidencia, tuiteando cosas en base a lo que vio por televisión en lugar de adentrarse en los esfuerzos por cambiar políticas. Esa fue una de las muchas formas en las que Trump cambió la forma en que se comunican los presidentes.
Los comunicados cuidadosamente preparados fueron hechos a un lado, reemplazados por tuits y comentarios improvisados a periodistas al pasar. Su discurso se endureció con el correr del tiempo y apeló a malas palabras, insultos personales y imágenes violentas. Sus palabras estuvieron plagadas de mentiras. Más de 23.000, según una cuenta que llevó The Washington Post. Trump soltó esas falsedades sin importarle su impacto.
Su falta de honestidad probablemente incidió en su derrota en unas elecciones que fueron un referendo sobre su manejo de la pandemia del COVID-19, que ha matado más de 300.000 personas en Estados Unidos.
Día tras día durante la campaña en busca de la reelección, Trump fue en contra de los lineamientos del sistema sanitario y habló ante multitudes amontonadas, mayormente sin tapabocas. Admitió que desde un primer momento trató de ocultar la gravedad del virus.
Organizó actividades donde abundaron los contagios y él mismo contrajo el virus. Si bien su gobierno contribuyó a acelerar el hallazgo de vacunas contra el COVID-19, Trump socavó los esfuerzos de los funcionarios de salud al negarse a usar barbijos y al promover tratamientos que no estaban aprobados, llegando a plantear la posibilidad de que se produzca una inyección con desinfectantes.
“Su estilo fue uno de los factores que incidió en el fracaso de su presidencia”, dijo Mark K. Updegrove, historiador presidencial y CEO de la Fundación LBJ. “Su sucesor puede tomar su presidencia como un buen punto de referencia de lo que puede suceder” cuando alguien se maneja como lo hizo Trump.