Atlas de la pandemia: Italia, el epicentro europeo
ROMA (AP) — En la mañana del 20 de febrero, la doctora Annalisa Malara fue a trabajar al hospital público en la pequeña Codogno, Italia, y desacató el protocolo al ordenar una prueba del nuevo coronavirus para un paciente.
Al hacerlo, confirmó que el brote del nuevo coronavirus estaba en marcha en Europa.
La intuición de Malara de realizar la prueba a un maratonista italiano de 38 años que no había viajado a China ni estado en contacto con algún caso positivo conocido, sonó la alarma en Italia y el resto del mundo de que el virus no solo había llegado a Occidente, sino que circulaba localmente.
Italia se convertiría en el epicentro del COVID-19 en Europa y en una advertencia de lo que pasa cuando un sistema de sanidad colapsa bajo el peso de los enfermos y muertos por la pandemia, incluso en una de las partes más ricas del mundo.
Y cuando se produjo una segunda ola en septiembre, ni las lecciones aprendidas de la primera fueron suficientes para salvar a la población desproporcionadamente anciana de Italia. A pesar de los planes y protocolos, los sistemas de monitoreo y la maquinaria que se implementaron para protegerse contra el embate anticipado de la temporada de influenza estacional, otras 25.000 personas murieron y los hospitales fueron llevados al límite nuevamente.
“Te cambia por dentro”, dijo Simona Romani, quien perdió a su suegra el 28 de octubre durante el pico de la segunda ola de Italia, después de sólo dos días en el hospital. “Eres impotente ante un enemigo invisible”.
A mediados de diciembre, Italia había reportado 3.070 casos por 100.000 habitantes.
No se suponía que fuera así. Después de sufrir tanto en primavera, Italia recibió elogios internacionales por haber domado al virus gracias al primer confinamiento de todo un país en Occidente: toda la producción no esencial y la actividad comercial se paralizó durante 10 semanas, de marzo a mayo. Nada de helado, ni pizza ni capuccino en el café de abajo.
Encerrados en casa, los italianos se vieron inundados con un torrente de programación en los medios aterradoramente efectivo: los videos de gobernadores locales en Facebook Live alentaron a médicos y personal de enfermería a salir de su retiro y ayudar a sus colegas que estaban abrumados con pacientes y que también enfermaban. Los programas de entrevistas nocturnos presentaban al exhausto personal de los hospitales con ropa quirúrgica sudada que rogaba a los italianos que se quedaran en casa.
A los residentes se les permitía salir sólo para trabajos esenciales, citas médicas o necesidades como compra de víveres, y únicamente con un certificado. La policía instaló puestos de control y emitió multas.
Pero funcionó. Para el 1 de agosto, Italia sumó 295 infecciones nuevas en todo el país y tenía a sólo 43 personas en cuidado intensivo, una disminución de casi 100 veces en unidades de cuidado intensivo desde el máximo de primavera. El ritual de cuarentena de tocar el himno nacional a todo volumen y vitorear a los trabajadores médicos a las 6 p.m. dio paso al aperitivo en el bar con amigos a las 6 p.m. y la sensación de haberlo derrotado.
Pero para fines de agosto, las infecciones comenzaron a repuntar de nuevo cuando los italianos regresaron de Cerdeña y la costa croata donde habían bailado toda la noche, sin cubrebocas, en discotecas en la playa que se convirtieron en la zona cero de la segunda ola de infección.
La densamente poblada e industrial Lombardía, que soportó la mayor parte de los estragos en primavera, se vio golpeada nuevamente en otoño. En marzo, la provincia de Bergamo registró un exceso de muertes del 571%, y los cementerios y crematorios estaban tan llenos que convoyes de camiones del ejército sacaron los ataúdes de la ciudad.
Para octubre, Milán, la capital comercial de Italia, fue derrotada y lideró la región y al país en nuevas infecciones y muertes. El gobierno dividió
El hospital de campo de 200 camas que la región de Lombardía construyó con gran fanfarria en primavera con 20 millones de euros en donaciones —la mitad del ex primer ministro Berlusconi— finalmente se puso en funcionamiento.
Y es ahí donde ahora trabaja Malara, la anestesióloga de la pequeña Codogno, quien diagnosticó al primer paciente con COVID-19 contagiado localmente.
Después de arriesgar su empleo al desacatar el protocolo médico para diagnosticar al Paciente No. 1, Malara dijo a los medios locales que ahora trabaja como voluntaria en el hospital de campo de Milán para tratar a los pacientes con COVID-19, que ahora superan un millón.
¿Su objetivo? “Devolver la apreciada y vital ayuda que se nos brindó en marzo y abril”.